Se giró hacia el otro lado de la cama, buscando quedarse finalmente dormida, pero no era posible. Se acomodó nuevamente boca arriba, mirando el estuco del tejado. Giró su cabeza, viendo por décima vez en la noche, el pequeño reloj de la mesa nocturna.
La aguja marcaba el número dos. Suspiró hondo, sintiéndose fastidiada de no conciliar el sueño. Ese día había sido duro. Steven y ella habían estado limpiado la piscina y podando el césped. Quería descansar, para despertar llena de energía y no dejar aburrir a su pequeño.
Eso le recordó su hermoso bebé. Sonrió al vivificar su rostro angelical. Lo había soñado tanto tiempo, que ahora que lo tenía, no lo podía creer. Observó el radio monitor y entonces cayó en cuenta, de que había estado demasiado silencioso.
Su oxígeno se hizo espeso de inmediato. Se reclinó en la cama, logrando quedar sentada. Steven a su lado, dormía plácidamente. Envidiaba su manera tan sencilla de sólo acostarse y encontrarse con Morfeo en cuestión de segundos. Se removió incómoda en la cama, sintiéndose negativa.
—Steven. —Llamó la mujer, sacudiendo ligeramente a su esposo. —El bebé está muy callado.
Su esposo se dio vuelta observando a su mujer. Se talló los ojos con el dorso de la mano y se estiró.
—Está dormido, Mel.
—No, está muy callado. —Volvió a decir, sintiéndose cada vez más angustiada con las palabras. Bajó los pies de la cama y los metió dentro de sus babuchas. —Iré a verlo.
Steven farfulló algo entre dientes y metió su cabeza debajo de la almohada nuevamente. La mujer caminó en la oscuridad, conociendo a la perfección la ubicación de los muebles de su casa. No hizo ruido alguno cuando atravesó el pasillo, a escasos cuatro metros de su cuarto y empujó la puerta del cuarto del bebé.
Los muros estaban coloreados con paisajes llenos de dibujos arcoíris, caricaturas de animales, algunas letras y los números hasta el cinco. Ella misma junto con Steven, lo habían pintado para Patrick, el bebé. Se parecía tanto a Steven, que él solía decir que no recordaba haber negado ser su papá. Lo cual siempre causaba una risotada por parte de Melany.
La luz nocturna entraba por la ventana y creaba una sombra de rendija en la alfombra, por las persianas medio abiertas. La cuna blanca estaba en mitad del cuarto y Patrick estaba dentro de ella, con los ojitos cerrados. El monitor estaba sobre una repisa, casi que pegada a la cuna de madera. La luz roja indicaba que estaba encendido.
Las manitas del bebé de tres meses, estaban empuñadas y su gorrito cubría esa espesa capa de pelo negro. En tanto lo vio dormido, Melany respiró hondo, aliviándose. Estiró su mano, acariciando su carita y notó algo terrible: Patrick estaba tibio, casi que frío.
No estaba haciendo frío, pero verificó que el aire acondicionado estuviera apagado. Su pecho empezó a delatar que ella respiraba con brusquedad. Con su otra mano, tocó su mejilla y luego se pequeño pecho. Pero éste no se movía.
—¿Nene?— Susurró, metiendo uno de sus dedos por el cuello de la camisa, para tocarle debajo de la axila y también allí estaba frío. —No respira...
Se dio cuenta de lo que había dicho y detectó líquido acumulándose en sus ojos. Lo alzó, con cuidado de no lastimar su frágil cuerpo y lo cargó; pero su cabecita se ladeó un poco hacia un costado y cuando metió el dedo en el puño cerrado del bebé y él cedió sin ningún esfuerzo, Melany descubrió que ya el pánico se había apoderado de su cuerpo.
Jadeó con la boca abierta, sintiendo un peso enorme posarse sobre su pecho. Sin poder controlado, soltó un grito tan fuerte que supuso había despertado a los vecinos. Sus temores se cumplieron cuando el bebé no reaccionó a lo que sería un gran susto.
—¡¿Mel?!— Gritó Steven desde su cuarto. Melany se dio cuenta que había empezado a llorar descontroladamente, pero se negó de soltarse de su bebé. —¡Melany!
—¡Steven!— Llamó con las venas de su cuello haciéndose notar. Con manos temblorosas sostuvo a Patrick frente de sus ojos, temiendo que se cayera. Su esposo apareció a su lado, con el rostro contraído del susto, ella notó la confusión en sus ojos. —No respira ¡No respira!
Steven también respiraba con la boca abierta, sin saber bien qué decir. Pensó en llevarlo al hospital y corrió de vuelta al cuarto a buscar las llaves del carro. Melany estaba soltando alaridos de dolor, sin comprender bien por qué había sucedido y qué era lo que había sucedido.
—¡¿Adónde vas?!— Gritó ella confundida, mientras estrechaba entre sus brazos a su pequeño. Bajó saliva para remojar su seca garganta y notó que ya había empapado su camisa con las lágrimas.
Steven apareció nuevamente y sólo la tomó de la mano, llevándola hacia el garaje. Ella se dejó llevar mientras su estómago se encogía del dolor. Por su cabeza pasó la idea de que quizá el temor la había traicionado y que el bebé sí estaba respirando, pero cuando lo miraba con sus párpados cerrados a pesar de los gritos que ella daba, apretó los labios.
El carro salió dejando marcas de neumáticos en el asfalto. El reloj del auto marcaba media hora más de la de hacía un rato. Steven lucía perturbado, desesperado, pero no lloraba como su esposa. Su expresión facial, decía que él tenía más de cuarenta, cuando apenas si alcanzaba los treinta.
Cuando llegaron a urgencias, ni siquiera terminó de aparcar y se lanzó fuera del auto. Melany le imitó, con Patrick en brazos y ambos trotaron dentro del hospital. Eso le trajo un vago recuerdo, de cuando habían tenido que venir igual de apurados e igual de rápido, porque ella tenía trabajo de parto. En ese mismo estacionamiento, a esa misma hora, pero tres meses atrás.
—¡Un doctor!— Vociferó Steven cuando entraron, Melany ni siquiera podía hablar bien, sus palabras se tropezaban unas con otras. De su boca sólo salía llanto. —¡Es mi bebé, por favor!
Un par de enfermeras se acercaron con sus rostros preocupados y cuando notaron el bebé, sus cejas se arquearon. Sus miradas preguntaban qué sucedía y Melany conteniendo el llanto, sólo soltó lo que había estado diciendo todo el rato:
—¡No respira, no respira!
Y se lo llevaron dentro, donde sólo ella pudo pasar. Caminaron a paso rápido por un pasillo y entraron en una habitación donde un doctor empezó a hacerle primeros auxilios.
Steven aguardó en la sala de espera, dispersando todo el ambiente de confusión que se había creado en el lugar. Todos habían quedado ligeramente asustados con la estruendosa entrada de la pareja al hospital. Cruzó sus dedos y apretó los dientes, cuando el grito de su esposa llamó su atención. Dos enfermeros más corrieron hacia el lugar y Steven fue tras ellos.
Patrick estaba sobre una camilla, inerte y Melany se revolcaba, queriendo soltarse de los enfermeros quienes lograron inyectarle un calmante, que en cuestión de segundos la tranquilizó y la envió a un sueño profundo.
—Realmente lo siento mucho. Se le conoce como muerte súbita. La mayoría de veces sucede porque quedan en una mal posición al dormir y mueren por asfixia. —Explicó el doctor y bajó su mirada, mientras los enfermeros salían del lugar, conmocionados por la escena —Lo lamento mucho. Dios los bendiga.
Y se retiró. Steven caminó hasta tomar asiento en la silla contigua a la camilla donde habían acostado a su esposa y vio cómo se llevaban a su bebé sin vida. Apoyó los codos sobre las piernas y se cubrió el rostro con ambas manos, para dejarse sumergir en un amargo y terrible llanto.
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UNA ROSA MARCHITA │COMPLETA
General FictionUna joven pareja de casados, disfruta de los primeros años de matrimonio con el nacimiento de Patrick. Él, más que ser el primer hijo, es un símbolo de lucha; pues fue concebido tres años después de que un doctor le dijera a Melany que, las posibili...