Lo vi.
Lo vi y eso dolía.
La forma en que su cuerpo era consumido por tanta tristeza, por tanto estrés y por tantas decepciones. Lo veía, notaba como su castaño cabello caía sobre su frente y ocultaba lo poco que dejaba ver de sus hermosos orbes azules, cuales intentaba tapar con sus brazos. Siempre tenía sus ojos rojos, muchos decían que era de tanto fumar marihuana, pero, sí nadie lo había visto fumar, ¿Cómo podían asociar aquello tan fácil? ¿Cuál era aquella manía de la gente por crear rumores tan fácilmente? Como sí no tuviesen una vida o reputación que mantener, arruinan la de alguien más.
Me gustaba verlo, en especial porque en algunas pocas ocasiones levantaba la mirada, normalmente era en las clases de literatura, cuando nuestro profesor hacía alguna interesante lectura o crítica, sin embargo solamente yo veía eso. Además, cuando esto ocurría, lograba observar las preciosas pecas esparcidas por su rostro. Muchas personas se burlaron de aquello, pecas, ¿Qué tiene de malo tener pecas? A mi criterio, son hermosas y, en él, mucho más.
Con el tiempo comencé a verlo más, siempre llevaba un pañuelo negro atado en su muñeca izquierda, jamás le prestaba atención cuando alguien tiraba sus lápices, mucho menos cuando pasaban por su lado y lo criticaban, jamás notaba algo, mucho menos a mí.Al salir de clases tomaba el camino más largo, un día vi que entró en una casa frente la mía, con el correr de las semanas noté que iba todos los miércoles, ¿Quién podría vivir ahí? Él era un misterio, pero de aquellos misterios que te consumen, aquellos que te envuelven y toman hasta el último minuto de tu vida sin siquiera pedir tu permiso. Era un misterio y tenía que resolverlo.
Jamás lo vi llorar, miento. Un día lo vi, fue el único día que lo vi llorar, sus ojos estaban rojos, como sí hubiese fumado marihuana o alguna droga similar, estaba sentando en una esquina de la biblioteca, un pequeño rincón donde nadie vería a un chico tan triste como él, sin embargo, yo lo vi. Intenté preguntarle sí estaba bien, me dio tiempo para hacer la pregunta, pero no lo hice, por lo que él se levantó y huyó.
Fueron cinco días los que dejé de verlo, la añoranza crecía dentro mío, al igual que los rumores en el curso: que había muerto por una sobredosis, que seguro estaba preso, que se sentía deprimido, que andaba con alguna prostituta que habrá conocido en un bar, que era un "flaco más" y no importaba sí venía, sin embargo una llegó a mi corazón, lo tocó. "Seguro se mató, no tenía vida".
Me tranquilizó verlo después de aquello caminando tranquilamente por la calle, con los auriculares en sus orejas, rompiendo sus tímpanos con algún tipo de música metal mientras mantenía la mirada perdida. Lucía como sí esperara que un auto le pasara por encima y acabara con tanto sufrimiento. Las personas lo chocaban, nadie se disculpaba, ¿Qué sucedía con los demás? ¿Por qué no hacían algo? ¡Él estaba muriendo lentamente! Porque así era, se estaba consumiendo en rumores y fracasos, caminaba pero no avanzaba, ¿Qué sucedía con él? La curiosidad fue más grande que mi cordura así que lo seguí, fueron tantas calles las que caminé, mis talones no podían más, al ver que entraba en un edificio, corrí e interpuse mi pie en la puerta. Me miró, por primera vez en tantos meses, me miró. No supe que decir, mucho menos que hacer, su azulada mirada se conectó con la mía, necesitaba hablar antes de que la depresión terminara de consumir la poca cordura en su cuerpo, necesitaba hacer algo y eso hice. Rodeé su torso con mis brazos, lo abracé como sí no hubiese un mañana, porque así era, ya no había un mañana para él. Para mi sorpresa, no se negó, recibió mi abrazo y lo correspondió, me susurró palabras que, hasta el día de hoy, no logro entender. Pero todo terminó en cuanto se separó de mi y lo pude ver, bajo la manga de su campera, ya no estaba aquella bandana negra, líneas rectas y rojas, tantas que no podía contarlas. Tuve tanto miedo, por favor, no me culpen, tuve tanto miedo. Hui, como la cobarde que soy, con la conciencia vacía, porque era su culpa querer morir, porque yo no le había hecho nada, nadie le había hecho algo, porque era un chico triste más y merecía morir.
Miento.
Porque lo vi. Lo vi sentado en el banco de siempre, intentando ocultar sus hermosos ojos azules del mundo, con sus brazos rodeando su mochila marrón y su cabello revuelto por el insomnio y dar vueltas en la cama. Lo vi y no podía dejar de verlo. Mi mirada se cristalizó de tanto verlo, un nudo se formó en mi pecho al igual que en mi garganta, quise llorar y gritar al mismo tiempo. Ya no había rumores, ya no había misterios pero yo, yo lo vi.
-¿Qué ves? -Cuestionó mi compañero de banco, Nathaniel, chasqueando sus dedos frente mis ojos.
Sonreí ampliamente, observando el lugar donde, dos días atrás, Adrien se sentaba, para luego, con la conciencia cargada y en apenas un hilo de voz, poder responder: -A nadie.