Viñeta de fidelidad

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VIÑETA DE FIDELIDAD

       "Puedo decirme del amor (que tuve): que no sea inmortal puesto que es llama, pero que sea infinito mientras dure…” Poseía la edad necesaria para concluir con semejante frase un mensaje electrónico.

       Repasó por quinta vez la lista de las destinatarias. Posó el dedo índice sobre la pantalla, no necesitaba deslizarlo. Gracias al ratón del computador los nombres de esas mujeres iban ascendiendo, una encima de la otra. Ángela Rocío, Claudia, María Teresa, María Carolina, Miriam, Andrea del Pilar. Juntas, sin que faltara ninguna, sobre la misma plataforma. En la vida real, concluyó, sería un espectáculo insoportable reunirlas dentro de la misma habitación muy pronto establecerían bases para amistad, complicidad, planes de conjunto. Y unánime el acuerdo entre ellas: odiarlo, jamás volverle a dirigir la palabra.

         Idéntico texto en los seis mensajes. No dejo de pensar en ti; de hecho, pienso en ti a cada instante, entre mis obligaciones con este nuevo empleo en la Agencia, entre las discusiones con Adela y las dificultades con el colegio de mi hijo. Pienso mucho en ti.

         Tras enviar la declaración a las mujeres recibió una llamada de Adela. “Gordo”, le dijo, “no olvides que hoy tenemos la cena de nuestro aniversario”.

         No, no lo olvido, le contestó. Te amo, repuso al final de la comunicación.

         “Te amo”. Palabras recias. Y de las peores. Repletas de ambigüedad, como “sí, pero no”, “sí porque sí”, “defiéndase si puede”.

         Son casi las seis de la tarde. Se pone la chaqueta y cierra el morral, dispuesto a salir de la oficina. Las mujeres contestarán el mensaje. Ángela Rocío le pondrá condiciones, divorciarse cuanto antes de Adela. Cuanto antes, mejor. María Teresa sonreirá. Y no va a dudar en decirle que le parece rico ser, por vez primera, la amante de un hombre casado. María Carolina encontrará algunas dificultades con la distancia –vive en cierta lejana ciudad– pero va a luchar por su amor. Miriam comentará la frase de cierre elogiando la osadía del amor, finito e infinito al mismo tiempo. Será su manera de aceptar la relación clandestina. Andrea del Pilar hablará de su esposo, del cansancio con las rutinas del propio trabajo; el remate será: intentemos tener algo, a ver qué pasa.

         Lo demás, esperar. E ir cuadrando con precisión de relojero horarios, omisiones, encuentros. De manera que ninguna se cruce con la otra. Pasa por delante del pequeño rincón donde trabaja su secretaria. Le sonríe, le guiña un ojo. Sabe que a ella la seducen sin remedio este tipo de gestos. Unas cuantas conversaciones fugaces de aquí a ocho días y se convertirá en la séptima. Su séptima.

         Dentro del ascensor, mientras baja al aparcadero donde lo espera su nuevo automóvil, reflexiona acerca de la frase escrita por ese poeta con la cual cerró el mensaje. Desde luego, las aproximaciones a esas mujeres quizá duren lo que un suspiro, pero no es equivocado deducir lo siguiente: el amor, su amor de él por cualquier mujer, incluso por su esposa, ha sido y será eterno. Es constante. Permanece. Aunque no lo amen, él sigue amando. A la que aparezca.

         Por tal razón decide escribirle un mensaje rápido a Adela antes de subir al auto. Las mismas palabras, la misma conclusión. No inmortal, es llama. Eterno mientras dure.

         Borra la expresión “que tuve” pues su esposa podría tomarla a mal. Al fin y al cabo, hoy es su décimo aniversario de matrimonio.

         Y se dirige, colmado de ánimo, hacia el restaurante. A celebrarlo.

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⏰ Última actualización: Apr 25, 2014 ⏰

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