UN VERANO PERFECTO

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Quizás no fue un verano soleado, quizás no fue un verano caluroso, quizás no fue un verano divertido pero si de algo estoy segura es de que ese verano fue algo especial.

Mi verano comenzó un veintitrés de junio, en el momento en el que ese autobús salió de aquella ciudad, esa ciudad sombría y lluviosa a la que había llegado once meses atrás llena de esperanza, sueños e ilusiones que poco a poco se fueron apagando. Para mi mas que una ciudad eso era una cárcel y no había sentimiento mas bonito que sentirse en libertad y poder respirar tranquila sabiendo que no tendría que volver allí.

El autobús paso por pueblos, montañas y una carretera que parecía no tener fin, hasta que por fin llegue a mi parada, sin embargo, aquella estación de Santander no era mi destino final. Allí estaba mi abuela con su enorme sonrisa, la que siempre tenía cada vez que estaba con ella aunque estuviese llorando por dentro.

Pasar el verano con ella fue algo maravilloso. Puede sonar algo cursi pero es como mi mejor amiga, siempre esta ahí, no importa el como y el cuando si necesitas ayuda ella siempre estará con una sonrisa echándote una mano.

La semanas pasaron y aun no salía el sol, sin embargo, en ese verano no me importaba el sol, no me importaba si no me iba poner morena aunque, para ser sinceros, eso nunca me ha preocupado. Lo que importaba aquellos días era que quedaba menos para volver allí, a esa ciudad que me vio crecer, aquella en la que el sol salía todo el año a saludarte desde por la mañana, la de los días infinitos, mi hogar. Es curioso como puedes llegar a extrañar una palabra como hogar, no me había dado cuenta hasta que me fui del mío.

El verano fue pasando y fue saliendo el sol y al fin pude hundir mis pies en la arena dorada de aquellas playas del norte ,al sumergirme en el agua creo que fue la primera vez en mucho tiempo en la que recordé como era respirar, como era ser feliz, como sentirse en paz. No había nada mas que los peces, el mar y yo. Solo oía el ruido de mis respiracion, no había risas ni llantos, solo paz. Lo más gracioso fue que al salir del agua seguía sintiéndome así al saber que el día que tanto esperaba llegaría pronto.

Días y noches estrelladas pasaron hasta que al fin llegó el día que tanto tiempo esperé. El cielo estaba oscuro aunque para mi era el día de mi vida en el que más brillante había estado el sol. Subí a ese avión, pero sentí que era mi alma la que volaba deseosa por llegar aquel lugar que para mi era un paraíso, mi paraíso.

Tres horas después el avión aterrizó, un conjunto de emociones se agolparon en mi interior, no sabia si reír o llorar, si saltar o gritar, lo único que sabía en ese momento era que me sentía viva.

Pasaron veinticuatro horas hasta que pude ver a aquellas personas que me habían dado la fuerza en esos días, habían sido la luz que iluminaba toda mi oscuridad, habían sido mis amigos. No fue hasta el momento en el que los abrace después de tanto tiempo cuando aprendí una de las lecciones mas bonitas que me ha dado la vida:

Un hogar no es una casa con cuatro paredes, un hogar es un abrazo de un amigo, una lagrima de felicidad cayendo por tu mejilla, una sonrisa en un día oscuro que ilumine el cielo gris, la preocupación de una madre, el cariño de un padre, la sonrisa de una abuela, el mar, la arena dorada de una playa del norte. Mientras tengas presente eso da igual que cambies tu pelo, tu ropa, tu manera de pensar, tu forma de ser, da igual que cruces trece veces el mundo por perseguir tus sueños, mientras eso siga en tu mente siempre encontraras la manera de volver a casa y te puedo asegurar que no hay mejor sentimiento que ese.


Relatos con alasWhere stories live. Discover now