Hace un mes que mi amigo Paul murió. Lo encontraron ahogado en el lago que queda justo detrás de nuestro suburbio, apenas un día después de que se hubiera soltado la alarma por su desaparición. Los jóvenes de dieciséis años solemos hacer muchas tonterías, pero Paul no era de esos. A él le gustaba quedarse en casa leyendo un buen libro o salir para filmar vídeos caseros con la vieja cámara que le había obsequiado su padre.
Hace rato que su madre se presentó en mi casa para darme algunas cosas suyas. Posters viejos, un par de camisetas, la chaqueta de cuero que siempre le envidié y sus VHS. No sabía que tuviera tantos vídeos.
—A él le habría gustado que te quedarás con esto —me dijo, antes de marcharse con el peor semblante que le haya visto nunca.
Sentí lástima.
Y aquí estoy, sentado en la oscuridad del sótano de mi casa, sin nada mejor que hacer que mirar estos desgastados casettes para ver si encuentro algo interesante. A una parte de mí le duele todavía. Pero otra piensa que será como tenerle de nuevo una vez más, como si estuviera aquí conmigo.
Nos gustaba desvelarnos viendo películas. A veces yo le ayudaba con sus vídeos.
Los primeros que cateó no son muy interesantes. Breves momentos de él jugando con su perro en el jardín o de fiestas que hacíamos; mejor dicho, reuniones patéticas para jugar juegos de mesa y comer pizza. Ya sabes, cosas de críos.
Saco el séptimo u octavo VHS de la caja de cartón que me dio su madre y veo que, a diferencia de los otros, no tiene título. Me encojo de hombros y lo meto en el reproductor. La pantalla se pone estática un momento antes de arrojar una imagen algo distorsionada. Es Paul. Está sonriendo. Y está junto al lago. Sin saber por qué, un escalofrío me recorre la espalda pero no puedo dejar de mirar.
Paul trae su bañador de color azul con líneas negras y sin dejar de sonreír a la cámara, se echa un clavado en el agua y se pierde bajo la superficie. Aquello me pone sumamente nervioso.
Debió estar ahí cerca de cinco minutos y justo cuando estoy por perder la paciencia, él emerge de nuevo, con una expresión extraña en el rostro. Tiene la mirada perdida y aunque está pálido, no parece que haber estado a punto de ahogarse fuera su mayor inquietud. La grabación se pausa por un momento. Luego se vuelve a reanudar.
Paul vuelve a sumergirse en el lago, lleva un bañador diferente. Esta vez, desaparece bajo el agua por más tiempo y sale como un autómata.
Al llegar al tercer día, tengo un mal presentimiento. Porque Paul vuelve a la superficie después de estar veinte minutos nadando, pero ahora parece asustado. Intenta asirse a la rama de un árbol hasta que algo tira de él y no vuelve a salir. Quito el VHS de inmediato.
Paul no se ahogó. De pronto me han entrado unas ganas enormes de ir a nadar.
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Relatos cortos de terror
HorrorEl sueño que tenía en ese momento era impresionante. Llevaba dos horas leyendo. Simplemente no podía dejarlo. Las historias de terror que encontré en este libro me han enganchado. Cada una aún más terrorífica y brutal que la anterior. Ya voy por la...