Capítulo cinco.

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Le gustaba hablar con Miranda. Cuánto más se relacionaba con ella más se daba cuenta de que en algunos aspectos eran muy parecidas. Por lo poco que la conocía sabía que era una chica que iba de cara, que se enfrentaba a los problemas sin dudarlo y que rebosaba valentía, no sólo por lo que tuvo que hacer en su pasado, sino por la entereza y determinación que mostraba en cualquier situación que se le ponía por delante. Ser la última de las hermanas Estrellas no era algo sencillo, ni siquiera sabía que tenía otras cuatro hermanas hasta que su padre, Mario Estrella murió y decidió reunirlas a todas para que abriesen el Hotel. No podía imaginarse cómo debía de haber sido para ella todo aquello. Lucía y Carla no la aceptaron inmediatamente, para ellas era impensable el hecho de tener que compartir herencia con una joven que no conocían de nada, de la cual no sabían si quiera que existía hasta aquel momento. Virginia y Florencia fueron las más cercanas, aunque al principio la relación no fue precisamente buena. Con el tiempo Miranda aprendió que todas ellas, cada una en un camino distinto compartían más de lo que creían, y sin quererlo aprendió también a apreciarlas.

   Con Florencia era con la que más relación tenía. Fue la primera de sus hermanas en descubrir su pasado, en saber a qué se dedicaba cuando no estaba en el hotel ni estudiando en sus ratos libres, la primera en darse cuenta de que se tenía que prostituir a cambio de dinero y también la primera en ayudarla a salir de todo ese mundo. De todas sus hermanas, Flor era la más receptiva, jamás se había atrevido a juzgarla o a juzgar sus actos y siempre estaba dispuesta a echarle una mano con lo fuese, a escucharla, a transmitirle la fuerza que en ocasiones le hacía falta. La quería. Era imposible no querer a alguien como Flor, ella simplemente era buena, no tenía un mínimo de maldad dentro suya. Por eso le molestaba verla pasarlo tan mal, sobre todo desde que la pelirroja que tenía en frente de la pantalla de su ordenador se había marchado de Buenos Aires. Jamás se lo había comentado, jamás se había atrevido a decirle a Jazmín que Flor lo estaba pasando mal por ella, que apenas salía de su habitación, que la mitad de las veces estaba con la mirada perdida pensando en cualquier cosa y que quizás lo que debería hacer era mandarle un mensaje para intentar arreglar lo que pasó porque su hermana realmente lo necesitaba. Pero se contenía. Se contenía porque sabía que no debía meterse en aquella relación. No quería traicionar a Flor después de todo lo que había hecho por ella, y quizás reconocer delante de Jazmín lo que le pasaba era algo así como engañar la confianza que ambas habían formado desde el momento en el que se conocieron.

—Estás re pensativa hoy, Miru— comentó la pelirroja al otro lado de la pantalla del ordenador. Cuando Miranda levantó la cabeza y la mirada que había posado sobre el colchón se encontró con un ceño muy fruncido por parte de Jazmín.

—Perdoname, estaba en cualquiera— respondió.

—Me podés contar— la animó.

   Miranda tragó saliva. Tenía claro que no podía decirle lo que pensaba al respecto, que ni siquiera podía hablarle de lo que Flor sentía de manera directa, así que su mente viajó hasta el suceso ocurrido por la mañana en el hotel y lo utilizó como excusa para que ésta no sintiese que no tenía la suficiente confianza con ella.

—Esta mañana se armó un quilombo acá en el hotel— contestó al cabo de unos segundos.

   Jazmín alzó ambas cejas, dobló las rodillas sobre la cama y se colocó el portátil encima de las piernas. Ahora Miranda tenía toda su atención, incluso más que antes, así que comenzó a relatarle lentamente lo que había pasado; que Leo había desaparecido para cubrir el puesto que ésta había dejado al marcharse del Hotel, que después de eso, dos chicos jóvenes habían estado esperando para registrarse más de una hora y media y que Carla y Lucía habían conseguido poner de los nervios a Florencia porque no eran capaces de solucionar el problema de una manera distinta.

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