Eran las tres de la mañana y todavía hacía calor. La fiesta había llegado a ese punto en que la música parecía gustarle a todo el mundo. O el alcohol y las drogas eran las suficientes para que cada uno de los que ocupaba la casa pudiera bailar, en un estado de felicidad irreflexiva.
En el aire, el humo de mil cigarrillos se arremolinaba, coloreado por los reflectores cambiantes. La confusión de la oscuridad y los espejos de la decoración estrafalaria hacían la experiencia más divertida. Las percusiones constantes de la mezcla del DJ y la voz aguda de la cantante que lo acompañaba sobre el escenario retumbaban en las paredes, hacían temblar el piso.
María y su acompañante, el príncipe Iwan Ludwik, salieron al jardín de la mansión entre risas, quitándose las máscaras que habían llevado. Ninguno podía recordar la broma, ni quién la había dicho. Pero no se permitían admitirlo.
Bordearon el sector de la piscina y se internaron por un sector más alejado, donde los arbustos podados en formas geométricas le llegaban a él a las orejas y a ella la sobrepasaban por una cabeza.
Iwan se aseguró de que ya no hubiese nadie alrededor y pasó una mano distraída por el cabello oscuro de la joven y luego siguió bajando, por su espalda.
Ella continuó hablando, enhebrando una proposición de negocios sin mucho éxito. Seguir hasta una fiesta a un objetivo como él no parecía buena idea. Podría haber enviado tras él a su hermano mayor, Ángel. Él no fallaba nunca en estas cosas. Sin embargo, luego de años de entrenamiento, María sentía que había llegado su turno.
—¿Quieres que te muestre algo increíble? —murmuró él, sobre su oído derecho.
María tuvo que interrumpir el discurso que había preparado sobre el negocio familiar para reponerse del disgusto. Aquel hombre no la escuchaba. No lo había hecho, realmente, desde que se habían presentado esa noche. Lo único que hacía era mirarla de esa forma asquerosa. Le daba escalofríos, le erizaba la piel de la nuca, le daban ganas de salir huyendo. Pero era su primer encargo. Debía cerrarlo con éxito.
—¿Increíble, de verdad? —respondió, con su mejor voz de niña sorprendida—. ¡Claro que sí!
Era una suerte que el poco alcohol que había tomado ya estuviese despejándose de su sistema. No volvería a tomar una gota en el futuro. El trabajo era importante. Debía concentrarse.
—No verás nada igual otra vez —prometió el príncipe, con una chispa de picardía en sus ojos grises.
—Estoy segura —contestó ella, dándose ánimos a la vez que se dejaba llevar entre los setos.
Cuando Iwan intentó echársele encima, María sacó de su liguero el cuchillo de madera que había logrado pasar los controles de la entrada. Odiaba los ligueros. Odiaba los vestidos tan escotados. Odiaba hacerse pasar por una niña tonta. Pero desviar la atención era algo importante en esa profesión.
El príncipe se resistió, pero ella consiguió apuñalarlo, justo al centro del pecho. Él forcejeó con el arma, hundida hasta el mango lustroso en su carne, hasta que cayó al suelo. Inmóvil. La muchacha lo observaba en su vestido rojo impecable, agitada.
La melodía y los alaridos de la cantante en la fiesta llegaron hasta allí como algo lejano, suave, de otro mundo.
María contuvo el grito de alegría que quería abrirse paso por su garganta. No podía creerlo. Tantos ensayos con Ángel habían dado fruto. Su primer encargo estaba listo.
Entonces, Iwan Ludwik se retorció sobre el pasto. Ella se puso alerta. El príncipe no se levantó, no intentó tomarla de los tobillos para llevársela con él, ni hizo intento alguno por vengarse. Se limitó a encogerse, arrugado, reseco como una pasa de uva gigantesca y deforme sobre el césped inmaculado del jardín.
María comenzó a sudar frío.
—¿Qué...?
Las náuseas la invadieron, mientras del cuerpo salía una especie de humo hediondo. El cadáver empezaba a disolverse, a perder forma y humedad para convertirse en ceniza y regresar a ser la tierra de la que había venido.
—¡No! ¡No! ¡No me puede pasar esto a mí! —gritó, fuera de sí—. ¿Cómo voy a cobrar por esto?
En instantes, no quedó nada más que una silueta de polvo gris en el lugar donde yacía el primer objetivo eliminado de la asesina a sueldo. No podía más que llorar por su mala suerte, justo cuando apareció otro sujeto altísimo, frente a ella. En jeans, camiseta y botas vaqueras, no hubiera sido ningún problema de no ser por la enorme cabeza de lobo. Los ojos la observaban, brillantes, desconcertados, mientras ella pateaba un montón de tierra oscura con sus tacones y se arruinaba el vestido.
Se miraron, los dos mudos de sorpresa, bajo la luna redonda de aquella madrugada.
—¡Esto es demasiado, hasta para mí! —exclamó la mercenaria, frente al lobo asustado—. ¡No es mi rubro! ¡No, señor! ¡Yo me largo!
Y se marchó, refunfuñando algo sobre la falta de confianza en las víctimas hoy en día, mientras el que la había sorprendido se quitaba la cabeza del disfraz y se preguntaba si debía dejar de tomar todo lo que le ofrecían en esas fiestas.
***
He vuelto de mis vacaciones y qué mejor que volver con un regalo de cumpleaños para Mary_Ere, perdón por el atraso. Esto es un intento de fanfiction de su novela María, con tintes sobrenaturales y de humor (que son mis géneros, intenté hacer algo más dramático pero no me salió). Imaginé algo de su época más sanguinaria, luego pensé en sus inicios y me quedé con eso.
Vayan y lean el original, que está mucho mejor.
La imagen está tomada del video de Kinda Outta Luck de Lana del Rey.
¡Y que hayas pasado feliz cumpleaños Eréndida!
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El fantasma en mi tintero - Pequeñas historias
Siêu nhiênPequeñas historias para alimentar al engendro que todavía vive en las profundidades de mi helade... de mi tintero. Microcuentos, la mayoría. Otros son puros relatos escabrosos y ganas de experimentar temas distintos. Se pueden encontrar también en m...