Steven despertó con el sonido interminable e irritante de un motor de automóvil. Despegó el rostro de la almohada y sintió todos sus músculos gritar de dolor cuando intentó ponerse de pie. El auto finalmente agarró los neumáticos sobre la calle y se perdió lejos, dejando un chirrido estridente. Logró llegar al baño, arrastrando sus pies con pereza y se encerró allí, para quitarse el sueño con una ducha de agua fría.
Le había tomado cariño al agua fría, ella era la que hacía que aterrizara, que sintiera el dolor y el placer de seguir vivo nuevamente. Pasada una semana desde la muerte de Patrick, ya estaba "listo" para volver a trabajar; su jefe le había dado una semana de duelo y le había sentado bien. Al menos no se sentía tan completamente destrozado como días atrás.
Después de cuatro meses que habían tenido al bebé en casa: los llantos de noche, la voz graciosa de Melany intentando hacerlo reír, los pañales al fondo de la canasta de basura; ahora la casa se sentía extrañamente silenciosa. Su esposa hablaba entre poco y nada, de hecho, si él no le preguntaba o le hacía charla, ella sencillamente no despegaba su lengua de su paladar.
Logró vestirse y acomodarse la corbata. Había aprendido a hacerlo solo, luego de una discusión leve que, había tenido con ella, meses atrás. Y sí que le servía ahora, considerando que Melany apenas si se paraba de la cama en el día. En los diez años que la conocía y en los tres años de matrimonio, jamás la había visto quedarse en la cama todo el día.
Las persianas permanecían bajas, las ventanas cerradas, el aire acondicionado encendido. Esa semana había estado desayunando cereal con leche, o pan recalentado en el microondas del día anterior. No sabía cocinar y Melany no cocinada ni siquiera para ella. Cuando se vio listo, observó a su esposa y la halló despierta, mirando a la nada.
—Estaba pensando que, quizá podrías retomar las clases de manualidades que habías aplazado a principios de año.— Comentó Steven, intentando sonar casual y acercándose un poco más al lecho matrimonial. Ella parpadeó un par de veces y luego lo miró.
Sus ojos lucían apagados, tristes, secos. Sus labios estaban pálidos, blancos, parecía apunto de desmayarse.
—¿Para qué?— Preguntó ella. Hasta su voz sonaba gastada. Steven tragó saliva para evitar sentir ese nudo en la garganta, por ver el estado tan deplorable en el que estaba su mujer.
—No quiero que te quedes aquí todo el día.
—¿Qué tiene de malo que esté aquí? —Sus cejas se recogieron, confundida. Ni siquiera se había movido, seguía en la misma posición. Su esposo suspiró hondo, rogando no sentirse irritado.
—Pues que no está bien, tienes que hacer algo.
—¿Estás diciendo que soy una inútil?— Cuestionó de repente, sintiéndose quebrada por la ofensa de su esposo. Su pecho se había encogido de sólo pensar que él la consideraba de esa manera. Su garganta se cerró, impidiendo su correcto flujo de respiración.
—Por supuesto que no.— Sonrió, incrédulo por la refutación de ella.
—¿Entonces por qué quieres que tome esas tontas clases?— Su tono de voz se elevó. Sorbió por la nariz y Steven notó que también estaba intentando contagiarse de gripe.
—¡Porque quiero que te distraigas, Melany!— No midió su voz, sino que subió por sí sola. Se ofuscó de ver la actitud de ella frente a su propio estado. Era como si no se quisiera así misma. Necesitaba eso, o si no, no podría salir de allí jamás. Eligió tomar las riendas de la situación: —Llamaré a Raquel, le diré que irás a la nueve a su clase.
Metió su mano dentro del saco, buscando su teléfono. Cuando estaba por buscar el número de la amiga de la pareja, vio a Melany de pie frente de él, arrancando el teléfono de sus manos. Lo lanzó tan rápido y tan fuerte contra la pared, que ni siquiera reaccionó. El aparato se reventó en varias partes.
—¡Te dije que no quiero tomar clases! ¡No soy una inútil! —Vociferó con furia, escuchando su color de voz haciéndose oscuro y luego soltó un sollozo rasgado —¡Lárgate! ¡Lárgate de aquí!
Puso sus manos sobre el pecho de él, empujándolo con violencia, lejos del cuarto. Él intentó detenerse, pero ella le había tomado por sorpresa y tenía ventaja. Melany lloró con rabia y cuando él estuvo fuera, cerró la puerta en su cara.
—¿No entiendes que quiero estar sola? ¡No lo entiendes!— Steven permaneció frente de la puerta, completamente estupefacto. Aún tenía su mano en posición de cargar el teléfono. La había visto triste esos días, pero nunca de esa manera. Se asustó.
La escuchó caer cerca de la puerta y llorar. Su pecho se movía violento, impactado por la reciente situación. Se miró las manos y encontró un pequeño rasguño que ella le había hecho con una de sus largas uñas.
Sin pensar más en el tema, aceptando la queja de su esposa, se dio la vuelta y se fue hacia su trabajo. Por el camino, su mente estuvo rondando al rededor la previa situación. El pequeño y frágil cuerpo de su esposa, tenía mucha fuerza. Parecía un gato salvaje. Aceleró, rogando no llegar tarde. Todos en la oficina lo trataban con tanta hipocresía que, se pensó por un tiempo, si de verdad quería volver.
Pero justo en ese momento, necesitaba dinero. No podía dejar a su esposa sola. Ella lo necesitaba más que nunca y había dejado de asistir a ese trabajo, como asistente, en tanto quedó embarazada. Ambos dependían de él.
Melany sabía que necesitaba de la compañía y el afecto de su esposo, pero no planeaba aceptarlo. Él no la entendía. Quería ponerla a hacer dinero y no entendía que ella no se sentía nada bien y un año atrás cuando le había dicho que quería trabajar, su esposo se lo había permitido y sólo porque tenía que estar sentada, sin hacer gran cosa. Le había dicho que quería hacerla vivir como una reina.
Se quedó allí, recostada contra la puerta, hasta que su espalda gritó de dolor. Se acostó, sintiendo el frío de la baldosa. Las lágrimas se esparcieron, presionándole el pecho. Recordó los vídeos que había grabado, meses antes, cuando era feliz y se metió dentro de las sábanas, encendiendo el televisor. Allí buscó los vídeos y reprodujo uno de los ellos.
Ese era el que su cuñado había grabado en el hospital, la madrugada del parto. Mostraba una sala de emergencia, un pasillo y luego al entrar en el cuarto, ella misma estaba acostada con el bebé en brazos, sudorosa y feliz. Steven estaba cerca de la cama con un traje especial y con una sonrisa amenazando con partir su cara.
Ella estaba llorando de felicidad. Después de haberle dicho, tres años atrás, que ella no podía tener hijos... Esa era un sensación indescriptible, ver ese pequeño y frágil ser en sus brazos. Tenía una gruesa cabellera, negra azabache y una piel preciosa.
Podía jurar que ese era el día más feliz de su vida. Steven se había limpiado con disimulo, una que otra lágrima y había seguido observando a su pequeño. Ella estaba contenta, pensando que en la casa le esperaba una hermosa cuna y una ropa preciosa, que le habían dado en el babyshower, meses atrás.
No pudo evitar desparramarse en lágrimas nuevamente y tuvo que ladearse, para apoyarse contra la almohada y no hacer alarido con sus lamentos.
Y su esposo en lugar de apoyarla, le decía que era una inútil.
Estaba sin marido, sin hijo y ahora, sin ganas de vivir.
ESTÁS LEYENDO
UNA ROSA MARCHITA │COMPLETA
Ficción GeneralUna joven pareja de casados, disfruta de los primeros años de matrimonio con el nacimiento de Patrick. Él, más que ser el primer hijo, es un símbolo de lucha; pues fue concebido tres años después de que un doctor le dijera a Melany que, las posibili...