«Eres realmente el dulce príncipe de China. Brilla por siempre y si algún día sientes que estás perdiendo las esperanzas, sólo mira a la esmeralda, es una piedra solitaria pero vino de Venus, y Venus es la diosa del amor... Y el amor es esperanza. Y...
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Lo llamaban la Princesa de China, porque así era como lo veían cada noche al cantar ópera y dar unos pequeños pasos danzantes por el escenario, la belleza pálida y delicada como la porcelana con la que trabajaba el pueblo en que vivía. Bajo capas de espeso maquillaje blanco como el mármol y resaltando en sus ojos y labios, habían colores vivos y rojos, violetas vibrantes y negros delineando por encima de sus cejas, contorneando un multicolor antifaz pintado. Zhang YiXing era la pequeña joya del pueblo.
Era la Princesa de China y amaba ser llamado así, no importaba el género, porque estaba orgulloso de sus afeminados rasgos que resaltaban aún más al decorarlos con maquillaje, amaba la joya de su difunta madre colgando en su cuello y oculta bajo sus túnicas de ceremonia; una hermosa gema verde, una verdadera esmeralda que YiXing jamás había tenido oportunidad de preguntar de dónde había salido, sólo la había aceptado cuando su madre en su lecho de muerte y entre sus últimas palabras le susurró: «Eres realmente el dulce príncipe de China. Brilla por siempre y si algún día sientes que estás perdiendo las esperanzas, sólo mira a la esmeralda, es una piedra solitaria pero vino de Venus, y Venus es la diosa del amor... Y el amor es esperanza. Y yo te estaré amando desde el cielo, mi dulce príncipe de China».
Once upon a time somebody ran Somebody ran away saying fast as I can I got to go, I got to go!
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Érase una vez hace mucho tiempo Alguien corría diciendo "Me tengo que ir, me tengo que ir".
Siempre recuerda sus palabras suaves y casi apagándose cada vez que está a punto de salir al escenario, y aquella tarde no es la excepción. Su corazón inexplicablemente late más rápido de lo normal y se pregunta antes de dar un pie afuera si será el síntoma de algún problema cardíaco, pero en cuanto lleva su mano al pecho, siente la dura joya, su corazón se calma y entonces las decenas de velas que iluminan la sala lo hacen sudar intensamente como en cada presentación, haciendo brillar la vestimenta larga y tradicional, su preciado hanfu de seda roja con detalles dorados, colores imperiales que como su madre le había dicho lo harían poderoso e imponente.
Sin embargo por dentro las inseguridades nunca dejarán de consumirlo, y aún cuando su canto sea excelente y sus pasos exactos y ágiles, siempre sentirá que el corazón está por salírsele de la boca. El público lo aclama y desea, pero el teme a ser devorado, el pánico lo absorbe y para escapar se traslada a un mundo alterno donde no está cantando y bailando en un escenario para tantas personas sino dándole un show privado y personal a algún emperador de alguna dinastía pasada, un sueño secreto y despierto, con el que sobrevive día tras día a ese miedo de ser quemado por las llamas del bullicio, como si todas esas personas fueran dragones escupiendo fuego en lugar de alabarlo y él un simple cordero intentando disfrutar del pastizal.
