Last dance

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El olor a medicina se cuela entre mis sueños, a veces, no sé cuándo estoy despierta y cuándo no. Los muelles de la cama resuenan bajo mi cuerpo a pesar de que la vía que introduce ese líquido transparente en mis venas impide que me mueva, sabes cuánto me enerva que por sólo respirar el colchón chirríe.

No sé si es un efecto secundario de las medicinas, quizá es un efecto secundario de mi enfermedad o quizá es que mi hora está llegando sin darme cuenta a pesar de que ese señor canoso me aseguró que la vida tenía guardada una segunda oportunidad para mí; sin embargo, nunca he creído en las segundas oportunidades porque entonces, ¿para qué estuvo la primera? 

Mamá a veces, cuando deja de lloriquear al fondo de la habitación mientras que observa el paisaje –que es tan deprimente como el resto del alojamiento –creyendo que no puedo verla, me dice que esto pasó para que aprendiese de la primera. Según ella, Dios envió esta desgracia para que saque todo el partido que pueda de lo que me resta de vida que –sigamos creyendo en el doctor –no es poco. Yo mantengo silencio, no quiero agobiarla más de lo que está, pero deseo contradecirla con todas mis fuerzas. No tienen razón, ni ella ni el doctor, porque en mis sueños –esos que apestan a pastillas y desinfectante –aparezco a las afueras de este hospital con mis ojos cerrados y aspirando el olor a césped recién cortado por ese hombre que siempre me despertaba cada mañana con esa dichosa máquina. Tú agarras mi mano con fuerza, como si estuvieses más feliz por mí que yo misma, me sonríes de esa forma que tú sólo sabes hacerlo y sé que desde ese momento todo irá bien. Después de eso sólo quiero aprovechar mi vida al máximo como dijeron, sí, pero sin cometer locuras porque yo sólo quiero una vida, una que me asegure que no volveré a estar encerrada entre estas cuatro blanquecinas paredes. Quiero emborracharme como una adolescente normal y que agarres mi cintura mientras que nos mecemos con una canción cualquiera de fondo, quiero que me mires a los ojos y susurres que me quieres y que quieres aprovechar la vida al máximo, siempre y cuando yo esté a tu lado. Porque eso es lo que yo deseo Kim Mingyu, quiero vivir, sacar provecho de cada segundo que me queda junto a ti, ¿es mucho pedir?

Creo que jamás olvidaré el día en el que aquella enfermera apareció en mi habitación. Parecía demasiado cansada, debía de estar terminando su turno por la forma en la que arrastraba los pies por la habitación. Me hacía sentir culpable de que ella estuviese aquí y de esa forma, a pesar de que yo era la peor parada en esa situación, ella terminaría esa noche durmiendo junto a su pareja y muy probablemente escuchando los suaves ronquidos de sus hijos de fondo; sin embargo, yo podría oír los ronquidos de toda una planta de enfermos, como yo. Ella me observó por unos segundos, me contó que su hija tenía la misma edad que yo, que ambas éramos muy parecidas y que se moría de lástima por verme donde estaba. Lástima, eso era lo último que necesitaba, lo que yo quería era soluciones a la basura que tenía por vida y, sin esperarlo, la tuve. Fue un rayo de luz, rápido y fugaz, pero lo suficientemente cegador como para seguir brillando incluso cuando estaba ausente.

Maggie, así se llamaba la señora, me invitó a pasear por los pasillos siempre y cuando tuviese cuidado y avisara a cualquiera que allí se encontrase en caso de encontrarme peor. Una suave melodía que cada vez se hacía más y más fuerte fueron suficientes para atraerme hasta una de las salas del final de la planta dos. Al menos una decena de ancianos cantaban, daban palmadas sincronizadas y reían a carcajadas. Todas las miradas estaban en un mismo punto, brillantes y llenas de vida, observando al sol más reluciente que tomaba de las manos a todo el que se encontraba cerca de él, tarareaba y animaba a su flagrante público.

Mamá había llamado unos días antes a uno de los doctores que pasaban por allí mientras que yo aparentaba dormir, ella estaba preocupada porque yo parecía demasiado triste y afligida, creía que en cualquier momento acabaría por desmoronarme, ¿tan buena actriz era? ¿Acaso no lo había hecho ya? El caso es que una mujer repeinada en una coleta y un par de folios se sentó en un pequeño banco al lado de mi cama, me sonreía, pero parecía más una lunática que alguien que sonreía por amabilidad. Yo la observaba también, sólo que parecía que en cualquier momento lanzaría las sábanas por los aires y huiría con mi precioso pijama que me entregaron cuando llegué de color verde con lunares. Me conoces, sabes que lo habría hecho si no fuese porque no se me permitía utilizar ropa interior y me sentía demasiado cohibida como para hacerlo, por no decir que mis fuerzas eran mínimas.

Ella me preguntó diferentes cosas, yo respondía de forma simple y desanimada, dudaba que una psicóloga pudiese animarme. Una de sus cuestiones fue qué creía que era la felicidad, en aquel momento pensé que era la libertad, mis amigas y nuestras largas charlas; sin embargo, si de nuevo volviesen a hacerme esa pregunta no me habría mantenido callada, cavilando en silencio qué es felicidad, habría contestado sin pensar: Kim Mingyu. Porque tú eres mi más simple felicidad, tan simple como necesaria.

Dudo que haya alguien más especial que tú en este mundo, a pesar de las millones de personas que existan, a pesar de las que queden por existir. ¡Qué diantres! ¡No lo dudo, estoy tan segura de ello que duele! Me apena pensar en todos aquellos pobres –esos sí que lo son y no yo –que no puedan saber de tu existencia, realmente espero que esto llegue a las manos de generaciones futuras, tal vez pueda ayudar a la ciencia en cuanto a su búsqueda de la existencia de los ángeles.

Tu sonrisa, mantenías a Steisy entre tus manos mientras que perfect de Ed Sheeran resonaba en esa emisora de radio. La pobre anciana parecía tan menuda a tu lado que no pude evitar carcajearme a pesar de que tus ojos estaban puestos en mí, tú parecías feliz de verme y no tardaste en tomar mis manos con cuidado para balancearnos de un lado a otro despacio. Mis mejillas se sentían tan calientes que ya podía verme entre rejas por haber cometido un incendio en un lugar tan importante como un hospital. 

Jamás creí que una comparación podría ser tan acertada, eras exactamente el Sol. Tu piel ardía bajo mi tacto y eras tan precioso que casi me excuso para buscar unas gafas que me permitiesen apreciar tu belleza un poco mejor. El resto de los que allí se encontraban coreaban, gritaban y aplaudían. Sin saberlo nos habíamos convertido en la pareja del lugar, sin saberlo te habías convertido en mi razón de vivir. 

Dudo que haya palabras suficientes para agradecerte que tomases la decisión de volver al día siguiente mientras que yo te esperaba jugando una partida de cartas con el viejo Sam, quien me contó que los visitabas desde hacía un par de años y los distraías antes de que llegase su último baile. Mi corazón latía rápido con sólo escuchar sobre ti, aún sigue ocurriendo, late a tal velocidad que podría sufrir un infarto en cualquier momento. De hecho, no sólo volviste al día siguiente, sino que también lo hiciste al siguiente y al siguiente... Y así hasta el día de hoy, de hecho, espero que lo hayas hecho si no habría malgastado mis últimas fuerzas en vano.

Supongo que en estos momentos debo de encontrarme en el quirófano, no quiero que te preocupes ni malgastes lágrimas, porque en algún momento debiste de contagiarme esa positividad que te caracteriza que me has hecho creer que saldré de esta. Debo de hacerlo, por mí, por ti y por nuestro próximo baile sin cables de por medio y, si por casualidad la vida decidió no darme esa segunda oportunidad, no lo olvides Kim Mingyu, eres el sol más radiante que existe, eres esa alegría que hace que la gente quiera seguir viviendo y, por supuesto, fuiste la mía también.

Te ama hoy y siempre,

Elizabeth.

Last dance - One ShotWhere stories live. Discover now