Capítulo 25 | Nolo contendere.

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Nolo contendere
Término procedente del latín, que en español equivaldría a «no quiero contender», «no voy a contestar» o «no refuto los cargos»; es un alegato exclusivo del derecho estadounidense. (Derecho.)
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Nada quedaba en pie, parecía como si en la oficina hubiera pasado un tornado que lo hubiese derribado todo, pero lo cierto era que Christian no había podido contener su ira, tras beberse una botella de bourbon. En medio del gran caos en el que se había transformado su lujoso despacho, él estaba sentado en el suelo, sintiéndose un gran fracaso. De su mano pendía su título de abogado, el que había prometido llevarle a su madre, y una botella de vodka que ya llevaba por la mitad después de acabar con el whisky. El licor que había bebido aturdía todos sus sentidos, pero no lo suficiente como para no recordar lo inservible y derrotado que se sentía.

—¿Continúa encerrado? —preguntó Ana a Ross y Elliot, cuando entró, desencajada, en la planta del despacho.

—Sí, y no hay forma de entrar, porque el desgraciado, como te dije, pidió la llave de repuesto en conserjería antes de hacerlo.

—Al menos ya no se oye que despedace nada —acotó Ross con un gesto sumamente preocupado.

La atractiva médica se aproximó a la puerta de doble hoja y golpeó con los nudillos antes de hablar.

—Maldición, ¿no entendéis que quiero estar solo? Dejadme tranquilo, no sois mis jodidas niñeras — gritó ceñudo.

Oírlo la tranquilizó en parte; percibió que al hablar arrastraba las palabras, era obvio que había bebido.

—Christian, cariño, ¿por qué no me abres y discutimos lo que está pasando? Estoy asustada aquí fuera. Necesito saber qué está sucediendo, necesito saber que estás bien, ¿por qué te has encerrado?

«Maldición, Richard, idiota gilipollas —pensó erráticamente el abatido abogado—. ¿Por qué tenías que llamarla?»

—Habla conmigo, cariño; sea lo que sea, podemos solucionarlo, pero debes calmarte.

—Vete, Ana. ¡Maldición!, déjame en paz, dejadme todos en paz.

—No voy a irme, Christian. Estás actuando de forma absurda y como lo haría un niño; se supone que me amas, pero algo ha ocurrido y otra vez me dejas fuera de tu vida y de tus problemas.

—Son mis jodidos problemas, maldición.

—Tus problemas son míos, Christian, lo mismo que pensarías tú si fuera yo la que los tuviera. Estoy segura de que no te apartarías de mi lado y que intentarías ayudarme a resolverlos.

«Ojalá los míos tuvieran solución.»

—Nena... vete a casa, Ana. Maldición, Elliot, voy a patear tu culo por avisarla —vociferó exasperado, volviendo a oírse que aventaba cosas.

Parecía en vano la petición de que les abriera; ya habían pasado varios minutos y Ana tampoco conseguía nada.

—Debemos llamar a un cerrajero —propuso Elliot.

—Llama al encargado, Ross, él debe de tener algún número —sugirió Ana.

En aquel momento el encargado del edificio apareció mostrándose apremiado, y los informó de que había conseguido otra llave del lugar. Elliot la cogió y abrió el despacho.

—Gracias, nosotros nos encargamos —indicó Ross, despidiendo al hombre.

Cuando entraron, los tres quedaron azorados de los destrozos que Lake había causado. Él se encontraba sentado contra su escritorio, en el suelo, en un estado deplorable y totalmente borracho.

Peligroso Amor©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora