Prologue

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Las penumbras invadían todo el espacio que constituía su departamento.
Aún a oscuras, los trozos de vidrio y cerámica que antes solían ser vasos y platos brillaban en el suelo, advirtiendo de su potencial riesgo para el despistado que se atreviera a  caminar descalzo, pero al ahora único y solitario habitante de aquél lugar no parecía importarle demasiado.

Tras atender a la policía, los cuáles tocaron a la puerta de vivienda advertidos por los vecinos, y volver de un fugaz paso a la comisaría del pueblo, Jimin se dejó caer en su sofá con una botella de vino tinto en su mano derecha.

No quería prender la luz, no quería ver el escenario que hacía horas atrás se convirtió en la batalla campal que desencadenó el fin de todo lo que creía importante en su vida.
Lo había perdido todo, su razón de ser y despertar todos los días se había ido a los brazos de otro, dejando un corazón roto, cuatro aňos tirados a la basura y unos cuántos magullones de golpes en su cuerpo.

Un trago largo pasó por su garganta del etílico néctar, otro lo siguió y a ése otro más.

Todo era su culpa.

Fué su culpa por no ver lo que todos le decían. Aún escuchaba la voz de su mejor amigo advertirle hacía un aňo de las posibles aventuras que YoonGi tenía en su trabajo.

Pero no escuchó.

Se cegó ante el buen trato de su pareja, ante las flores, lo cómodo de tener a alguien durmiendo a su lado todas las noches y el buen sexo.

Y gracias a éso no vió lo que ocurría.

Detrás del buen trato, había una discusión previa.

Detrás de cada ramo de flores, una infidelidad nueva.

Detrás de cada noche de sábanas compartidas, una llegada tarde a casa sin justificación.

Detrás de cada sesión de buen sexo, dos meses le seguían sin que le tocara un cabello.

Park Jimin había sido durante cuatro aňos un idiota enamorado de alguien que sólo le veía como un trofeo y, cuándo se quitó las vendas que él mismo se había impuesto sobre sus ojos, todo explotó.

Un mensaje de texto fué el desencadenante de la discusión, de los golpes, de las vajillas rotas y de los gritos que alertaron a la familia de ancianos que vivían en el piso de arriba y que le conocían desde que era un niňo.

Desde que sus pies vistieron las primeras zapatillas de ballet.

Sus ojos inundados de lágrimas vagaron por toda la estancia a oscuras, debían ser las once de la noche.

Dejó la botella ya casi vacía en una mesita de madera frente a él, poniéndose de pié con algo de dificultad. Se dirigió al interruptor eléctrico más cercano y, muy a su pesar, iluminó el living.

Tras barrer todos los restos filosos del suelo y dejarlos en la basura, sacó de la nevera lo que quedaba del pastel que sus compaňeros de compaňía le habían preparado con motivo del
Vigésimo primer aniversario de su nacimiento.

— Feliz cumpleaňos, idiota.— se dijo a sí mismo con una excesiva carga de ironía en su voz, cortando un trozo y degustándolo. Jin nunca le erraba a la cocina, todo le quedaba bien y ése pastel no era la excepción. Era el toque de dulzura entre tanta amargura.

Recordando a sus amigos, los pocos que le quedaban, y al lugar de dónde los conocía, trajo a su conciencia que estaban acercándose al inicio de actividades.

A mitad del aňo que seguía, tenían la presentación de ballet y, por lo que pudo escuchar, harían una gira mundial y sólo los mejores bailarines de la compaňía participarían de ella.

Actualmente, él estaba como segundo bailarín, siendo la sombra de Hoseok, un chico unos aňos mayor que él y con un gran talento y agilidad... Pero Jimin sabía que el fuerte de Hoseok o Hope, como solía llamarle, era el break dance, no el ballet.
De hecho, una vez le habia comentado que pensaba abrirse de la compaňía para buscar nuevos horizontes.

Por ende, ése era el momento de salir de las sombras.

"Cuándo te sientas débil y herido, usa todo ése dolor y conviértelo en tu escudo, así nadie podrá quebrantarte nunca más."

Una triste sonrisa de lado se dibujó en sus labios, dejando de lado la rebanada de pastel a medio terminar.

Las palabras de su abuela sonaban en su cabeza, siempre oportunas, por supuesto. 

Se dirigió al baňo, abriendo el grifo de agua caliente y comenzando a llenar la baňera. Colocó sales aromáticas de manzanilla, lo suficiente como para que sus músculos lograran la distensión deseada. Se quitó la ropa y, tras mirarse de reojo en el espejo y comprobar que la baňera ya estaba llena, se adentró en ella.

Todos sus problemas parecían ir desapareciendo conforme una nueva meta se hacía espacio en su mente.

Era hora de demostrar quién era.

Todos le respetarían, ya nadie le heriría o lo usaría. Ya no sería más el juguete ni la marioneta de nadie, él se convertiría en un marionetista.

No importaría si sus fuerzas flaquearan, él se levantaría.
Si sus pies dolían hasta el punto de sangrar se los vendaría y continuaría bailando.

Oh si, él bailaría.

Tenía un nuevo sueňo, una nueva meta, nada ni nadie se interpondría en su camino de hoy en adelante.

Se dejó resbalar en la tina, hundiéndose paulatinamente en el agua hasta estar completamente sumergido.
Sintiéndo su cuerpo relajarse por completo, soportó allí bajo la masa de agua hasta el punto en que sus pulmones dolieron, hasta que la última de sus lágrimas se perdió entre en el agua, allí fué cuando resurgió una vez más, respirando agitado.

De hoy en adelante, Park Jimin no sería el tonto que todos una vez creyeron conocer.

Park Jimin estaba muerto.

El Cisne (VMin) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora