Nadie sabía muy bien la edad de John Seo, el tipo que trabajaba en aquella cafetería para nerds (según DongYoung) al que Chittaphon iba muy secretamente casi todas las semanas.
Él suponía que debería rondar la veintena de años y cuando el hombre más electrizante que conoció en toda su corta vida lo mira con su rostro inexpresivo por encima de sus lentes, su corazón adolescente siente que va a explotar en cualquier momento. Pero entonces, él levanta ligeramente su nariz y hace una mueca con sus labios. El joven tailandés sonríe cuando se da cuenta que se quedó observándolo por mucho tiempo en vez de hacer un pedido.
— Un café vienés, por favor — pidió tímidamente.
Una última mirada por parte del camarero, en la que se cercioraba que no fuera a pedir nada para acompañar su café vienés y se retiró. Johnny, cada sábado por la mañana, veía como aquel muchachito con rasgos tan llamativos lo miraba desde un rincón del salón. Generalmente esa sería una afirmación bastante pretenciosa, pero era tan absolutamente descarado que todos sus compañeros de trabajo se habían dado cuenta.
Pero, a pesar de que la primera vez que lo vio pensó que se parecía a lo más cercano a la definición de un ángel en la tierra; las siguientes visitas fueron cambiando su imagen de él. Todavía lo recuerda, con su cabello negro empapado al igual que la camisa blanca de su uniforme. Su primera visita ocurrió un día en el que llovió repentinamente y llegó junto a un amigo suyo, igual de empapado que él, pero incluso si su acompañante tenía el cabello intensamente naranja, sus ojos reposaron sobre aquel menudito chico.
Se reían mientras comían pedazos de tarta de manzana y aquel chico parecía sacado de una de esas películas antiguas que a él le gustaba mirar, esas donde los adolescentes corren sin aparentes preocupados bajo el sol de California, con nada más que su juventud sobre los hombros.
Con cada visita, los aros se fueron sumando sobre los bordes de sus orejas y una vez que fue con otro amigo al mismo sitio, se enteró que se los quitaba antes de llegar a su casa mientras rogaba que sus padres no se enteraran que se había perforado los oídos. Alguna otra vez se le cayó una cajetilla de cigarrillos de la mochila.
Cuando la bota marrón de Johnny se rozó con un cigarrillo blanco que definitivamente tenía una sustancia ilegal, esperó encontrarse con los grandes ojos negros avergonzados del muchacho. Más cuando alzó la mirada, aunque su mirada lucía asustada, en su boca había una sonrisa coqueta.
El rostro de Johnny se desencajó y Chittaphon pareció satisfecho.
Las vueltas de la vida llevaron a que se encontraran en otros sitios. En sitios en los que Chittaphon no debería estar y en los que Johnny terminaba sin querer, pero definitivamente no con las mismas intenciones del muchacho de cabello negro.
Cuando acompañó a su amigo MinHyung a aquel pub de mala muerte y vio a cliente frecuente bailando de forma condenadamente sugerente en medio de la pista, entendió que había algo en aquel mocoso que estaba mal. Algo que lo impulsó a guiñarle cuando le vio, ese mismo algo que llevó a Johnny a quitarle el vaso de cerveza con sutileza y a apagar el cigarrillo que había querido encender aquella madrugada.
Johnny, poco a poco, se convirtió en un espectador más cercano del desastre que era el muchacho tailandés. Con diecisiete años, viviendo su vida como el mundo fuera a acabarse al día siguiente. Rara vez intervenía, rara vez cuestionaba. Simplemente dejaba que se descarrilara a su alrededor.
Pero cuando sintió un golpe en la ventana de su pequeño departamento e instantes más tarde escuchó su florero rompiéndose, no se esperó ver a Chittaphon metiéndose por su ventana. Incluso cuando sabía donde vivía, porque varias veces había terminado en el departamento del mayor porque estaba demasiado ebrio como para notar dónde o quien lo alejaban de aquel mundo de luces de neón y alcohol; nunca antes había ido, así que colarse sólo porque la policía lo estaba persiguiendo, era una idea bastante mala.
Se disculpó por romper el jarrón y, medio gritando, le dijo que todo había sido un malentendido. Johnny sólo entendía cosas como «yo no empecé la pelea» y «él estaba insultando a Yuta». No sabía quién rayos era Yuta. Pero sí podía notar que Chittaphon estaba un poco ebrio y que eran las cinco de la mañana de un domingo.
Chittaphon era un tren fuera de control. Era el mismo que había terminado en la estación de policía un fin de semana después por actos vandálicos, según decía la carátula del caso, cosa que al tailandés le parecía divertido. Pero también era ese muchacho que esperó a que terminara su turno para plantarle un beso en los labios y salir corriendo.
Era el mismo al que encontró en el mismo pub de siempre, volcado sobre un sofá roñoso, padeciendo o disfrutando los efectos de alguna de esas pastillas que mezclan en el fondo de las bebidas. Así como también era aquel que golpeaba la puerta de su casa, con su mochila colgando sobre un hombro, mientras le pedía con aegyo que le explicara la poesía coreana porque tenía un examen.
Johnny entendió un buen día que no quería que Chittaphon se descarrilara. Aunque su moral no era la mejor de todas al tener un estudiante durmiendo a su lado, envuelto con su camisa, había cosas que él mismo tenía que cambiar si no quería perderlo.
Y entre pensamientos de no quiero perderlo, o esos otros en los que se daba cuenta el enorme espacio que había ido ocupando aquel chico con el paso del tiempo, se dio cuenta que se había enamorado de un muchacho que no podía amarse a sí mismo.
Chittaphon lloró e hizo un escándalo cuando puso un libro de antología coreana entre sus rostros cuando intentó besarlo, pero fue peor aún cuando se dio cuenta que Johnny ya no lo tocaba, ni lo acariciaba. Incluso si el mayor había intentando explicarle porque iba a comportarse de aquel modo, aún si había abierto su corazón, mostrándole su preocupación. No hubo forma de hacerle entender.
Como el tren descarrilado que era, hizo todo el estruendo que pudo, incluso cuando se aseguró que viera como besaba a un sunbae de la preparatoria de cabello blanco.
Pero nada de eso funcionó para tener a Johnny de nuevo como él quería tenerlo. Así que hizo lo que cualquier adolescente haría en su situación, lo ignoró.
Así que luego de un mes de dejar de verlo, se fue a su cafetería para ignorarlo. Se sentó en la zona de ese tal MinHyung y le coqueteó tan obviamente como pudo. El muchachito se puso todo colorado.
— Johnny no está sirviendo esta noche, él se encuentra por ahí — MinHyung señaló con la cabeza la tarima que había en el rincón.
Allí, Johnny se sentó sobre el taburete frente al piano. Sus lentes sobre la punta de nariz y sus dedos extendidos sobre las teclas.
La famosa canción de Billy Joel, comenzó a sonar y no sabía que aquel muchacho pudiese cantar de ese modo. Pero más que su voz, o que cualquier otra cosa, era el sentimiento que pintaban las palabras.
Slow down, you crazy child... Chittaphon se quedó enganchado de la melodía, mientras lágrimas traicioneras se deslizaban por sus mejillas. ¿Acaso esa canción iba dedicada para él? ¿Eso fue lo que le quiso decir mes y medio atrás?
Pero quizá no fue más que otra bienintencionada vuelta del destino. Que Johnny tocara el piano y que Chittaphon decidiera dejar su orgullo tonto de lado y que justo la canción calzara para la situación que él estaba atravesando. Y sin embargo, el menor se limpió las lágrimas y se fue del local. Mirando por encima de su hombro antes de salir.Why don't you realize? Vienna waits for you.
Un par de meses después, Johnny sacaba la basura junto a MinHyung. El muchacho le estaba contentando acerca de su visita a sus padres cuando Chittaphon apareció. Con su cabello negro y sus orejas perforadas, además, una sonrisa brillante en su rostro. Johnny también sonrió.
Había algo distinto en el muchacho, aparte de que ya no lucía su informe de preparadoria, pero se arriesgaba a decir que lucía más radiante que nunca.
— ¿Viena sigue esperando por mí?
— Viena siempre esperará por ti.
ESTÁS LEYENDO
vienna / johnten
Fanfiction¿Cuándo te darás cuenta? Viena espera por ti. ❥ nct. ❥ johnten. ❥ angst.