Eliza's cry

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Querido diario.

Davie.

Ese será tu nombre.

Querido Davie, me sorprende que hayas sobrevivido tantos años abandonado en el oscuro almacén, al parecer eso de resistente se queda corto para ti.

Leí la primera nota, será mejor continuar desde ahí ¿no crees?

Luego de instalarme en una de las habitaciones de la casa Hamilton, Eliza y yo pusimos manos a la obra. No sabíamos cuánto tardaríamos en mantener viva la flama de Alexander Hamilton.

Recuerdo cuando conocí a Angelica Schuyler, protegió con fiereza y voluntad a su hermana, incluso de mí. Después de un tiempo nos hicimos más cercanos, casi amigos. Fue una lástima que ella muriera a mitad del camino.

Muchas de las noches en las que no dormimos escuchaba a Eliza preguntar al aire si estaba haciendo lo correcto, si el tiempo lo desperdiciaba, si eso era lo que Alexander hubiera hecho. ¿Qué importaba Alexander? Al diablo con lo que hubiera hecho Alex, lo que importaba era lo que ella haría, su siguiente movimiento.

Y vaya que me sorprendió. Recaudamos fondos para construir el monumento a Washington, admito que ella hizo casi todo el trabajo.

Pero eso no era suficiente, no para ella. Ahora que lo pienso... ella era la imparable.

Habló en contra de la esclavitud, como toda una profesional. Juro que vi la sombra de Alexander detrás de ella cuando hablaba, cuidándola.

¿Te digo algo, Davie, un pequeño secreto?

La sonrisa de Eliza es de esas que no se olvidan, que merecen ser enfrascadas en la memoria como uno de los más bellos recuerdos. La primera vez que sonrió luego de un largo, largo tiempo, pude entender eso.

¿Te digo otro secreto?

Yo pienso que, sin Eliza, la memoria de Alex estaría fuera de nuestros libros de historia.

Imparable, ¿lo recuerdas? Me siento orgulloso de contarte otra cosa, no es un secreto y me encanta que sea así. Elizabeth estableció el primer orfanato privado de Nueva York.

No fue nada fácil y, de nuevo, casi todo el crédito es para Eliza. Crió niños, los vio crecer con la misma radiante sonrisa. La broma de ser niñero se volvió real, aún después del paso del tiempo voy de visita al orfanato.

Me encargué de ayudar a contar la historia de Elizabeth. No Schuyler, la hermana, ni Hamilton, la madre y esposa. La Elizabeth que disfruto y sufrió, la que sonrió y lloró al mundo, porque esa es la verdadera, la que yo conocí.

Querido Davie.

Otro secreto.

Washington tenía razón, no controlas quien vive.

Ni quien muere.

Y tampoco quien cuenta tu historia.

Supongo que es mejor así.






Fin.

Alfred Jones, ese era su nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora