✿Castiel #2

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~7 años de edad

No quería verlos partir. Como siempre su trabajo volvía a llevarlos lejos de mi, sin embargo no me despediría. Después no sería capaz de dejarlos ir. Desde mi habitación encerrado podía oír a mi madre pidiéndole a la señora Díaz —una solterona sesentona, vecina nuestra— que me tuviera un ojo encima en todo momento. Conociéndola tan bien, desde que mis padres cerrasen la puerta tras de si, ella sintonizaría su canal de telenovelas hasta la hora de la cena por lo que debía arreglármelas para el desayuno y la comida.

El perfume de papá seguía presente quemándome los pulmones a cada respiración, y el beso de mamá latente en mi frente, dándome ganas de llorar. Me había hecho el dormido cuando ambos entraron a decir adiós. Reprimí por unos cuantos minutos mi deseo de abrazarlos. Tenía que ser fuerte porque sabía que no podrían estar siempre a mi lado, pero yo solo era un pequeño de 7 años, ¿cómo podría acostumbrarme a estar sin ellos a pesar de no ser la primera vez?

Salí disparado a buscarlos, no era alguien tan frío para dejar las cosas así. Corrí escaleras abajo llevándome una buena reprimida por parte de la solterona, al haber hecho mucho ruido. Dejé la casa sin hacerle caso y salté los escalones del pórtico solo para perder el equilibrio y rodar un par de metros saboreando la tierra. Me recompuse con rapidez centrando la mirada en el amarillo chillón del taxi que los llevaría al aeropuerto. La maquinaria rugió al instante que la puerta del pasajero trasera se cerró.

—¡Mamá! ¡Papá!— Grité con todas mis fuerzas persiguiendo al vehículo.

Jean-Louis, papá, fue el primero en darse cuenta de que les seguía y pude ver como zarandeó un poco a Valerie, mamá, a través de la ventanilla trasera. El taxi iba adquiriendo velocidad mientras mas se aproximaba a la avenida principal, era imposible que les alcanzase y como era propio de ellos, ya iban tarde. Estaba por rendirme cuando vi el pelo negro de mamá revolotear al sacar la cabeza por la ventana y gritar despidiéndose con la mano.

—¡Te queremos Cassy! ¡Volveremos pronto!— Exclamó la mujer y al momento cedieron mis piernas. Sentía que el corazón se me saldría del pecho. No por todo lo que corrí, sino por la mentira que dijo ahí. Sabía que me amaban, pero que volverían pronto era la mentira mas grande que me decían después de que Santa Claus era real. Después de haber encontrado el recibo del juguete dentro del regalo a nombre de papá, nunca volví a ser el niño de antes.

Las lágrimas se resbalaban por mi mejilla y caían en el ardiente asfalto de las 10 de la mañana. Los otros niños del barrio debían de estar en la primaria, incluyendo a Roshermi por lo que no tenía con quien o con que entretenerme. Algunos carro pasaban de largo, tocando la bocina o dedicándome alguno que otros insultos. Debía de volver a casa pronto o la señora Díaz me llamaría la atención, el pasatiempo de esa solterona cascarrabias eran las novelas o quejarse de la vida conmigo. Me sequé las lágrimas de un sopetón con la intención de volver a la compañía de la soledad en mi hogar. Caminé las cuadras que recorrí partiendo una lata que estaba en mi camino, pensando en que podría hacer con mis padres si ellos no vivieran todos los días apartados de mi.

¿Si tuvieran otro trabajo hubieran pasado mas tiempo conmigo? ¿A caso no me querían? Les veía muy pocas veces y cuando estaban siempre decían que estaban casados y se la pasaban recostados, llamándome para hacerles compañía en la cama. Sin embargo, era un niño que solo quería correr, trepar arboles, salir; mis deseos no se ajustaban con lo que ellos eran capaz de hacer en su tiempo libre. Sentía como si una mano hubiera atrapado mi corazón y lo estrujaba entre sus fríos dedos.

—¡Oye niño, se un hombre!— Escuché que gritaron sacándome de mi estupor.

—¡Y a ti que te importa!— Grité en respuesta buscando el origen de la voz. Se trataba de una chica con el pelo super largo despeinado y sucio, sus labios estaban pintados del color de la noche; vestía con una remera holgada con las iniciales FoB, unos jeans ceñidos rasgados, unos lentes de sol y unas botas de cuero marrón. En su hombro derecho llevaba una bolsa negra que me podía engullir de un bocado, aferrándola con fuerza mientras me miraba con ira. Tenía el típico look que papá describía cada vez que me pedía alejarme de aquellas personas con malas intenciones.

Rock your heart CDM #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora