Había una vez, unas tempestuosas y delineadas cejas, éstas eran acompañadas de unos líquidos ojos color café. Apañados a ellos se hallaban delicados vellos curvilíneos que hacían de pestañas. Era la mirada más preciosa que vi. Un poco más abajo, de un leve tono carmín, tenía esos delicados pómulos que no provocaban más que suspiros en mi. Esa nariz ridículamente respingona decoraba un rostro extraño y dulcemente precioso, haciéndole juego a aquellos montículos delgados y vanidosos, sus labios. Bill era dueño de eso y mucho más. Y me tenía completamente idiotizado. En un mundo donde dos hombres no pueden amarse sin ser juzgados, sin ser apuntados y ridiculizados, me encontraba. Era lo terrible de toda esta historia, más aún cuando el chico que te gusta es... tu hermano.