Mi historia. Día 0

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Hay días oscuros, otros son más claros. Hoy me despiertan los rayos del Sol, será un buen día. Me encuentro en la cama, exhausta, a pesar de haber dormido bastante. Otra vez las pesadillas... Está claro que la presión del entorno no es buena. Intento incorporarme pero no me llegan las fuerzas para eso, así que decido quedarme quieta. Al rato frunzo el ceño, tenía que hacer algo... ¡Mierda! Ahora sí que sí, hago de tripas corazón y pego un salto desde la cama. Aterrizo en el suelo de golpe y busco mis zapatillas con anhelo, pero no están. Otra vez se me han debido de olvidar... Corro descalza por toda la habitación hasta llegar al espejo, donde me detengo para observarme, para ver que una vez más, mi imagen está ahí, todo sigue igual. "¡Deprisa!", pienso. Tengo que darme prisa.

 La barandilla de la escalera estaba fría como siempre, todavía nadie cálido la había tocado. Me decidí a bajar los peldaños, aquello era un oscuro desierto. No me preocupaban mis pintas, ¿quién me podía ver? No debería haberme hecho esa estúpida pregunta...

- ¿Qué hace usted aquí? - oí a mis espaldas. Fue como un helado cuchillo clavándose en mí.

Hubo un silencio prolongado, no sé por cuánto, pero no me atrevía a romperlo. Tragué saliva, decidí darme la vuelta. No nos conoceríamos, probablemente se trataba de... Me quedé atónita. La voz que había oído habría de estar, a mi parecer, a unos diez pasos de mí, los que había dado para empezar a bajar la escalera, no a la distancia a la que ahora estaba esa... sombra. No tenía miedo, yo ya no temía a nada. Decidí que no podía quedarme ahí a la espera. La sombra parecía ir y venir, se desvanecía pero luego aparecía en el mismo lugar, sería el cansancio o la locura, nada grave. Mis piernas se movieron solas y comenzaron a bajar las escaleras a todo tren en cuanto escuché dar pasos. No venían de la sombra, de eso estoy segura, quizás por eso tuve miedo. Intenté que mis pies no se escucharan al chocar contra la vieja madera, y casi lo consigo. Dejando atrás la escalera, vi luz. Debía de estar despierto, a lo mejor incluso estaba esperándome... ¡Pero qué digo!

- "...Tal era pura esta noche,

como aquella en que sus alas

los ángeles desplegaron

sobre la primera llama

que amor encendió en el mundo,

del Edén en la morada".

Estaba con sus libros, esos que le daban tanta sabiduría y pasatiempo. Y yo, embelesada como una niña enana, me quedé a oírlo.

- "¡Una mujer! ¿Es acaso

blanca silfa solitaria,

que entre el rayo de la luna

tal vez misteriosa vaga?".

De pronto sentí cómo sus ojos se clavaban en mí. No sabía de qué forma me había visto. Tenía que haber obviado la luz y haber seguido con mi camino.

- Estás ahí. Hacía mucho que no me oías leer, ¿verdad?

Yo sólo asentí, no quería iniciar esa conversación, no acabaría bien.

- Vienes justo en el mejor momento, y al parecer, de la mejor guisa -pude ver en su rostro cierto tono de picardía, intenté no darle importancia, pero estaba claro que mi ropa no era la adecuada.- Espero que no te quedes fría. Acércate... a la chimenea -dijo entreviendo que mis ganas de aproximarme hacia él eran nulas, y retomó la lectura donde la había dejado-.

- "Blanco es su vestido, ondea

suelto el cabello a la espalda.

Hoja tras hoja las flores

que lleva en su mano, arranca".

- Espronceda... - dije sin querer en voz alta.

- Veo que tienes buen gusto, según este, sólo te faltan las flores para deshojar -dijo acercándose hasta mí. ¿Deshojar flores? Sabía que estaba pensando en que aún sentía algo-.

- Sigue leyendo -y aquí tuve que mostrar mi debilidad, si no, habría acabado mal- por favor - tuve que suplicar.

- "Es su paso incierto y tardo,

inquietas son sus miradas,

mágico ensueño parece

que halaga engañoso el alma.

Ora, vedla, mira al cielo,

ora suspira, y se para:

Una lágrima sus ojos

brotan acaso y abrasa

su mejilla; es una ola

del mar que en fiera borrasca

el viento de las pasiones

ha alborotado en su alma".

Alzó la mirada, se fijó en mí, pude notar que se acordaba. "Yo no lloro", pensaba. Debía permanecer fuerte, si no, ya poco me faltaba.

- Pareces cansada, quédate.

Me quedé impresionada. ¿Cuánto hacía que era así?, quería decírselo a la cara.

- No has cambiado...

- De ti no puedo decir lo mismo, hace mucho que no hablamos.

Las razones no las sé, las causas sí, las conozco muy bien. No debí salir de la habitación, y mucho menos así si llego a saber que acabaría aquí.

- Llevo un tiempo pensando en algo. Quiero que lo sepas, porque te concierne a ti en muchos aspectos.

- Lo siento, pero no me interesa. No tendría que estar aquí, ya sabes por qué -acabé diciendo queriendo dar la conversación por finalizada, pero antes de que pudiera irme, agarró mi brazo con fuerza, y por un momento me sentí... recordé algunas cosas. Me acercó mucho a él y me hizo mirarle a los ojos. No podía rendirme ante él.

- Escucha, te quiero.

Dormiré ContigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora