Otro final

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Lo primero que vi al despertar fueron tus calzones. Ésos que tanto me gustan y lo sabes, sí, los que decoran perfecto el pliegue que se forma entre tus piernas y tus nalgas. Sí, los negros con calaveritas de mirada profunda y que siempre están sonrientes. Luego miré tus muslos, grandes y redondos como de luchador; con esa grasa cubriendo músculos capaces de matar o mínimo dejar inconsciente de un solo rodillazo a una vaca cualquiera.

Es bonito despertar así, viendo todo eso. Pero también me da miedo. Pienso en lo probable: qué tal desmayas y caes sobre mi cara haciéndome morir asfixiado por un gran y hermoso culo; qué tal orinas o cagas y las sustancias primero me llenan de asco para luego hacerme morir de ahogo; qué tal sostienes con tus manos, que no logro mirar desde aquí, un machete, un cuchillo o un ramo de flores; qué tal... cualquier cosa es posible.

Tomo tus tobillos, uno con cada mano. Con un dedo juego con tu tobillopulsera de bolitas. ¿Bailamos?, pregunto. Pendejo, contestas. Bueno, piensa que hubiera sido peor si te pregunto cómo te llamas. Ya me voy, me dices. Que te vaya bien, te contesto. Me voy para siempre. Siempre es una palabra horrible, te digo. Estaba esperando que despertaras para decirte, pero veo que te da igual. Nunca me ha gustado ir en contra de los deseos de la gente y lo sabes: si se quieren quedar, que se queden; si se quieren ir, que me lleven. ¿Ves? tú y tus pendejadas. ¿Mis pendejadas? Yo no soy el que sale con sus amigos por horas a platicar de nada, a presumir la moda, a platicar de romances imaginarios con monosílabos y frases cortas, por cierto, ¿cómo lo hacen?, ¿han pensado que podrían inventar un nuevo idioma? Si no son reclamos, son críticas. Eres un pinche intolerante, amargado y pendejo.

Mientras ocurre aquello, Lassy, mi perrita mágica, nos mira desde su cama. Levanta la cabeza cuando ella habla y la baja cuando yo contesto. Entiende que las cosas andan mal y que pronto tendrá una nueva madre.

Al menos no soy yo quién usa calzones de muñequitos. Me contesta con un portazo. Cierro los ojos y me lavo la cara con tres lágrimas. Me saco un moco, lo veo, lo tomo entre el pulgar y el índice, y hago con él una bolita. Lassy, mi perrita mágica cree que la estoy llamando y se echa sobre mi pecho. Con una lamida me hace reír y le digo que pare. Ella, Lassy, mi perrita mágica me dice: ¿lo ves? no es tan malo. Vamos a estar bien. ¡No mames! ¡Hablas!

Finales trágicosWhere stories live. Discover now