Esa clase de chicos

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–Izuku, te presento a tu nuevo amigo, Katsuki.

El pequeño levantó la mirada de su castillo de arena, encontrándose al instante con dos rubíes amistosos y una pequeña sonrisa que no pudo identificar. Aun así, agitó la cabeza de arriba abajo para calmar a su madre y se levantó para jugar con su nuevo amigo.

Jugaron todo lo que dos niños pudiesen jugar, subiéndose a los columpios, a la barra –al tobogán no, pues Izuku le tenía un miedo horrible– y, para el final del día, se convirtieron en los mejores amigos.

Sus manos, pronto se cocieron la una a la otra, nunca separados dondequiera que fueran.

"Mira, Kacchan, los ciempiés salieron con la lluvia"

"Kacchan, esta noche la luna es roja, ¿viste las noticias?"

"Se te cayó el botón, Kacchan. Vamos a que mi mamá te lo cosa"

"Tengo miedo... Duerme conmigo, Kacchan"

Inko se acostumbró tanto a verlos juntos que cuando volteó la página, Izuku estaba saliendo de primaria.

Cargando su mochila amarilla se despedía desde la entrada de la casa todos los días, y por la ventana alcanzaba a ver a Katsuki a su lado. Un poco extrañada decidió restarle importancia, ya que, siendo un día tan importante como el primer día de secundaria necesitaría un poco de apoyo extra.

Hasta el punto de tornarse extraño como seguían unidos, como si de dos caras de una misma carta se tratase.

Pero, despacio y sinuoso como una fuga de aguas negras en un manantial, la actitud de Izuku se fue distorsionando. Ni siquiera era notorio. Inko solo pudo concebir en su preocupada mente de madre, que era una mala jugada de su mente creer que a su preciado hijo se le desfiguraba el rostro en una mueca grotesca cada vez que no le miraba directamente.

–Izuku, conseguí este folleto y mamá pensó que podrías darle un vistazo.

Papel couché brillante A5 se deslizó con un sonido rugoso sobre la superficie de la mesa del comedor donde desayunaban un día cualquiera; en letras amarillo puro se leía claramente el nombre de la prestigiosa escuela superior a la que Izuku siempre quiso entrar.

–Hablé con Kacchan hace poco de esto, ambos estudiaremos ahí, ¿no es genial, mamá? ¿...Mamá?

Inko sonreía nerviosa, sin tener idea de qué hacer en estos casos, se levantó dejando caer la silla y soltando disculpas al aire salió directa a encerrarse a su cuarto.

El adolescente se quedó siguiendo el fantasma de su madre con la cabeza inclinada y confundido, decidió seguir comiendo.

-

El día de los resultados para el examen, Izuku no cabía de emoción, milagrosamente fue aceptado y no pasó ni un minuto después de leer su nombre en la cartelera de la entrada al edificio para que le faltase el aire y las piernas las sintiera cortas por salir corriendo a toda prisa sujetando la mano de Katsuki firmemente con destino a casa. Al llegar, abrazó a su madre con todas sus fuerzas, soltando a Katsuki en el proceso, dejándolo afuera de la escena familiar.

No es como si Izuku lo planease, pero, le prestaba menos atención a su mejor amigo desde que inició la preparatoria y a éste para nada le agradaba el cambio de planes.

Creció en Katsuki el sentimiento más horrible, ese sentido equivoco del más oscuro egoísmo, egoísmo dirigido al mundo, por apartar a su persona más cercana. No soportaba ver la sonrisa del pecoso formada por las palabras de terceros, o los abrazos que a él nunca le daba, ni el tiempo que gastaba con otros, odiaba con cada parte de si el hecho de ser arrancado de la vida de Izuku.

Y no lo permitiría más.

-

Bajo la tenue luz de las farolas, saltaba de charco en charco mojando sus zapatillas rojas.

–¡Atrápame, Kacchan!

La llama viva que se formaba en sus pupilas no auguraba nada bueno, fácilmente llegó al muchacho de cabello rizado, tomándolo de la mano y forzándolo a detenerse en su andar.

–¡Izuku! –Llegó la voz desde el fondo de la calle, un gorro de lana blanco sobresalía del horizonte, transformándose en una chica castaña que los alcanzó en poco tiempo, ahogada– Gracias a dios que te alcancé... Me llevé tu libro de física por accidente.

–Uraraka –sonrió nervioso Izuku, tomando el libro con ambas manos– no te hubieses molestado, nos vemos mañana en clase de todos modos.

–Tienes razón, pero pensé en invitarte a comer o algo, ¡D-digo! Es por... por ayudarme aquel día con mi tarea, sí.

–M-Mi casa está a dos cuadras, y estoy seguro que a mi mamá le encantaría conocerte.

–Amo la comida casera –juntó sus dedos emocionada antes de hacer una mueca curiosa– ¿Eh?

–Lo siento, Uraraka, no te presenté antes –Izuku se rascó la mejilla– él es Kachan, un amigo de la infancia.

–Vaya, Izuku, no pensé que serías esa clase de chicos –Uraraka sonrió– un gusto, Kacchan.

-

Con esa conversación se destruyó todo.

Katsuki no daría su brazo a torcer, desde que conoció al infante pecoso y llorón supo que haría lo que estuviese en sus manos para poseer su alma, destrozar su corazón y corromper su cuerpo. Forjó su plan desde la primera vez que unieron sus manos llenas de arena en ese parque que ahora estaba viejo y abandonado.

Entrar a su mente era el primer paso, tuvo que hacer que confiara, estar cerca, ayudarlo en lo posible, darle ánimo.

Luego, lo distanció de sus amigos, de su familia, y hasta de sus intereses, haciéndole creer que lo que pensaba no tenía valor si estaba cerca de él.

Para finalizar, envenenó las promesas de palabras dulces, drenó su cuerpo del deseo de la vida, dejando un cascarón. Listo para ser infectado por un virus mortal.

-

Al llegar a casa después del trabajo, Midoriya Inko presenciaba sin palabras a su adorado, precioso, la luz de su vida, la única razón de su existencia, hijo único deshecho en una masa indescriptible de órganos abiertos cayendo en cascada desde su estómago, al tiempo que la sangre saliendo aún en borbotones de entre los surcos de los clavos en sus manos que lo sostenían colgando de la pared le decían silenciosamente que ni en su peor pesadilla esto podría ser posible. No supo con qué fuerza de voluntad desvió su vista al suelo, donde el peluche que le compró a Izuku a los seis años la miraba en una sonrisa animal.

"Hoy, dieciocho de septiembre, se registra el hallazgo de los cuerpos de más de sesenta personas en un atentado de causas desconocidas en el que se vio envuelto en llamas un complejo de apartamentos del área metropolitana cerca de Tokio, entre ellos, una mujer de, se presume, cuarenta y cinco años y un adolescente de dieciséis en el apartamento donde se inició el incendio. Más detalles en nuestra emisión de las nueve y media de la noche."

"Esa clase de chicos"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora