Capítulo 3

2.5K 158 4
                                    

En cuanto giró sobre su espalda en la cama para apagar el infernal ruido del despertador lo notó.

Su cabeza comenzó a latir dolorosamente como cada vez que una migraña la acechaba. Sentía el cuello rígido, sobrecargado, y supo sin lugar a dudas que iba a ser un largo día lleno de ibuprofenos que no conseguirían suavizar sus dolencias. Con un suspiro de resignación, luchó contra el mareo que se apoderó de ella al levantarse y se encaminó al baño en busca de un poco de claridad.

Dejó que el agua caliente empapara sus rizos, alborotados después de girar mil y una veces en la cama tratando de huir de los monstruos que la perseguían en sueños. De el monstruo. Ese que siempre volvía a ella en cuanto se dormía, en cuanto la oscuridad la rodeaba. Ese que deslizaba su reluciente bisturí por el cuello ya lacerado de ella, su aliento caliente contra su piel. Abrió y cerró las manos mientras observaba el agua resbalando por ellas, esquivando las cicatrices que sobresalían en un recordatorio de lo que había ocurrido un año atrás. Pero no era esas marcas las que preocupaban a Jane, sino las de carácter permanente que hacían que retrocediera cada vez que veía un bisturí, cada vez que alguien le comentaba que olía a lavanda.

Un poco más relajada muscularmente hablando, salió de la ducha y se envolvió en una toalla. Quitó el vaho que había cubierto el espejo y se observó a sí misma: el agotamiento se leía en su rostro. Tenía ojeras bajo sus ojos, los cuales estaban apagados, sin su brillo travieso habitual; se dijo mentalmente que solo era culpa de la falta de sueño y del dolor de cabeza con el que se había levantado, pero bien sabía quién era el verdadero culpable de todo aquello. Desde hacía un año, rara era la noche que no se despertaba gritando, toda sudorosa, y con las palmas de las manos palpitándole horriblemente, como si todavía estuvieran clavadas al suelo. Un estremecimiento la recorrió violentamente, haciendo que la toalla resbalara de su despreocupado enganche y cayera echa un guiñapo a sus pies. Un rápido vistazo a su cuerpo antes de salir desnuda del baño y vestirse le bastó para ver que su madre tenía razón cuando la regañaba diciéndole que no se cuidaba nada, que tenía que comer más sano.

Hizo una mueca al ponerse la camiseta, pasando de llevar una interior debido a la fina capa de sudor que ya lucía su piel a pesar de acabar de salir de la ducha. Sí, había sido con agua caliente pero, al fin y al cabo, era agua. Odiaba esas olas de calor, más aún si coincidían con un día que tenía migraña. El calor solo hacía que se sintiera más embotada de lo que ya estaba, más lenta en sus razonamientos, casi febril.

Con otro suspiro de cansancio, salió de su casa sin desayunar, diciéndose a sí misma que seguro que ya llegaba tarde a la autopsia. Permitiéndose solo una breve parada en Boston Joe's para comprar una taza de café para llevar, bien cargado, y usando la excusa de una "emergencia policial" para saltarse la cola que casi llegaba a la puerta de entrada; frenó con más brusquedad de la necesaria y, reprimiendo un gemido por el bote que dio su dolorida cabeza, sacó las llaves del contacto y cerró el coche a sus espaldas. Entró corriendo en la comisaria, casi arrasando a una familia de expresión compungida que se disponían a salir en ese preciso momento, y dejó que su disculpa flotara tras ella mientras hacía un sprint por el pasillo y se precipitaba escaleras abajo. Brevemente, pensó que era una suerte que se hubiera olvidado el café a medio tomar en el reposavasos del coche porque, a ese ritmo, se lo habría derramado por encima.

Irrumpió en la planta baja como un huracán de alborotados rizos negros.

- ¡Chang! – saludó a la técnico cuando se cruzó con ella.

- Oh, hola, detective Rizzoli – respondió la joven nerviosamente. Jane no comprendía por qué se ponía tan alterada cuando ella andaba cerca. - ¿Está aquí por la autopsia?

- Sí, espero no llegar muy tarde.

- Bueno, la Dra. Isles hace una hora que llegó pero me comentó que se lo iba a tomar con calma porque había mucho daño en los huesos.

The Yin to my YangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora