Júpiter y Urano

La soledad es y siempre ha sido la experiencia central e inevitable de todo astro, satélite, asteroide, humano... Aunque, no siempre fue así.

Un tiempo atrás fui testigo de un hecho sin precedencia: Júpiter y Urano cayeron enamorados.

¿Quién iba a decir que en toda esta extensión que contiene toda la materia existente se pudieran encontrar dos almas gemelas?

Todo ocurrió gracias al azar. Urano viva otra lluvia de meteoritos, nada nuevo, nada sorprendente. Más tarde Júpiter recibió la visita de los mismos, aunque había algo nuevo, algo sorprendente. Un meteoroide estaba embadurnado de azul turquesa.

Él preguntó por qué y el mineral le respondió que se debía a Urano.

Júpiter no conocía a Urano, no sabía cómo era, qué le gusta... pero sí sabía que cada vez que pensaba en ella en su rostro se dibujaba un tímida sonrisa.

El tiempo pareció detenerse, todo el sistema solar quedó congelado cuando Júpiter y Urano se encontraron. Pero cuando el sistema se puso en marcha de nuevo dejó de girar alrededor del Sol y empezaron a danzar en torno a los enamorados.

Si sumáis todas las estrellas del espacio, todos los granos de arena de los océanos de Tierra, todos los anillos de Saturno y todas las sonrisas que haya habido en la historia del universo, podréis tener una idea de cuánto se querían.

Pero como todo cuento este también llegó a su fin.

Cuando Urano tenía un mal día terminaba discutiendo con Júpiter,este no tenía culpa, simplemente Urano estaba enervada y no media.

Tal suceso era recíproco y repetitivo.

El impedimento para transformar este cuento en realidad fue la soberbia, las ínfulas y la arrogancia de ambos.

Y es que nunca supieron pedirse perdón.

Los astros volvieron a sus antiguos puestos pues solo veían sufrimiento. El espacio se volvió oscuro así Júpiter y Urano no volverían a verse y no tendrían que oír sus llantos. Mientras tanto sus corazones se limitaron a recordar bellos momentos por la eternidad.