Aquel miércoles una lluvia suave y tintineante cubrió a toda la capital francesa. Danzaba con gracia y se estampaba contra los grandes ventanales del departamento que alquiló tres meses atrás, cuando sintió la necesidad de abandonar Laos.Otabek no pertenecía ni aquí ni allá. Constantemente su lugar de residencia cambiaba de manera radical; no tenía un trabajo fijo, pero, gracias a la fotografía y a su talento subsistía de manera exitosa, costeándose la vida en diferentes sitios.
Chasqueó la lengua mientras su mirada se clavaba en el exterior dónde, podía apreciar una privilegiada vista de la ciudad. Definitivamente era un espectáculo maravilloso ver la lluvia caer desde Montmartre, llenando cada rincón de las calles parisinas. Era tan hermoso que, él podía permitirse el odiarlo con gran intensidad.
Sí, para Otabek, no existía nada peor que los días de lluvia.
Aquel clima solía deprimirlo aún más de lo habitual; pues, hasta el recuerdo más insignificante que estuviese ligado al doloroso pasado que cargaba sobre sus hombros asaltaba su mente cuando el cielo lloraba, cual bandido sucio y escurridizo; martirizándole durante largas noches de penumbra y lágrimas.
Todo eran recuerdos y memorias llenas de él; un ángel de piel nívea y cabellera azabache. El muchacho delgado, de semblante serio y sonrisas discretas, aquel al que le prometió no más que la vía láctea, tres besos al anochecer y mañanas de café y panqueques junto a la chimenea.
El coreano había robado el corazón del kazajo casi de manera instantánea, cuando sus miradas se encontraron en la biblioteca de la facultad de artes y ciencias humanistas. Otabek estudiaba artes visuales y, Seung Gil por su parte, filosofía. Así comenzó todo, con miradas discretas y ocasionales palabras de cortesía cómo un simple 'buenos días'. Está de más decir que, de alguna forma, el silencioso y serio asiático terminó por enamorarse profundamente del extranjero que, por su talento e inteligencia, había terminado como estudiante de intercambio en Seúl.
Su amor creció con el tiempo y, ambos sentían que el lazo que los unía era tan fuerte que ni los dioses lograrían que aquel sentimiento tan puro y vivo se marchitara.
Y así era. Al menos en Otabek permanecía tan vivo cómo el primer día, pese a que el corazón de Seung Gil no latía más.
"¿Alguna vez escuchaste la leyenda del 'hilo rojo del destino'?... ¿De verdad?... Bien. Cuenta que, un hilo rojo une a dos personas que están destinadas a estar juntas. El hilo puede estirarse, contraerse y enredarse con otros inclusive, pero nunca podrá romperse.
Estoy seguro de que tú eres el otro extremo de mi hilo rojo, Otabek."
Maldijo en voz baja. Ahí estaba de nuevo; era su voz serena resonando en cada rincón de su cabeza. Sus ojos, la calidez de sus manos recorriéndole el rostro y su suave murmullo recitando un 'te amo'.
Tal vez se estaba volviendo loco, pero, podría jurar que podía sentir la presencia del muchacho rondar por los pasillos. Casi creía que si giraba el rostro, lo encontraría de pie recargado sobre la barra de la pequeña cocina, dedicándole una tenue sonrisa. Casi sentía que podía acercarse para tocarlo nuevamente, besar sus labios y hacerle el amor. ¿Qué clase de sentimiento vacío y carente de paz era ese? No lo sabía, y ya llevaba poco más de dos años experimentándolo y sufriéndolo.
De lo único que tenía certeza, era del increíble vacío al que estaba condenado a vivir el resto de sus miserables días.
Una lágrima traicionera resbaló por su mejilla y, de manera inmediata la secó con la manga de su suéter. Caminó en dirección al único sillón que tenía en la sala y tomó asiento, mientras volvía su mirada al exterior. Suspiró con pesar, recargando su barbilla sobre la palma de su mano.
Sabía perfectamente que el pasado no podía moverse ni cambiarse, sin embargo, las imágenes que volvían a su cabeza aún conservaban su color, su amarga esencia. Le torturaban y le hacían recordar su culpa. La culpa de no haber estado con él, de no haberlo protegido como siempre lo prometió. Entre más vueltas le daba, el dolor y la imagen del chico de la biblioteca caminando de su mano se hacían cada vez más intensas.
El llanto no tardó en hacer acto de presencia; dejando la amarga escena de un chico roto en mil pedazos, lamentándose en silencio tratando de no derrumbarse aún más.
Y esa, sólo era una noche de lluvia más.
¡Hey!
Ha sido un laaaargo tiempo desde la última vez que di señales de vida, ¿verdad?
A decir verdad, en todo éste tiempo no me sentía motivada para volver a escribir; ya saben, quizá fue un bloqueo mental.(¿?) En fin. el otro día tuve un sueño un poco extraño y aquello fue lo que me inspiró a escribir esto, tomando como pareja principal a una de mis favoritas: OtaYuri. <3
¡En verdad tenía un montón de ganas de desarrollar esta idea! Aunque, quizá me gane el odio de muchos por hacer sufrir tanto a nuestro queridísimo Otabek, pero, las personitas que han leído el par de escritos que tengo publicados acá saben perfectamente que me encanta joderle la vida a uno de los personajes sí o sí.
En fin, les agradezco que se hayan tomado el tiempo de leer esta pequeña y breve muestra con lo que arrancará éste fic. Si les ha gustado, háganmelo saber. <3
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Fantôme. [OtaYuri]
FanficOtabek Altin vive sus días como alma errante, torturada por el dolor y la incapacidad de superar la muerte de aquel que juraba, era el amor de su vida. Sin esperanza alguna y con el simple deseo de encontrar respuestas, pasa el resto de sus días vag...