Un amor imposible

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Viljo vio por primera vez a Lindsay la víspera de navidad de 1998. Por aquel entonces, él era un joven y travieso duende al que sus puntiagudas orejas apenas le permitían mantener el gorro sobre la cabeza.

El duende, ya ataviado con sus mallas rayadas y una cálida casaca verde, consiguió evitar el tintineo de los cascabeles que decoraban sus botas cambiándolas por unas zapatillas.

Ávido de nuevas experiencias, no pudo resistir la tentación de colarse en el trineo de Papa Noel. Oculto entre dos grandes sacos repletos de regalos, Viljo se aventuró a surcas los cielos sin que Santa se percatara de que le acompañaba tan singular polizón.

Los renos, encabezados por Rudolph, empezaron a tirar del trineo en medio de una tímida tormenta de nieve, pero, en cuanto despegaron y comenzaron a trotar, el cielo se despejó facilitando así que la Estrella Polar les guiara en su viaje alrededor del mundo.

Atravesando el estado de Michigan, cuando sobrevolaban Brighton, una fuerte corriente de aire les obligó a descender hasta posarse sobre el tejado de una de las casas de la zona residencial.

Papa Noel aprovechó para repartir los regalos destinados a los residentes de dicha zona, comenzando por los de la familia que habitaba en la casa que se erigía bajo sus pies. Y, tras asegurarse de que todos sus ocupantes dormían, se deslizó por la chimenea y se dispuso a depositar los presentes a los pies del árbol de navidad. También llenó de dulces los calcetines que colgaban de la repisa.

Mientras tanto, Viljo, contemplaba el interior de la vivienda desde la ventana del desván. Y resultó que, el desván, se había convertido recientemente en el dormitorio de Lindsay, la pequeña de la casa.

Lindsay lloraba en silencio escondida bajo las sábanas. Estaba tan disgustada que le era imposible pegar ojo. Aquella misma tarde, Manchitas, la mascota de la familia, se había hecho con Tobby, su adorable osito de peluche, y lo había reducido prácticamente a pedazos. Tobby era el compañero de juegos favorito de la niña, y se le estaba haciendo muy duro el verse obligada a despedirse de él.

Viendo el sufrimiento de Lindsay, el duende volvió al trineo y se hizo con otro osito de peluche. Acto seguido, abrió cuidadosamente la ventana y lo depositó en el interior.

Viljo se embarcó de nuevo en el trineo para recorrer el mundo entero, pero, a pesar de que visitó ciudades preciosas, que se detuvo en montones de pintorescos pueblecitos, y atravesó las inigualables auroras boreales de vuelta al Polo Norte, no pudo dejar de pensar en aquella niña. Es más, el duende no consiguió quitarse a Lindsay  de la cabeza en todo el año. Tanto era así, que deseaba que llegasen nuevamente tan señaladas fechas para poder verla otra vez.

Las navidades siguientes, después de envolver los últimos juguetes para posteriormente cargarlos en el trineo, se subió a él. Y, tras repetir el viaje del año anterior, y ya sobre el cielo de Brighton, Viljo se deslizó por la estela de polvo de estrellas que dejaba el trineo a su paso,acompañado por un oso de peluche.

Dejando un rastro de diminutas pisadas en la nieve que se acumulaba sobre el tejado de la casa de Lindsay, corrió hacia la ventana del desván. El duende se felicitó al contemplar cómo la niña  dormía abrazada al osito que él le había regalado. Y, sin pensarlo dos veces, dejó otro oso junto a la ventana. Y así lo hizo año tras año, navidad tras navidad.

El duende vio crecer a Lindsay, y se deleitó de como cuidaba con mimo los que eran sus juguetes más preciados. Y , a la par que la colección de ositos de peluche de la niña iba aumentando, el lugar que ella ocupaba en el corazón del duende se ampliaba de igual modo.

A Viljo le pareció encantadora la sonrisa de la niña cuando mudó los dientes. Incluso cuando le pusieron el aparato de corrección dental. También vivió su graduación con ilusión. Y, aunque Lindsay ya estaba en plena adolescencia, y al crecer se había deshecho de parte de sus recuerdos de infancia, jamás se desprendió de sus ositos de peluche.

Con el paso del tiempo, Viljo fue consciente de que estaba perdidamente enamorado de Lindsay. Y, observar cómo ella no renunciaba a los ositos con los que él le había obsequiado, le pareció una señal de que, en parte, su amor era correspondido.

En la víspera de navidad de 2017, el duende esperaba con ilusión el momento de partir. Había decidido qué, incumpliendo todas las normas habidas y por haber, se mostraría ante Lindsay para declararle su amor. Tenía planeado hacerlo tras entregarle un obsequio muy especial, uno que había fabricado espacialmente para ella. Con todo su cariño, había creado el osito de peluche con el pelaje más suave y brillante que había existido jamás. Además, era tan esponjoso que, al abrazarlo, le parecería que estaba acariciando una nube. Era tan tierno y maravilloso que no tenía parangón. Sin duda sería la joya de su colección.

Aquella noche, al llegar a casa de Lindsay y, tras cumplir con el ritual de asomarse a la ventana de su habitación, se percató de que no dormía en su cama. En realidad, ningún miembro de su familia dormía todavía a pesar de que ya era de madrugada. En la casa ya no había niños, por lo que parte del espíritu navideño se había esfumado llevándose consigo varias tradiciones navideñas. Aun así, Viljo estaba decidido  a decirle a Lindsay que la amaba. Y lo estuvo hasta que contempló cómo Lindsay, su Lindsay, disfrutaba de la cena familiar en compañía de otro hombre. Lindsay había regresado de la universidad junto con Paul, con el que celebraba su primer año de noviazgo.

Y en ese preciso instante, a Viljo se le partió el corazón. En cuestión de segundos, todo el amor que sentía por ella, se esfumó dejándole vacío.

El duende, incapaz de abarcar un dolor tan profundo cómo repentino, dejó que la oscuridad tomase su alma. Decidido, se adentró en la habitación de la chica y, al hacerlo, comprobó que todo estaba dispuesto para que Lindsay y Paul compartiesen incluso cama.

Herido en lo más profundo, Viljo sintió la necesidad de vengarse por despecho. Por la ofensa, arrancó los ojos a todos y cada uno de los ositos de peluche que él le había regalado. Acto seguido, introdujo todos los ojos entre las sábanas de la cama de Lindsay y, cómo colofón final, colocó nuevamente todos los ositos en su lugar de la estantería para que su aterradora mirada ausente diese la bienvenida a la pareja.

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