Capítulo 2.2: Realidad virtual

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Después de la oficina, llego a casa de Mika y la encuentro con Damián y sus dos hijos en la puerta.

—¡Dami! ¡¿Cómo estás?! Tanto tiempo —lo saludo a él y a Mika y beso con pasión a Mimí de dos y a Fede de tres añitos. Se llevan menos de un año.

—Un par de meses nomás —puntualiza Dami y pienso si leyó mi mente hasta que recuerdo que hablábamos del tiempo que no nos veíamos—. ¿Tanto me extrañaste hermosa?

—¡Dale che! Está tu mujer enfrente.

—Ex mujer. —Aclara Mika—. No te preocupes que ya estoy acostumbrada.

—¡Damián! Eso es muy feo.

—Lo feo es que nunca hacía esas cosas conmigo —reprocha jocosa.

Damián se ríe como quién fue atrapado in fraganti en una travesura y ambas lo seguimos.

La relación de ellos siempre fue una extraña amistad con derecho a roce, que intentó pasar a mayores pero sin buenos resultados.

Prefirieron hacerse a un lado antes de lastimarse mutuamente y a sus hijos.

—Con vos lo hago en privado —le coquetea ahora.

—¡Bah! No le des bolilla. Es puro bla bla. ¡Te olvidás el bolso! —se interrumpe y corre adentro.

Dami aprovecha para preguntarme algo.

—¿Vos tenés el teléfono de Leo?

—¿Leo del secundario?

—¡Ése mismo!

—¡Qué raro!

Leo no era uno de nuestros grandes amigos. En el último año del colegio, cuando Milho estaba en Europa por el programa de protección de testigos, todos los chicos del curso que estuvieron en su cumpleaños el año anterior, me ayudaron mucho para que no fuera el peor año de mi vida. Pero mi gran amiga del Colegio fue Mika. Dami ya cursaba en la Facultad y Pablo era de otro Colegio. Ellos conocían bien a mis compañeros por todas las actividades a las que asistían conmigo, para cuidarme de los narcos que querían extorsionar a Milho, y que podrían relacionarlo conmigo e intentar otra aterradora advertencia. Pero Leo no era de nuestro círculo íntimo.

—El otro día lo vi con la madre y pensé que tenía el teléfono de su casa.

Y ahí es donde todo queda claro.

—¡Aaaacabáramos!... No creo que viva más en ésa casa. A lo sumo vive su madre. —Lo miro con suspicacia.

La mamá de Leo debe andar por los cuarenta años, pero parece no haber cumplido ninguno más desde los treinta. Y Damián tiene justamente esa edad. Nadie notaría la brecha generacional. La conoció bailando en aquel cumpleaños de diecisiete de Milho.

—Así que lo que querés, no es el teléfono de Leo, sino el de su mamá. ¿Qué pasó entre ustedes en ese cumpleaños que diez años después todavía estás metejoneado con ella?

—¿Yo? Yo no tengo ningún metejón ni ningún otro tipo de enganche con ella.

—Damián.

Lo miro con incredulidad evidente hasta que habla.

—Me dejó loco y me trató como a un nenito —confiesa.

—Te querés sacar las ganas —acuso.

—Ya crecí lo suficiente —dice con aire superado.

—Sos increíble.

—Igual vos estás primera en la lista —coquetea otra vez.

—¡Damián! No dejás pasar ni una ¿eh? ¡Oportunidad que ves, oportunidad que aprovechás!

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