Capítulo 9.
Hola^^ Aquí... bueno, sigue sin haber acción, lo que se llama acción, pero este capítulo es más diferente^^ Espero haberlo escrito de manera que nadie llegue a sentirse mal, por algo que le ha pasado recientemente o parecido, así que, si no lo he conseguido, pido perdón por adelantado. Comentarios por favor.
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Capítulo 9.
–¿Qué has dicho?
–Lo has oído bien.
–¿El espíritu más deseado del Otro Lado? Estás de broma.
–En absoluto. Comprobarías que tengo razón si vienes conmigo.
Puse los ojos en blanco.
¿Qué otra cosa podía hacer? Tal vez podría intentar atrasarlo, o sacarle más información acerca de Lucifer y el Infierno. ¿Sería como en los cuentos? ¿Todo fuego, maldad y oscuridad? De algún modo, sabía que no.
–Quiero poner una condición –anuncié.
Ancel se giró y abrió mucho los ojos.
–¿Otra? –Inquirió, con tono de burla y llevándose un puñetazo de mi parte en el hombro, que fue más flojo de lo que había previsto.
–Sí –respondí con aplomo.
–Dispara –de nuevo, una sonrisa torcida se había apoderado de su rostro.
–Quiero ver a mi familia.
Respiré hondo por septuagésima vez, intentando en vano que Ancel no me viera.
–Me estás poniendo nervioso.
–No lo puedo evitar. Me tranquiliza.
–No, no lo hace. Lo único que hace es fastidiarme –protestó.
Me volví hacia él.
–En serio, Ancel, dos cositas de nada. ¿Cómo es posible que seas el General del ejército siendo tan quejica? Y la otra ¿por qué tuve que estar atada a un tío tan pesado?
–Porque no me has visto a la hora de luchar. Y mejor no te lamentes demasiado, recuerda que yo también estoy atado a ti –añadió, con una sonrisa de las suyas.
Me di la vuelta de nuevo, mirando el camino que tan bien conocía. La grava del camino de entrada, enemiga acérrima de mis rodillas cuando era pequeña; los pequeños tulipanes de colores en el jardín; la inmaculada pintura blanca del porche.
Me detuve ante la puerta y apoyé el puño cerrado contra el marco, intentando controlar mis emociones.
Noté una suave presión en el hombro, y, al volverme, descubrí a Ancel con la sonrisa más adorable que había visto en mi vida.
Me pareció increíble que tuviera tantas facetas. Yo solo conocía tres –la simpática, la sarcástica y la intimidadora–, pero me apostaba lo que fuera a que me faltaban muchas más por descubrir.
–¿Te arrepientes? –Preguntó.
Rememoré el momento de mi muerte, y después a mi sucio hermano y mi querida madre. Ni siquiera les había dedicado un solo pensamiento, y se lo debía.
–No –dije con aplomo.
–Así me gusta –sonrió Ancel.
–¿Podemos atravesarla o la tenemos que abrir? –Inquirí, señalando a la puerta.
Ancel hizo un mohín.
–Espera aquí y no te muevas.
La última vez que me había dicho eso había matado a un hombre.