De nuevo se detuvo en la puerta de aquel hombre postrado en la cama. Lo miro durante algunos minutos, siempre lo hacía, antes de irse a casa pasaba, lo miraba unos minutos desde la puerta y se iba, era una especie de ritual. No sabía qué era lo que le llamaba de aquel hombre, pero algo de él la atraía.
Tenía tantas cosas en su cabeza. Como trabajadora social veía terribles cosas algunas veces, eran gajes del oficio, sabía que no debía involucrar sus propios sentimientos pero le era imposible.
Aquel hombre era una especie de bálsamo. Siempre tan sereno, tan pacifico, verlo, solo verlo le traía tranquilidad.
Esta vez, después de algunas semanas de ir a verlo desde la puerta, hizo lo que no se había atrevido a hacer: entrar.
Se acerco lentamente hacia la cama, el hombre era enorme, media al menos uno con noventa y era musculoso, tenía largo cabello negro, algo rizado, se esparcía por la almohada blanca como cascada. Sus labios eran grandes, suaves, al menos parecían muy suaves, Leyla se dio cuenta de que estiraba su mano para tocar su espesa barba y se detuvo en medio del acto.
Se sentó en la silla que se encontraba al lado de la cama. ¿Tendría familia? No había visto a nadie venir a visitarlo. Aunque ella trabajaba por las tardes, tal vez sus familiares lo visitaran por la mañana.
Se pregunto que le habría sucedido para que terminara en coma. No parecía accidentado. Bajo la vista hasta sus manos, que estaban quietas sobre la manta blanca. Eran grandes, elegantes, suaves. Sus finos dedos eran largos, con uñas cuadradas. Unas manos tan fuertes como hermosas.
Quiso saber el color de sus ojos, pero no lo sabría hasta que los abriera, cosa que al parecer, no ocurriría pronto.
-Yo... soy Leyla. Lamento molestarte... solo... parecías muy solo aquí... y yo estoy sola también... así que pensé...
Leyla suspiro. Había llegado al punto de hablarle a un desconocido inconsciente. A ese punto había llegado su soledad.
Se recargo en la silla y suspiro de nuevo. No quería llegar a casa, no había nadie esperándola. Tampoco quería salir a ningún lugar, no le apetecían falsos halagos de hombres que lo único que en realidad buscaban seria sexo casual.
La verdad era que prefería quedarse ahí, charlando con aquel hombre hermoso e inconsciente. Al menos él no le daría falsas esperanzas.
Así que lo hizo, se quedo ahí hasta muy entrada la noche. Al día siguiente, volvió, y al siguiente día, y al siguiente día.
Richard entro una de estas noches.
-Leyla ¿Qué haces aquí? – pegunto confundido y divertido al mismo tiempo.
-Oh yo... pues... escuche que los pacientes en coma pueden escuchar lo que les cuentas así que... no lo sé...
-No pierdas tu tiempo linda, él no puede escucharte.
Leyla sabía que era una posibilidad, incluso mayor a que si la escuchara, aun así, saber esto de parte del medico la desanimo.
-No puedes saberlo.
-Sus signos vitales funcionan gracias a las maquinas pero cerebralmente, el hombre ya no se encuentra aquí. Es un muerto en vida.
Leyla se sintió muy indignada. Era un ser humano el que se encontraba sobre aquella cama.
-Sí, bueno, seguiré intentándolo.
Richard sonrió.
-Como quieras. Has pensado en lo que te dije.
-No, y de haberlo hecho estoy segura que mi opinión no cambiaria.
-Vamos Leyla, solo una cita. Seré un caballero, lo prometo.
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La chica que domo al domador
Short StoryLa historia de Leyla, una joven bailarina aérea que esta profundamente enamorada de el único hombre que se rehúsa a estar con ella. Víctor, el domador de leones, un hombre cruel y al parecer sin sentimientos descubrirá que algunas veces es mejor...