Corto escrito sin pies ni cabeza dirigido a esas almas solitarias que se dejan la vida en el arte para hacer del arte vida.
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Jeon ya no canta.
Jeon ya no canta.
Jeon ya no canta.
Jeon ya no...
Ya no...
Ya no...
—Ya no.
Jungkook susurra para sí mismo en medio de su habitación vacía. Deja caer su peso por completo en el respaldo de la silla, quitándose el cabello de la frente, pensando en que nunca nadie le había advertido lo terriblemente tediosa que era la estabilidad.
Frente a él, un escritorio. Encima de este, a la derecha, un montón de libros de tapas de cartón viejo con marcas de tiempo y hojas color café. Al otro lado, un vaso de vidrio con salpicaduras de pintura usado a modo de lapicero. Al centro, un bolígrafo sin usar y libreta completamente en blanco.
Jeon ya no canta. Jeon ya no escribe.
Respira, da vueltas en la silla y nada sirve. Las líneas de la casa están muertas, su garganta está seca y todo (todo, todo) le resultaba común.
Hace un tiempo, alguien le había dicho que la felicidad era el objetivo de la existencia del ser humano. Pero Jeon hace un análisis a su estado de ánimo de esta semana, y la pasada, y la anterior; y en general había estado relativamente feliz. Y no sabe si detestarlo o no.
Algunos beben, otros fuman y Jeon escribe. Ese es su vicio y es capaz de darlo y dejarlo todo por él.
Jeon aprendió por las malas que para las personas como él sólo existe un camino. Que el destino de un artista era estar mal de la cabeza y era su deber mantenerse enfermo, pero últimamente se siente demasiado sano. Y no sabe si detestarlo o no.
Con la felicidad las palabras no fluyen, y todo el mundo es alegre de la misma forma. Lo suyo es el arte y el arte no puede surgir de alguien convencional. Jeon es diferente y Jeon quiere ser diferente.
Los meses le habían demostrado que no debía hacer prisioneros. Ni a las personas, ni los recuerdos, ni las musas, ni el tiempo. Que la estabilidad es un estorbo y nada es mejor que una taza de café y un corazón roto. Ha cortado lazos con tantas personas que sus rostros sólo permanecen en su memoria siendo fantasmas y sus momentos como esas imágenes antiguas y manchadas, mantenidas en películas fotográficas en el fondo del armario que nunca han sido reveladas.
La felicidad es para las personas y Jeon uso su humanidad como combustible para avivar la llama del escritor.
No sabe qué fue primero. Si él era un triste con vocación de alegre y por eso empezó a escribir, o si empezó a escribir y eso lo volvió una persona triste. Sólo sabe que el arte es un círculo vicioso. Que llegas a él porque te falta un algo, te convierte en adicto al sentirte creador y obliga a tu alma a continuar en su búsqueda; búsqueda que no terminará nunca.
Jeon mira por su ventana, a los coches pasar y las personas caminando, y no sabe si desea o no ser igual que ellas. No sabe si todavía tiene vuelta atrás y si es que existiera un camino de retorno, tampoco sabe si lo tomaría.
Se repite que para las personas como él la felicidad es una utopía y por eso no debe desearla, pero no puede. La única verdad es que Jeon no puede ser feliz.