Es una tarde lluviosa, estaba en casa esperando a que mi novio llegara del trabajo. Hoy era uno de esos días de la semana en los q se quedaba hasta más tarde trabajando y tenía ganas de que llegara ya.
Estaba tumbada en el sofá con una camisa blanca suya q transparentaba mi sujetador y mi tanga negros. De repente escuché el sonido de las llaves al abrir la puerta y corrí hacia esta de modo q nada más entrar él me abalancé a abrazarle. Él, que tenía unos sorprendentes reflejos, me cogió al vuelo y me abrazó.
Me empezó a besar y me susurró al oído que estaba muy provocativa. Yo ni me acordaba en ese momento de qué llevaba puesto, o más bien de qué no llevaba, y me morí de vergüenza.
Sí, era mi novio desde hace tiempo ya y me había visto desnuda multitud de veces, además de haberme quitado la virginidad, y sin embargo, me seguía dando vergüenza que me viera así, por lo que salí corriendo.
Él no dudó en correr detrás mío, cosa que hizo un buen rato porque, aunque era más rápido que yo, al ser yo más pequeña era escurridiza, y siempre le costaba atraparme.
Tras una larga y, ¿por qué no?, divertida persecución me atrapó, levantándome para tirarme sobre el sofá en el que me encontraba antes de que él llegara.
Después de hacerlo mencionó algo sobre que estaba sudando por el calor y el uniforme militar, no lo recuerdo muy bien por lo cansada que estaba.
En fin, dijo que subía a ducharse y que en seguida bajaba, era cierto, no tardaba nada en ducharse, y menos comparado conmigo. Después de un largo día me apetecía algo de diversión así que le propuse ducharnos juntos, propuesta que no dudó ni un instante en aceptar, parecía ser que no era la única a la que le apetecía pasar una buena noche.
Subimos juntos al baño, donde se fue quitando el uniforme hasta quedarse en ropa interior. Recuerdo que yo le miraba divertida y que él me preguntó qué quería. En seguida respondí algo a lo que no me pudo decir que no. Le dije q quería quitarlo yo los calzoncillos. Eso sí, me puso una condición: que él pudiera quitarme la ropa a mí.
Le fui bajando los calzoncillos lentamente dejando al descubierto su miembro. Tengo que admitir que hice un increíble esfuerzo por no cogerlo y jugar con él, pero conseguí controlarme. Acto seguido me desabrochó el sujetador, había mejorado mucho desde la primera vez que lo hizo, también es cierto que lo había hecho unas cuantas veces desde entonces.
Se quedó parado mirando mi pecho fijamente con una cara suya que me encanta, la de deseo. Sabía que se estaba muriendo de ganas por chupar una de ellas pero que se estaba controlando, se veía en su forma de apretar los puños y tratar de mirar hacia otro lado. Ya le torturaría más tarde pero ahora iba a dejarle hacer lo que estaba deseando, le agarré del pelo, algo que detestaba de normal pero que me permitía únicamente a mí, y le acerqué la boca a mi pezón.
Él no tardó en agarrarme por los costados, teniendo completo control de mi cuerpo y dejándome a su voluntad y capricho, y empezó a succionarme un pecho provocándome un placer increíble, pero que yo sabía que solo era el comienzo de todo lo que iba a ocurrir en la ducha.
Terminó con mi pezón y me miró con esa cara... esa cara que me pone cuando va a hacer algo y me pide n cierto modo permiso para hacerlo. Le sonreí levemente, dejándole así saber que tenía podía hacer lo que deseara. Enganchó mi tanga con sus dientes y lo fue bajando mientras acariciaba suavemente mis piernas haciendo que me estremeciera. El simple contacto de sus dedos cerca de mi feminidad ya me provocaba placer porque sabía que lo que venía después me encantaba. Una vez me había quitado el tanga por completo, empezó a lamer mi clítoris, produciéndome una sensación increíble e indescriptible. Movía la lengua, jugaba con eso q se conoce como "el botón de la felicidad". Ya sabía cómo usar mi "botón" a la perfección y después de un rato, cuando ya estaba agarrándole el pelo y susurré su nombre, me introdujo la lengua en la vagina, provocando que arqueara mi espalda y empujase su cabeza contra mi pelvis con más fuerza. Después de unos segundos tuve un orgasmo y caí rendida. Estaba sudando más incluso que él y tenía la vista casi en blanco debido a la excitación.
Me miró divertido, como cada vez que me provoca un orgasmo, parece que aún no se ha acostumbrado a ser capaz de provocar eso en mí, y le pongo los ojos en blanco, esa costumbre no ha cambiado desde que empezamos a hacer estas cosas. Me dijo que la que necesita la ducha más ahora soy yo, y siendo sinceros, no se equivocaba, estaba empapada y no solo en sudor además de que mi cuerpo estaba ardiendo.
Nos metimos juntos a la ducha y le empecé a enjabonar. Le enjaboné el pecho, el abdomen y seguí bajando, dándome cuenta de que tenía el pene duro. Era mi turno para torturarle. Primero le aclaré el jabón y le empecé a masajear el miembro lentamente, la ducha ayudaba mucho porque no hacía falta lubricación, si no que todo era mucho más suave y más placentero. Le hice sentarse en el suelo de la ducha obligándole a quedarse quieto, hiciera yo lo que hiciera, empecé a frotar la punta de su pene contra mi clítoris, torturándonos a ambos con ello pero merecía la pena. Yo sabía que él estaba deseando introducirme su pene pero también le gustaba que le torturara así que seguí con ello hasta que él dijo que por favor le dejara hacerlo ya, que le dejara tomar el control. Después de pensármelo un momento le dejé, le di mi cuerpo y me dejé usarlo sabiendo que podría hacer lo que él quisiera y que yo no lo impediría, pero, sin embargo, aún así me hacía sentirme segura, porque yo sabía que él no haría nada que me fuera a doler. Se levantó y me giró, apoyándome contra la pared de la ducha. Me tiró del pelo para besarme el cuello, mordiéndome de vez en cuando. Noté su pene en mi culo, aplastado pero sin metérmelo, aún. Me arqueó la espalda metiendo su pene entre mis piernas, pero seguía sin introducirmelo, me estaba torturando, y él lo sabía. Después de un rato frotando su pene y creándome ganas de que me lo metiera entero, decidió complacernos a ambos, me lo metió lentamente pero con decisión. Mi cara iba cambiando según me lo mete más y más. Esta sensación era de placer en su más puro estado. Cuando ya la había metido del todo solté un gritito, en la ducha entraba mejor y más profundo.
Empezaba a moverse suavemente, produciendo gemidos míos. Quité una mano de la pared para agarrarle el brazo, que tenía apoyado al lado del mío en tensión. Le clavaba las uñas, y aunque le duele no se queja porque sabe que me ayuda apretarle con la mano. Seguía metiéndomela fuertemente, provocando mis gemidos con cada embestida. Llegamos al orgasmo, el un poco antes de mí, pero sigue por mí, porque yo disfrute tanto como él o más incluso. Nos sentamos juntos en el suelo exhaustos, había sido un día largo pero un un buen final. Nos terminamos de duchar y nos vestimos, solo con ropa interior, porque ya era de noche y dormíamos así porque, aunque hiciera frío y lloviese fuera, nos abrazamos y si no teníamos demasiado calor, Jorge era (y es) una estufa. Nos fuimos a dormir agotados y haciendo la cucharita, su forma favorita de abrazarme cuando dormíamos juntos.