15 en Verano

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Prólogo

Una etapa difícil estaba a punto de terminar, pero ella no lo sabía. Era una monotonía insoportable, sofocante; una punzada constante en el pecho, el lugar exacto donde punzaba era desconocido, pero era imposible respirar.

Sí, la preadolescencia iba a terminar al fin.

Para Bea fue una etapa adelantada. A los once años ya había disfrutado -ilícitamente- todos los placeres de una quinceañera y ella se sentía toda una adulta -¡jáh!-

Salía a escondidas para exigir su libertad. Sus amigos, igual de perdidos que ella, eran lo único que tenía afuera en la calle. Toda una generación pedía libertad y justicia, pero nadie la deseaba tan a gritos como Beatriz. Cajetillas y cajetillas de cigarros Marlboro. Su música hablaba de política y protesta, exigía comprensión en canciones inentendibles de canto gutural. Era una eterna batalla contra... no se sabe quién. Contra ella misma, contra su familia, contra la sociedad; nadie nunca supo porqué estaba tan enojada con todo el mundo. Sin duda era una rebelde sin causa. Jamás se quedó callada, sus palabras fuertes y directas siempre fueron polémicas. Bea simplemente se quería expresar, y lo hizo a través de sus labios gruesos y voz relativamente grave con la que cantaba armonías de libertad y libertinaje en las protestas en Santiago Centro. Fuera tradiciones, fuera estereotipos, prototipos y su gran lema siempre fue "A mi nadie me hace callar, ni siquiera mi mamá".

No es difícil imaginar a una niña aún, que se comportaba como una adolescente rebelde, que esperaba ser tratada como adulta y que, con sus actos inmaduros, sólo lograba que la trataran como un bebé.

Frustrada por sus fallidos intentos de ser comprendida cayó en una profunda depresión. Sangre, insomnios, interminables días sin hablar, como en otros sólo hablaba a gritos; sin compañía y un llanto evidente que dejaba un rastro bajo sus ojos plomos. Ella quería morir y ni siquiera había vivido un tercio de lo que realmente estaba destinada. Pero tampoco quería ser salvada.

Un día dejó de luchar. Un día, después de tanto tiempo, se quedó realmente callada. Un día se dijo a sí mimsa "madura" y cualquiera que alguna vez la haya visto apasionada al cantar su protesta, quien alguna vez la haya visto emocionada al hablar... notaría inmediatamente que su llama se había apagado y que sólo quedaban un par de ojos grandes, ojerosos, vidriosos que mostraban un plomo-humo en señal de que su fuego interior se había exstinguido. Se desconoce la razón de este tan repentino cambio. Se cree que su primer amor la hizo abrir los ojos y darse cuenta que nadie quiere a una niñita problemas que se cree la gran cosa por destrozar verbalmente a las personas; otros creen que se debió a una pelea con su mamá que era la que más sufría con sus actitudes y  que sólo quería internarla en un psiquiátrico.

Un recipiente vacío y frágil. Un cuerpo de niña blanco, de baja estatura muy delgada, de cabello corto y castaño, con una mirada fulminante pero perdida, de un color plomizo que adoptaba tonalidades verde y celeste, pero hubo algo que la acompañaría desde entonces para siempre: una sonrisa torcida que indicaba sarcasmo, maldad, ironía e indiferencia en cada una de las palabras que pronunciara a partir de ahora. Admito que se le ve muy sexy.

A Bea no le importó nada nunca más. Se convirtió en una persona fría, egoísta, meticulosa y cruel con apenas catorce años (años que no representaba, siempre se vio mayor). Era ver un capullo de rosa seco antes de abrirse. Era realmente lastimero ver a una niña de tanto potencial de esta manera, era un caso perdido.

"Las frutas al madurar se caen al suelo donde inmediatamente se pudren, ¿quién dice que no me pasará lo mismo?" dijo una vez, pero esta fruta cayó inmadura, maduró en el suelo y allí se pudrió.

Acostada en la camilla de urgencias de la Universidad Católica estaba Bea. Era una fría madrugada a comienzos de Junio. Abrió los ojos y lágrimas secas le nublaban la vista mientras miraba el blanco techo de un blanco cuarto siniestro, con dos cortinas que dividían  en cuatro la habitación, pero esta estaba vacía, y Bea se encontraba sola recordando sus demonios completamente frustrada e impotente por no saber la razón por la que estaba ahí. Su último recuerdo fue haber estado cerca de la mesa de comida, enojada, frustrada y luego... nada. Blanco.  Una benda con rastro de sangre que le abrigaba  la muñeca izquierda era la única pista que tenía, y creía saber por qué estaba así.

Marcelo apareció en sus pensamientos, no habían hablado desde la pelea de el día anterior. "Marcelo, yo te quiero, pero después de todos los problemas que causamos será imposible presentarte alguna vez sin que mi papá te quiera matar antes".

Cuatro meses llevaba con Marcelo. Se conocían desde que Bea empezó a vagar por ahí en busca de justicia (sí, desde los once). Cuando él por fin la vio sola, alejada de todos sus parejas, hizo su gran aparición un catorce de Febrero caluroso en Parque O'Higgins (a donde Bea, por cierto, fue escondida. No sabía que la pillarían y le costaría meses de castigo, además de que Marcelo se ganara el odio de sus papás por haber expuesto a su hija mayor a 'tales riesgos' en 'tales lugares', donde 'tales jovenes' encontraban Viernes a Viernes su felicidad entre amigos y plantas verdes, sí -esas- plantas verdes). Marcelo hizo que fuera un San Valentín memorable, o eso trató. Dos horas bastaron para que le pidiera pololeo en la boletería de Santa Ana. Desde entonces Bea recuerda esos dos primeros meses, enamorados. Esos intensos meses donde todo era amor, un amor prohibido, un amor de película donde Marcelo era su rebelde James Dean.

Al tercer mes la relación se pudrió. Llegaron a la cima para después tener una larga caída; 5 meses de caida.

Entró una enfermera vestida de pantalones azules y bata blanca a buscar una camilla y sacarla de sus pensamientos. A penas Bea escuchó la puerta dejó de forzarse a recordar, se sentó y llamó a la frágil mujer de unos 30 años.

- Disculpe... ¿qué hago aquí?- dijo indiferente, con ojos bien abiertos mirándose el dedo índice en el que tenía una pequeña maquinita en la punta. Cualquiera hubiera dicho que estaba molesta, se le veía desafiante.

La enfermera tomó una carpeta que estaba encima de una mesita de metal al los pies de la camilla, la examinó, una expresión de horror apareció en su redonda cara, y dijo:

- ¿Beatriz Llabret?... niña....te intentaste suicidar anoche...

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⏰ Última actualización: Aug 29, 2014 ⏰

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