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Katelyn Traver - You Don't Know


Paige abrió sus ojos con lentitud y demasiado esfuerzo, sintiendo su cuerpo entumecido, sin fuerza. Observó la tan conocida habitación blanca del hospital que más parecía ser su casa por el tiempo que llevaba internada.

¡Todo era tan tétrico!

La camilla donde reposaba su cuerpo la sentía fría, demasiado incómoda; a uno de sus lados tenía una pequeña mesa de noche y al otro una mini nevera donde guardaba la comida que su cuerpo no recibía, que era casi toda. También había un sillón vacío pero que dejaba ver por la sabana desdoblada que antes alguien había estado sentado; su mamá, por supuesto. Alina era su compañera, su madre y su más grande amiga, quien a pesar de lo difícil de la situación nunca se rindió, quien se esforzó y nunca claudicó para salvarla.

No había televisor, pues por los medicamentos casi no podía permanecer despierta.

Lo único que llamaba la atención en esa habitación era un libro de portada celeste que su mamá leía para esos días, pero era tal su cansancio y fatiga que no atinaba a leer un párrafo completo. Su vida desde hace cinco años se había convertido en una miseria.

Todo empezó cuando Paige tenía quince años; un día su cabello comenzó a caerse. Quedaban en su almohada, cuando se acomodaba el flequillo mechones se iban en sus dedos, pero su madre le decía que era por el tipo de acondicionador, así que le quito importancia e hizo varios remedios para hacerlo crecer. Luego vino la fiebre alta, costaba mucho para bajarla.

No importaba cuantos paños de agua se colocara, cuantas pastillas tomara siempre se llevaban al menos seis horas para bajarla, aunque lo auguraron a los cambios de clima, pues al ser ellas una familia de escasos recursos no contaban con calefacción en su casa. Sin embargo un día todo cambio para Paige y su madre. La muchacha estaba haciendo sus tareas, cuando un frío la atravesó como una daga, empezó a temblar de forma errática y sus dientes castañeaban, el pulso se aceleró y la lengua la sentía seca, pesada. Le costaba pasar saliva, sus ojos se tornaron vidriosos y todo a su alrededor se vio borroso.

Con tan solo quince años no sabía lo que le ocurría; el miedo fue poderoso y por más que trato de hablar su cuerpo parecía no responderle, no lograba hilar sus pensamientos. Como pudo, se puso de pie y camino hacia el pequeño jardín donde su madre sembraba unas flores.

Alina, al verla, se apresuró con el miedo dominando su alma. Sabía que su hija no se había sentido bien el último tiempo, pero observarla desvanecerse y que su nariz sangrara la arrastró al borde de un precipicio.

Horas después se encontraban en la habitación de un hospital que con mucho esfuerzo apenas y lograba pagar. Su hija, su pequeña, había sufrido un derrame cerebral.

Al escuchar aquello se sintió devastada, rota y desolada. Alina no quería perder a su hija, era lo único que tenía en la tierra. Siempre habían sido ellas dos contra el mundo, contra las tempestades, y no quería ni pensar en no tenerla.

Se preguntaba, ¿Por qué alguien tan alegre y joven debía a travesar aquello? ¿Por qué no ella, que ya cumpliría pronto sus cuarenta y cinco años, y ya había vivido lo que tenía que vivir?

La caída del cabello, sus malestares y la fiebre solo habían sido pequeñas señales, habían sido solo la punta del iceberg.

Los distintos estudios que le habían hecho arrojaban un resultado doloroso, poco alentador y muy, muy devastador. Su hija Paige padecía de Lupus, una enfermedad silenciosa que poco a poco la iba destrozando por dentro.

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⏰ Última actualización: Sep 04, 2017 ⏰

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