Tú que has sufrido, abres los ojos y ves.
Comprendes el significado y callas.
Con un pensamiento utópico vacilas ante los demonios. Con carisma rompes el círculo, traspasas los límites de lo moral, de lo correcto. Das paso a la imaginación, al deseo. A crear nuevas normas, formas y figuras. Te inclinas, oscilas, caes en una decadencia placentera, no miras hacia atrás.
Y sigues callado.
Tu cuerpo se relaja y dejas que el tiempo estalle en tus oídos y tu mirada, siempre cansada y carente de inocencia, se para a mirar las esquinas de calles llenas de fantasmas.
Y callas. Siempre callas.
Ante la visión que tienes delante de ti, te mantienes impávido, pero tu mente explota y el alma grita.
Y ahí es cuando te vas.
Sientes, comprendes, luchas y todos tus esquemas vuelven a romperse cuando regresas otra vez al principio. El círculo vuelve a crearse. Y tú, sigues ahí para romperlo una y otra vez.
Y callas.
Siempre, en tu espiral de retrospección sin fin.