Tres

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Una manta de silencios incómodos y de tristeza muda, había cobijado la casa

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Una manta de silencios incómodos y de tristeza muda, había cobijado la casa. 

No era necesario hablar del tema, porque aunque fuera tonto, parecía que el tema hablaba de ellos. Steven con el pasar de los días, había empezado a sentir la acumulación de olor a tabaco en su cuarto. Las cajetillas aparecían sobre la mesa de noche, en la repisa del baño o sobre la cama. 

No sabía bien si era la misma o si eran varias. Pero de cualquiera manera, le molestaba. Llegaba a abrir las ventanas y a dejar circular el aire. Siempre que llegaba ella ya estaba dormida. No sabía si comía, pues la cocina no se veía en lo mínimo usada. 

Descargó todo sobre la mesa del comedor y abrió la nevera. Estaba llena en su totalidad. Encontró un pedazo de pastel y algunos tarros de helado a medio comer, en el fondo. Melany no estaba comiendo saludable, pero al menos estaba ingiriendo alimento; eso era algo. Sacó algunos ingredientes para preparar sándwich. Hizo como pudo para formarlo y lo introdujo en el microondas.

Se recostó contra la encimera y se estiró, despertando sus músculos un poco más de tiempo, antes de irse a dormir. Estaba muy cansado. Estaban saliendo una hora más tarde lo normal. Ella no le preguntó sobre ello, quizá porque no le interesaba o porque fingir que no le importaba, la hacía ver más indiferente a su alrededor. Steven despegó los ojos y la vio, parada en la mitad del comedor.

—Hola —. Saludó él, pasados unos segundos. Verla tan de repente, le había causado un bloqueo mental. Ella tenía el cabello en una coleta caída y algunos mechones rebeldes estaban sobre su cara —Estoy preparándome un sándwich ¿Quieres uno?

Ella guardó silencio y sólo caminó hasta la nevera, a escasos centímetros de donde estaba él. Ella destilaba ese aroma a menta, de siempre. Steven aspiró disimuladamente y al momento en que su sistema lo identificó, sus palpitaciones incrementaron. 

El microondas soltó su alarma, indicando que ya estaba hecho, pero él siguió contemplando a su esposa. Melany buscó agua y se sirvió en un vaso para luego mezclar té helado en polvo. El sonido del horno le molestaba tanto, que estiró la mano y desenchufó el aparato.

— ¡Por todos los cielos, Steven! Saca ese estúpido pan del microondas. —Exclamó, soltando el cable y saliendo del lugar, para subir a su cuarto. El hombre aterrizó nuevamente y suspiró, abriendo la puerta del horno, para sacar su emparedado. Melany regresó a la cocina y Steven se enderezó por instinto, dejó el vaso sobre la mesa. —Por cierto, no quiero que vuelvas a entrar al cuarto del bebé.

—¿Por qué? También era mi hijo. 

—No hables de él, en pasado. —Advirtió ella, señalándolo con su mano derecha. Él frunció sus cejas —Porque tú vas a entrar a ensuciar y a desordenarlo todo. Y no quiero que alteres su cuarto.

—¿Cómo que no hable de él en pasado? ¿Estás volviéndote loca? —Soltó las palabras sin filtro, arrepintiéndose de inmediato. El moretón en su antebrazo ya se había disminuido en su mayoría. Ella lo miró con enojo, exigiéndole que le explicara —Ya no está, Melany. Se fue. Patrick está muerto.

Los recuerdos de un suceso tan reciente como ese, se le acumularon en el borde de los ojos. Alzó la mano y la lanzó sobre él, dispuesta a golpearlo, pero él fue más rápido y le capturó la intensión. Era la primera vez en siete años de relación, que ella intentaba agredirlo. Sopesó sus palabras, pero las halló vacías, sinceras, sin ninguna carga.

Quizá ella sí se estaba volviendo loca. No podía mentirle, ella bien lo sabía. Necesitaba que ella entendiera, que reconociera, que captara su realidad. Aflojó un poco su agarre y ella pudo sentir cuando la sangre fluyó de nuevo a su mano. Su rostro estaba enjuagado en lágrimas, su nariz rojiza y unas manchas violetas debajo de sus ojos.

—Suéltame.

Un gruñido salió de su boca, apretando su mandíbula. Parecía que tiraba veneno cuando hablaba. Steven reaccionó rápido cuando la mano femenina libre, se movió buscando pegarle por segunda vez. Empezó a forcejear y él tuvo que apretar sus manos al rededor de las muñecas de ella.

— ¡Déjame! ¡Suéltame!— Su voz ya no era fuerte, estaba subiendo gradualmente, ahora eran gritos —¡Déjame ir, Steven!

Finalmente la soltó, fascinado en mal manera, por su reacción violenta. Lo que había pasado días antes, se volvía a repetir. Melany se apartó, con la vena de su frente marcada y con su postura haciéndola lucir salvaje, indomable. Su boca permanecía entre abierta, permitiendo un jadeo furioso.

— Te dije que no entrarás de nuevo a su cuarto, es de Patrick—. Recordó, empuñando sus manos y encorvándose ligeramente. 

—Él era quien dormía allí, es cierto, pero yo también puedo entrar. —Atacó él, sintiéndose más estresado conforme pasaba el tiempo y las palabras salían de la boca de su esposa.

— ¡Que no hables de él en pasado! —Volvió a gritar y con su mano, golpeó el vaso de vidrio con té helado, arrojándolo al piso. Los vidrios se esparcieron por la cocina y parte del comedor. Al ver eso, se tomó la cabeza con ambas manos, desordenando más su cabello y gritó, exasperada.

Steven se tragó el orgullo y el enojo y esquivando los vidrios rotos, dio dos vacilantes pasos y estiró su brazo para rozarle la piel del brazo. Ella automáticamente se apartó, mirándolo como si estuviera loco.

— ¡No me toques! ¡Déjame en paz! —Vociferó como una fiera y se dio vuelta, corriendo a su cuarto. En cuestión de milésimas, la ira de Steven salió a flote de nuevo, efervescente y la siguió.

— ¿Qué demonios te pasa? —Ella era obviamente más rápida que él, pero cuando estiró la mano a punto de darle alcance, alguien golpeó en la puerta. 

Se detuvo de inmediato, titubeando y aguardó unos segundos para tomar aire y relajarse. Volvieron a tocar y él tomó camino a la puerta y jaló del picaporte. Los Anderson estaban allí, en pijama.

—Hola, Steven ¿Cómo estás? —Saludó el hombre, que quizá rodeaba los cincuenta años y se pasó una mano por la prominente calva. 

— ¿Qué tal? —Saludó Steven a regañadientes.

— ¿Está todo bien? —La que intervino fue su esposa, una mujer de figura regordeta y cabello negro azabache — Últimamente oímos muchos gritos en tu casa y queremos saber si todo está en orden. Sólo queremos ayudar. 

—Saben que siempre estaremos prestos a ayudar. —Agregó el hombre, inclinándose, no tan sutilmente como él creía, para intentar ver dentro de la casa. Steven con sus treinta y un años, sabía perfectamente que a ellos no les importaba un carajo lo que pasaba en su familia, pero moderó su gesto cansado y edificó una sonrisa en agradecimiento.

—Son muy amables al preocuparse, pero estamos bien. —Sentenció él y se enderezó. La pareja Anderson, apenas llegaban al metro setenta y se veían intimidados con el metro ochenta y tres de Steven. —Melany se siente un poco estresada, es todo.

— Te ves exhausto, Stev. — Acotó la mujer, de nombre Emma. Era estrafalaria cuando vestía, se "arreglaba" o maquillaba y siempre había tratado a Steven con dobles intensiones. Sabía que él era bien parecido y se lo hacía saber cada que podía.

—Sí, iré a dormir. Gracias otra vez por su... preocupado desinterés. —Ironizó, sonriendo y cerrando la puerta en sus narices. Suspiró y se giró, listo para ir a tomar una ducha y descansar y se abstuvo de seguir caminando, cuando vio el reguero de vidrios, el charco y el sándwich sin comer. Se pasó las manos por la cara y respiró profundo, calmando sus ganas de gritar y fue a buscar una escoba y un trapero.

UNA ROSA MARCHITA │COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora