Mujeriego

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Alemania sacó aire por la boca, tranquilizándose. O bueno, haciendo el intento de. La verdad lo que menos quería en ese instante era estar ahí, parado frente a un restaurante italiano -cortesía de Romano-, mirando a Italia sentado y siendo rodeado por un montón de mujeres. No le dolía, es más, podría decirse que estaba acostumbrado a ver esa escena y sólo le provocaba la gana de gritarle a su compañero que se dejará de idioteces con las mujeres.

Hey, patata bastarda. Deja de observar a mi hermano con esos jodidos ojos de patata caliente tuyos. —gruñó por el auricular Romano. Sí, Romano.

Basta Roma, —reprendió una voz lejana de España. —ellos tienen derecho de tener intimidad.

¿Intimidad? Alemania cerró los ojos con su ceja brincando por el enojo, desde que Italia había tenido la brillante idea de contarle a su hermano sobre lo que paso en San Valentín, tenía todo menos intimidad.

¡Préstenme eso! —gritó la voz de su hermano. — ¡West, esta vez tendrás a tu asombroso hermano diciéndote lo que tienes que hacer!

Y al país del amor~—canturreó Francia, arrebatándole el micrófono.

—Calléense por favor. —pidió llevándose la mano a la cara.

— ¡Mierda, estúpida patata, comienza a avanzar! —gritó Romano, levantándose de la mesa más lejana que tenía el restaurante.

— ¡Lovi, no! —tan rápido como apareció, España lo volvió a esconder entre ellos.

¡Doitsu! —gritó Italia, zarandeando su mano en el aire. Alemania se relajó un poco al verlo, lucía tan despreocupado como siempre. Cuando Italia llegó a él miró a todos lados en busca de algo. — ¿Eh? ¿No escuché la voz de mi hermano por aquí?

Dile que no. —ordenó Romano.

Alemania dio un respingo, exasperado. —No, Italia.

Ahora West, toma su mano. —dijo Prusia, el micrófono hizo un sonido chillante en su oído, causándole malestar. Al llevar su vista a donde estaban escondidos, Alemania pudo notar que su hermano ni siquiera parecía intentar ocultarse a pesar de que era jalado por los demás. — ¡West, West, toma su mano!

— ¡Por supuesto que no lo haré! —reprendió enojado.

— ¿Eh? —Italia lo miró confundido. — ¿Te encuentras bien, Doitsu?

—Sí. —Alemania lo paso de largo, haciendo un ademán con las manos indicándole a su hermano que se bajara de ahí. Prusia hizo un mohín, deslizándose poco a poco de la rejilla que cubría su lugar.

Cuando llegaron a la mesa Italia y él, recibió otra orden.

¡Tienes que ser más caballeroso! —regañó España, al fondo se escuchaban los quejidos de Romano ordenando a base de palabrotas que lo soltaran, seguramente a Francia. — ¡Abre su silla!

—No quiero hacerlo. —murmuró bajito Alemania. Italia lo miró de soslayo, extrañado por su actitud.

¡Hazlo, hazlo!

— ¡Bien, ya! —respondió enojado, halando la silla de Italia sin darse cuenta de que él ya estaba a punto de sentarse, por lo cual calló directo al suelo. — ¡I-Italia!

Veee~—Italia le dio un largo ve, bastante angustiado del estrés que emanaba su mejor amigo.

Chico no trates de enfrentarme, sé quién eres.

Plan BDonde viven las historias. Descúbrelo ahora