El paciente de Shrödinger.

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Cuando era nuevo como paramédico y platicaba con mis colegas fatigados, solo una vez escuché el término «paciente de Schrödinger», y cuando lo hice la conversación terminó rápido. Insistí, queriendo saber más, pero recibí indicaciones firmes de olvidar el tema.

Reflexionaba sobre ello cada tanto. Sé caracterizar la mayoría de las emergencias. Desde choques menores hasta escenas de carretera tensas con desmembramientos o muertes por impacto, y todo lo que está en medio. Yo también me llegué a fatigar. Cuando haces lo mismo día tras día por suficiente tiempo, incluso raspar cerebro del pavimento se vuelve una rutina.

Así que, naturalmente, este suceso fue como cualquier otro.

Me acerqué al auto justo como se me había instruido. Solo había un pasajero, una mujer que tenía su rostro en sus manos, bajo el efecto del shock.

Le dije que estaba ahí para ayudarla. Abrí la puerta opuesta al asiento del conductor. Ella me vio de reojo. Pude notar que había estado llorando; su rímel se había corrido y había cubierto la mayor parte de sus mejillas. A medida que me incliné para desabrochar el cinturón, ella soltó un quejido. Le dije lo que iba a hacer y ella se quejó aún más fuerte. Le aseguré que los demás paramédicos estaban en camino, que tenía a muchas personas de su lado, que la manera en la que se sentía era completamente normal cuando eres parte de un accidente vial. Pero lo único que hizo fue protestar a través de sus dedos, que estaban sujetando su rostro y mentón.

Le quité su cinturón. Cuando los paramédicos llegaron y trajeron una camilla, le dije que la iba a sacar del auto. No pareció haber pesado más de ochenta libras, un peso que podía cargar fácilmente. Deslicé mis manos bajo sus piernas y espalda; ella gritó de dolor. Le dije que revisaría su cuello, que quizá tenía un traumatismo cervical, pero nada más serio. En toda mi vida, nunca había visto a alguien tan asustado. Le dije que tenía que mover sus manos, pero no había manera de convencerla. La tranquilicé, reiteré con que todo estaría bien, que solo debía revisar su cuello o no podría colocarla en la camilla. No cedió.

Le aparté las manos de la cara y su cabeza se cayó y se balanceó de lado a lado; la piel y músculos de su cuello eran lo único que mantenían la cabeza atada a su cuerpo. Decapitación interna.
Me dijeron que no pudo haber sentido nada cuando los nervios restantes fueron cercenados, pero eso no es ningún consuelo para mí.

Mis colegas me han dicho que tampoco hubo nada que pudiese haber hecho, que era un paciente de Schrödinger, alguien que está vivo y muerto al mismo tiempo. Se ven vivos y lo están, pero, cuando interactúas con ellos, mueren.

Lo único que puedo visualizar al cerrar mis ojos por la noche es a la chica sosteniéndose la cabeza con sus manos. Deseo que nunca hubiese tenido que ayudar a un paciente de Schrödinger.

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