Capítulo 3. Drogas.

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El discurso fue todo bien hasta que decidí terminarlo echando la culpa a mis dos mejores amigas. Entonces vi como me miraban sorprendidas y decepcionadas. Tras el entierro, quise hablar con ellas pero fueron las primeras en irse ya que no querían verme, estaban dolidas.

Primero perdí a mis padres, a mi hermana y mi hermano y luego a mis amigas. Me sentía sola y en ese momento sólo quería morirme y desaparecer de esa vida que me había Dios. Empecé a caminar fuera del cementerio, girando la cabeza de vez en cuando para vigilar que nadie me viera marcharme. Conseguí salir de aquel sitio y comencé a correr sin saber donde iba hasta que mis piernas no aguantaron más y tuve que parar.

-         Hey guapa ¿dónde vas con ese vestido?

Me giré, detrás había un grupo de chicos y chicas fumando lo que parecía marihuana. El chico que me había preguntado eso se levantó y se acercó a mí. Yo retrocedí dos pasos.

-         Tranquila que no te voy a hacer nada.

Empecé a llorar de nuevo, si en ese momento mi hermano estuviera vivo, le hubiera dicho algo a aquel chico.

-         Déjala tío, es una niña inocente. Te tiene miedo ¿no lo ves? –dijo una de las chicas.

Todos se empezaron a reír de mí y yo con rabia pegué una patada a la basura que tenía cerca y grité.

-         ¡Me quiero morir!

El pie me empezó a doler y mi otra pierna no pudo aguantar todo el peso, de modo que me caí.

-         Has venido al sitio ideal para curar tus ganas de morir –dijo otro de los chicos mientras él y el otro me levantaban y me sentaban en el banco en el que estaban sentados.

-         Toma pequeña, prueba esto.

-         ¿En serio le vas a drogar?

Yo estaba flipando con la situación, no sabía cómo actuar. Finalmente cogí el porro y le di una bocanada. Empecé a toser, atragantándome con el humo y todos se rieron de mí.

-         Hasta que no te acostumbres, te pasará muy a menudo.

No sé por qué sonreí y ya con ganas, di otra bocanada. Todos estaban aludiéndome por no atragantarme esa vez, cuando mi abuelo me llamó al móvil.

-         ¿Dónde estás Mariluz? Creíamos que te habíamos perdido.

-         Estoy en un parque, necesitaba estar sola. Venir a buscarme que creo que me he hecho un esguince en el pie.

-         ¿Pero qué te ha pasado? –pregunta preocupado.

-         Estaba andando, he dado un paso en falso y me he caído doblándome el tobillo.

Cuando terminé la conversación telefónica, colgué y me despedí de los cuatro chicos y tres chicas que por un momento me habían hecho olvidarme de todo.

-         ¡Tía cuando quieras te vuelves a pasar por aquí! –dijo la chica de media cabeza rapada.

-         ¡Eres una tía súper guay! –dijo uno de los chicos ya colocado por el porro.

Me alejé de ellos y me puse en la otra parte del parque esperando al coche de mis abuelos el cual no tardó en aparecer.

Estuve diez días sin salir de casa, con el pie en reposo. Esos días consistían en dormir, comer poco, llorar, ver fotos y otros pequeños recuerdos rescatados de mi casa, intentar llamar a Triana y Rocío y pensar en los del parque. Cuando por fin pude salir de casa de mis abuelos haciendo uso de las muletas, deseaba ir a aquel parque y fumar algo que me hiciera olvidar pero mis abuelos no me dejaron ir.

-         Mariluz, esta tarde vamos a ir a hablar con la policía, nosotros no nos podemos hacer cargo de ti –me dijo mi abuela el último día que tuve que hacer reposo.

-         ¿Y qué quiere decir eso?

Ella me miró seria, me imaginaba lo que quería decir pero necesitaba que me lo dijera para poder asegurarme.

-         Te va a adoptar una pareja, son unos vecinos que conoces, Susana y Manuel ¿recuerdas?

No respondí, ni siquiera le miré a los ojos. Estaba muy enfadada.

-         ¡Malditas navidades! –chillé asustando a mi abuela.

Esa misma tarde, todo quedó aclarado y se firmaron los papeles para mi adopción. A los dos días me fui a vivir con mis vecinos. Conseguí mentirles y al día siguiente fui en taxi al parque de la otra vez, Manuel y Susana creían que iba con mis amigas.

Los siete se quedaron sorprendidos al verme aparecer. Les expliqué por qué no había vuelto aunque ellos mismos lo pudieron comprobar al verme con un pie vendado y unas muletas. Sin pedirles nada, me pasaron un porro y conseguí colocarme y olvidarme de la desgracias que estaba viviendo. Cada vez me gustaba más estar con aquél grupo que tan bien me aceptó a pesar de yo tener diecisiete años y ellos, la mayoría, veintitrés.

En cuanto me quitaron la venda un mes más tarde, pasé de ir un día a la semana a estar con ellos todas las noches en lugares donde se traficaba droga y se reunían jóvenes para divertirse y hacer algún que otro botellón. Provenía de una familia con mucho dinero por lo que no tuve problemas a la hora de pagar lo que se convirtió en algo indispensable para afrontar cada día.

La Barbie que era antes se había convertido en alguien totalmente diferente, necesitaba conocer a alguien que me parara los pies.

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Wild Heart. {Tommo's fanfic} TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora