Capítulo uno.

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Calcetas, falda, blusa blanca, blazer, zapatos.

Baño, humectar, cepillar los dientes.

Delineador, máscara de pestañas, colorete y labial rojo.

Arreglar el bolso; lápiz azul, negro y rosa. Libro de ciencias, historia y matemáticas. Destacados rosa y púrpura, goma, lápiz grafito.

Chequeó una última vez su rutina. Su perfecta blusa estaba planchada de extremo a extremo sin ninguna arruga a la vista. Su piel perfecta por los cuidados obligatorios no presentaba ni un granito. Su lunar detrás de la oreja parecía de porcelana.

Bajó la escalera sin hacer mucho ruido, a su madre le molestaba demasiado que interrumpieran su momento en la cocina.

Ocho en punto, los platos están servidos y son una familia reunida, feliz, sin problemas. Se come en silencio después de la oración. Su padre lee un periódico mientras se termina su café y Abby se levanta a asear sus dientes, también retocar sus labios.

El auto tiene música moderada, a Cedric no le gusta ese estilo y deben mantener la paz entre ellos mientras estén en público.

Abby tararea y su madre la mira reprochándole. Se encoge en el asiento del copiloto cerrando la boca. Nadie quiere que la mujer se altere, sería demasiado caótico para cualquiera.

Se estaciona fuera del instituto donde la hija mayor cursa su último año y el menor aún le quedan tres años pero tiene tantos malos hábitos que pareciera ser de más edad que la muchacha. Su cabello perfecto, sus facciones marcadas le daban el efecto de ser un muñeco, pero aquellos son perfectos y la perfección humana no existe. Doris lo único que deseaba en la vida era lograr eso, lo único imposible en la tierra.

Abby ya se encontraba con sus amigas en la cafetería del instituto, las acompaña a que tomaran su desayuno ahí y muchas veces le daban ganas de hacer lo mismo pero de nuevo estaba en su cabeza la voz de su mamá "cuando te contagies con esos gérmenes acudirás al hospital inmediatamente pero tienes tener claro que con el dinero te las arreglas tú sola" y es que esa mujer tampoco la dejaba trabajar ¿cómo la chica de dieciocho años podría pagar una clínica o los medicamentos? Abby quería una vida normal, sin esos esquemas de la sociedad que su madre le metía en la cabeza porque al fin y al cabo, era mucho menos terrorífico de lo que se imaginaba.

— ¿Irás el viernes a la fiesta de Marie? —La rubia apodada Dolly desconectó a Abby de su mundo.

—Sabes que me estoy preparando para la universidad, nos quedan tres meses y necesito las mejores calificaciones —aunque en realidad Doris jamás la dejaría ir a una fiesta sin algún tipo de supervisión.

— ¿Cuándo llegará el día que nos acompañarás a cualquier lado que se nos de la gana? Pareciera que no te agradamos o algo, Abbu —a la chica le desagradaba tanto ese apodo pero sus amigas son tan perfectas que tiene que mantenerse con ellas para alcanzar el deseo de la mujer que la dio a luz—. Vamos, será por esta vez. Siempre estás estudiando y tus padres están demasiado orgullosos, te dejarán venir a la primera.

Y es que ellas no sabían lo que realmente sucedía. Miedo, miedo y más miedo. La loca que tenía como tutora la aterraba con tantas cosas, la familia estaba realmente rota e insistía cuando ambos hijos se daban cuenta que de nada servía seguir luchando. El prototipo que aparentaban era solo una cáscara que con un empujón de poca magnitud la arruinaría, quebraría un brazo o un pie de los frágiles muñecos de porcelana.

— ¿Y si te escapas? No quieres decirles a tus padres, tampoco es necesario es que te quedes hasta tarde, es para pasar el rato y conocer más gente —Courtney dio esa idea, a la chica le dio un temblor en el labio—. Te esperaremos en la esquina de tu casa para que no sospechen.

Sentimientos de una muñeca © j.b.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora