Prefacio

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Ahí estaba ella, caminado descalza sobre la fría nieve. Su pelo casi tan blanco como la luna bailaba al son del viento, tan pura y delicada como una muñeca de porcelana. Su mirada relajada miraba hacia el horizonte donde el sol se escondida, faltaba poco solo un poco más para que sucediera.

Y pasaron los minutos hasta que mas allá de ella se empezaron a escuchar aullidos, buscándola, querían encontrarla. De los árboles y arbustos empezaron a salir lobos de distintos pelajes, ninguno de color blanco. Todos ellos se inclinaba al verla, porque ella era su madre las que los había creado, ella era la mismísima Luna, ella era la madre Luna.

Luna sintió como un olor embriagador la envolvía, tan delicioso pensó. La llegada de encontrarse con su pareja eterna había llegado.

Un lobo totalmente negro salió por medio de todos, no tardo en inclinarse y mirarla con amor. Un amor tan puro.

Luna se acercó sigilosamente a este gran Lobo bajo todas las miradas atentas de las manadas.

Mío, salió de sus labios mientras tocaba el suave pelaje de su pareja.

El lobo volvió a su forma humana, no sabia como había hecho ya que tenía a la mismísima Luna frente a el. Acarició la mejilla de su mate suavemente temiendo que fuera a romperse.

Luna unió sus labios, con un solo choque sintió una ola de amor invadiéndola. Solo tenían esta noche, solo una noche.

Las manadas fueron retirándose de a poco. Dejándolos solos.

Esa noche sucedió un milagro. El lobo negro y La Loba Blanca dieron vida.

Dejaron todo su amor en el vientre de Luna. Décadas pasarían hasta que Luna vuelva a bajar, era la primera y última noche que vería a su pareja eterna.

Luna liberó a su pareja. Mientras una luz blanca la envolvía haciéndola desaparecer.

El Lobo confió en su beta y dijo que su familia nunca deje de buscar a su cachorro. Pasarían décadas hasta que Luna bajara y deje en alguien que confíe a su hija.

Loba Blanca ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora