En el interior del auto sonaba "Waiting for love", de Avicci. Las bocinas traseras retumbaban con los bajos.
―Where there's a will, there's a way, kind of beautiful. And every night has it's day, so magical ―canté en voz baja. Me encantaba esa canción.
―And if there's love in this life ―Mateo se unió a mí tan pronto estuvo a mi lado y tomó mi mano―. There's no obstacle that can't be defeated.
Sonreí y me incliné hacia el frente para darle un beso rápido, fugaz, de ésos reservados para cuando tu familia te observa. Sin embargo, él me atrajo hacia él con la mano libre y nuestro beso se extendió por varios segundos más; antes de dejarme ir, me mordió muy suave el labio inferior. Al verlo a los ojos comprendí que ese hombre quería llevarme a cualquier lado, menos al cine. Tragué saliva. ¿Sería tarde para cancelarle a Clara? Que se fueran solos al cine... No. Respiré profundo: ya habían comprado los boletos y teníamos toda la noche por delante.
―Te ves hermosa ―comentó mi novio antes de ponerse el cinturón de seguridad.
Ahí estaban. Esas palabras confirmaron que mi esfuerzo había valido la pena. Varias de mis amigas y yo nos quejábamos de que los hombres no ponen atención al esfuerzo que requiere elegir el atuendo correcto para cada ocasión.
Y vaya que había sido difícil elegir lo que llevaba puesto. Sin embargo, dentro del auto, inmersa en esa atmosfera en la que flotaba el aroma a Mateo, las horas anteriores perdieron importancia. Cerré los ojos para recordar y no pude evitar soltar una pequeña risa:
Era sólo una salida al cine, lo sabía; pero no por eso podía evitar sentirme nerviosa. Me senté en la orilla de la cama, con la vista fija en el armario, viendo uno por uno mis vestidos, blusas, jeans y demás posibilidades para usar esa noche.
«Es sólo una salida al cine, Anabel", me reprendí. Quería vestirme formal, aunque no demasiado; casual, pero no tanto como para sentirme desaliñada. Necesitaba ese punto exacto de vestuario que no desentonaría durante un evento de gala, ni en un puesto de tacos. Arrojé a un costado la blusa negra de tirantes que tenía sobre mis muslos, la misma que casi había logrado convencerme, y me cubrí el rostro con ambas manos. ¿Por qué era tan difícil? Casi había olvidado esa angustia, ese nudo desde el estómago y hasta la garganta, esa sensación de nervios cuando estás a punto de ver a tu pareja.
Me pregunté si acaso Mateo tendría las mismas dificultades que yo. "Claro que no". Para él bastaría con un pantalón y una camisa para verse estupendo allá a donde fuéramos. Más de una vez mi madre se había quejado con papá de que lo más difícil para los hombres a la hora de vestirse es no saber abrocharse bien las agujetas de los zapatos. O el nudo de la corbata el día de su boda; aunque mi abuelo decía que más bien ese día era una soga lo que atabas al cuello. Cuando lo decía, mi abuela le encajaba los uñas en el muslo y cuando se quejaba lo callaba con un beso.
«Voy en camino, querida musa», leí en la pantalla de mi celular y maldije la puntualidad de mi novio. ¿Por qué no podía ser como el otro 99% de los hombres y llegar tarde a recogerme? «O podría ir así, dudo que a él le moleste», me dije al verme en el espejo, ataviada sólo con un conjunto rosa con un delgado encaje color negro de sostén y bikini. Resoplé. Tenía que concentrarme.
"No. No. Esté no. Éste tampoco. No. Ya me lo vio. No. No. No. ¿Por qué sigo teniendo esto?", repasé el contenido de mi guardarropa otra vez y me agité el cabello con desesperación. Error. Acababa de arruinar el peinado que me tomó media hora hacerme, luego de ver un tutorial en Youtube.
«Sólo es una ida al cine y luego a cenar. No es la entrega de los Oscar, Anabel», murmuré y saqué unos jeans ceñidos del fondo del armario que, según Clara, resaltaban mis piernas. Los arrojé a la cama junto a la blusa negra y me agaché para tomar unos zapatos bajos que hacían juego, sencillos pero muy cómodos, por si acaso tendríamos que caminar. «Es sólo una ida al cine y a los tacos», repetí.