EL LAMENTO DE LA GARZA 2
(Secuela a la trilogía: "Leyendas de los Otori")
Lian Hearn
2005,
The harsh cry of the heron
Traducción: Mercedes Núñez
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Cuando Takeo regresó a Hagi a finales del tercer mes, las marcas de las garras en su rostro casi habían desaparecido. La nieve acababa de derretirse; había sido un invierno largo y crudo. Todos los puertos de montaña entre las ciudades de los Tres Países habían estado cerrados, por lo que no le fue posible recibir cartas y su ansiedad por Kaede había sido extrema. Se alegraba de que Ishida hubiera permanecido junto a ella durante el embarazo, aunque también había lamentado la ausencia del médico cuando las inclemencias del tiempo le provocaban dolores en sus antiguas heridas y las hierbas balsámicas se hubieron terminado.
Takeo había pasado la mayor parte de su forzada estancia en Yamagata junto a Miyoshi Kahei, discutiendo la estrategia para la siguiente primavera y los detalles de la visita a la capital, así como repasando los informes administrativos de los Tres Países; ambos asuntos le levantaban el ánimo. Se sentía preparado para lo que pudiera suceder durante su visita a Miyako; acudiría en son de paz, pero no dejaría su país desprotegido. En cuanto a los informes administrativos, éstos confirmaban una vez más la fortaleza del país entero, hasta de las aldeas más pequeñas, en donde el sistema de decanos y de jefes elegidos por los propios campesinos para representarles podía movilizarse para defender las tierras y la población.
El tiempo primaveral, la perspectiva de regresar a casa y la alegría de cabalgar a través de la campiña, que empezaba a despertarse, contribuían al sentimiento de bienestar que le embargaba.
Tenba
había pasado bien el invierno; apenas había perdido peso o condiciones físicas. Los mozos de cuadra, que lo apreciaban tanto como el propio Takeo, habían cepillado a fondo el pelaje negro que ahora relucía como la laca. El regocijo del caballo al encontrarse de nuevo en la carretera, en dirección a su lugar de nacimiento, le hacía encabritarse y corcovear; abría los ollares y agitaba en el aire las crines y la cola.