1. Odio

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No te acuerdas de mí, ¿verdad? No... Tú eras una hermosa princesa en un instituto con apenas diecisiete años y yo... Yo era uno más de todos aquellos babosos que ansiaba tener de ti una mera sonrisa al final del día. Tú eras preciosa, una diosa que siempre me miró con desprecio. Yo era un enclenque más bajo que tú, con unas notas poco destacables y una familia pobre. Tú eras tan perfecta y a la vez tan cruel... Pero ahora todo ha cambiado. Han pasado quince años desde la última vez que te vi y las cosas ya no son como antes. Sí, tú sigues tan preciosa como entonces, hoy lo he comprobado al cruzarnos en la calle, aunque tú no supieras quién era. Por supuesto que no. Me has sonreído como una furcia ansiosa porque ya no soy el mismo. Ahora tengo la clase que me faltaba cuando era un crío. Visto trajes caros porque mi odio por la gente como tú me hizo superarme. Las horas de gimnasio me han convertido en lo que tú camelabas siendo apenas una niña y ya no soy aquel enclenque. La suerte me hizo medir casi un metro noventa y seis y... claro, ahora sí me sonríes.

Hoy has pasado a mi lado y he vuelto a oler tu melena rosada, aquella que esnifaba sentado en mi pupitre detrás de ti. Ese olor que tantos buenos ratos a tu costa me hicieron pasar solo en mi habitación. Te seguí y ahora sé dónde vives. Ahora sé que sigues sola. Desde aquí, en medio de la noche, puedo ver tu ventana iluminada y tu figura caminar de un lado a otro. Apagas la luz. Ya es muy tarde... Duerme, princesa, duerme... Mientras puedas.

***

—Despierta.

Una voz retumbó en la cabeza de Sakura. Intentó incorporarse, pero algo sujetaba con fuerza sus muñecas al cabecero de la cama.

—Pero... ¿qué demonios...?

Intentó zafarse sin conseguirlo. Las bridas presionaban y rasgaban su piel si ejercía demasiada presión sobre ellas. Movió las piernas, pero tampoco sirvió de nada. La poca luz que entraba por la ventana del cuarto apenas le permitía ver el umbral de la puerta y su corazón empezó a latir a gran velocidad.

—¿Hola? —gritó—. Por favor... ¿Hay alguien ahí?

Nadie respondió.

El sudor empezó a deslizarse por su frente al escuchar unos pasos acercándose por el pasillo. Se abrió la puerta y la luz del salón iluminó una figura masculina.

—¿Quién eres? —La fricción en las muñecas era insoportable—. ¿Qué haces en mi casa?

El individuo entró en la habitación, se sentó en un diván frente a la cama y la observó impertérrito.

Con parsimonia, encendió una lamparita que apenas daba luz. Su cara estaba oculta por un pasamontañas. Pudo sentir la fuerza de su mirada, ver la sonrisa que reveló una dentadura perfecta.

—¡Llévate todo lo que quieras, pero no me hagas daño! —suplicó.

—No he venido a eso. —Su voz sonaba tranquila, quizás demasiado—. Ha pasado mucho tiempo, Sakura.

Comenzó a llorar y de nuevo intentó liberarse sin éxito. El dolor atravesaba sus muñecas como afilados cuchillos. El extraño se limitó a mirarla sin moverse; las manos apoyadas en los reposabrazosmde la butaca, la amplitud de su torso cubriendo el respaldo de terciopelo y una turbadora calma en todo él.

—No llores, princesa —dijo—, de nada te valdrá.

—¿Qué quieres de mí? ¿Quién eres? —inquirió desesperada.

—Alguien invisible para ti durante años —respondió él—. Me hiciste daño, Sakura, mucho. El mismo que ahora voy a hacerte yo a ti.

Se levantó, se inclinó sobre ella y sujetó su mentón.

De rodillas (PRIMERA PARTE: LA VENGANZA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora