El cadáver del pantano

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La pequeña cabaña abandonada del pantano de Vilalluna siempre había sido un lugar de reuniones para mis amigos del pueblo y para mí. Todos los veranos, cuando comenzaban las vacaciones y nuestros padres nos transportaban de la ciudad al pueblo en el que ellos habían vivido su niñez, deseábamos que las paredes, suelo y escalera de madera se mantuvieran lo más intactas posibles después de los fríos y mojados días de otoño e invierno. Las cuatro resquebrajadas paredes sustentantes de nuestro diminuto paraíso había aguantado todas nuestras carreras subiendo y bajando los escalones lo cuales constantemente se quejaban haciendo minúsculos sonidos casi imperceptibles para la dulce inocencia de mocosos de nuestra edad que no conocían aún la ley de la gravedad ni temían a la muerte por verla muy lejana. La cabaña era nuestro escondite, donde nos contábamos todo lo acontecido durante el resto del año o jugábamos al pilla pilla y al pica pared. Nuestros padres siempre nos decían que no debíamos ir allí, nos contaban historias sobre bestias feroces o fantasmas para que nos alejásemos, no obstante eso acentuaba nuestro interés, ¿quién no quería conocer a un ser sobrenatural con aquella edad? Total, nadie moría a los nueve años, ¿no? 

Esa era la edad que tenía el año que determinó el resto de mi existencia. Nueve tiernos años. Hacía una semana que había empezado las vacaciones y estaba ansiosa por reunirme con mis amigos del pueblo. Ellos llevaban ya días en Vilalluna y habíamos quedado todos en la puerta abovedada de la parcela de piedra que separaba el pueblo del bosque con el pantano a las 4PM. 

Y a esa hora acordada estábamos Marco, Joan, Alicia, Laura y yo. Solo faltaba Jordi y lo estuvimos esperando durante un cuarto de hora a que apareciese, pero no lo hizo. Enfadados por su tardanza decidimos seguir el camino hacia la cabaña. Si luego venía, recorrería solo el camino. La ruta que hacíamos para llegar hasta la choza era de tres kilómetros y solíamos tardar algo más de treinta minutos en recorrerla. Ese día nos demoramos un poco más puesto que teníamos muchas cosas que contarnos e íbamos algo más despacio que de costumbre. En el momento en el que arribamos a la entrada de nuestro lugar abandonado nos dimos  cuenta de algo que nos apenó, la escalera ya no se encontraba en su sitio, se había convertido en pequeños pedazos de madera y astillas. Con la cabeza gacha nos acercamos a los escombros y Laura y yo vimos como un pequeño ''río'' de color rojo se filtraba por una de las irregularidades del suelo. Rápidamente atamos cabos y nos agachamos para ir sacando tablones de madera uno tras otro.

-¿Qué hacéis?- Preguntó Joan extrañado.

-Jordi- fue lo único que salió de mi boca.

-¿Qué pasa con ese idiota tardón?- Se enfadó Marco.

-Hay sangre, imbécil- le respondió Laura dirigiendo su mirada llena de odio al chico. 

-¿Cómo que sangre?- dijo la delicada voz de Alicia, la más pequeña del grupo que tenía seis años.

Fue entonces cuando una de las manos de Jordi asomó entre los escalones derribados y todos empezaron a ayudar. En menos de cuatro minutos, todo el cuerpo de nuestro amigo inerte, incluido el rostro, ya estaba a la vista de todos. Eso fue un trauma para nosotros. Enseguida corrimos a nuestras casas y se contábamos con detalle lo que habíamos visto a los mayores. Esa tarde nuestros padres nos llevaron de vuelta a la ciudad y nunca más volvimos a pisar Vilalluna. La policía me interrogó y estuve años yendo al psicólogo. Supongo que los demás también pasaron por lo mismo. 

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⏰ Last updated: Sep 23, 2017 ⏰

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