Prisioneros [Wigetta]

XLIX

Two days.

—Aquí tienes, Perc —La mano, de uno de sus hombres, le tendió un trozo de papel con algunas letras y números—, lo que me pediste.

Los ojos azules del chico se clavaron en el trozo de papel blanco, revisando lo que había escrito en él.

Sus dientes hicieron aparición, junto con un suave "Gracias" que hizo irse al hombre que tenía frente a él.

Bien, ahora intentaría conseguir lo que había estado pensando desde que se le vino la idea a la cabeza...

[...]

Una celda se había quedado libre, en el pasillo en el que Percy se encontraba, por lo que no tardarían en volver a meter a alguien.

El británico sabía perfectamente quién se encargaría de traer al nuevo prisionero. No podía ser otra persona más que él.

El hombre que siempre parecía tener una excusa para visitarlo de una forma u otra.

No pasó demasiado tiempo cuando escuchó unos pasos acercarse desde el fondo del pasillo.

Un sonido que solo solían hacer aquellas botas pesadas que casi siempre llevaba Bob.

Se puso en pie, esperando a que el contrario pasara de largo, para tirar el trozo de papel para que este lo viera.

—¿Qué es eso? —dijo el hombre que llevaba consigo a otro preso.

Mientras esperaba la respuesta del otro, abrió la celda que estaba aún vacía y dejó allí dentro al criminal.

Los ojos de Roberto volvieron a encontrarse con los de Percy, quien no se había dignado a responder a la pregunta del mayor.

—Te he dicho qué es eso.

—Descúbrelo por ti mismo. —lo animó a que cogiese el trozo de papel blanco.

Bob se agachó para ver qué secreto se escondía en la pequeña hoja. No sabía exactamente qué era aquello que sintió en el momento de agacharse para descubrir de qué se trataba, pero... su mente se quedó en blanco en cuanto leyó lo que había allí escrito.

—¡¿De dónde coño has sacado esto?! —Su cuerpo se acercó bruscamente a los barrotes que separaban a aquellos dos, dándole a entender que lo golpearía si se acercase en algún momento— Respóndeme, hijo de puta, o te moleré a palos.

—Yo que tú no haría eso —dijo—. No soy yo el que está en desventaja ahora.

El de mayor edad intentó mantener la calma, era algo imposible, pero la ira y los nervios que estaba sintiendo en ese momento no lo ayudaban en absoluto. Es más, nublaban aún más su mente.

—¿Qué es lo que pretendes...? —Preguntó con una mezcla de enfado y miedo—Si le haces algo, te juro que...

—No te preocupes —dijo—. No tiene porqué pasarle nada a tu mujer. Siempre y cuando detengas la terrible muerte que tendrían Samuel y Guillermo.

Roberto sonrió.

—Es gracioso que creas que tengo tanto poder cómo para hacer eso...

—¡Lo tienes, maldito bastardo! ¡Lo hiciste conmigo!

—¡Es completamente diferente! Esos dos son mucho más odiado ahí fuera que tú. Si la gente se entera de que no se hace justicia con ellos, todos nosotros nos quedaríamos sin trabajo —explicó con seriedad—. Además de que no fui yo el que consiguió que te librases de la silla, yo ayudé pero no tengo tanto poder como otros ahí fuera.

Los ojos azules del inglés perdieron el brillo que había tenido durante esa mañana en la que había recibido aquel regalo.

—¿Entonces...?

—Has averiguado la dirección de mi casa en vano, idiota. No puedo ayudarte.

El hombre que estaba libre y podía moverse con libertad, rompió el papel y se lo guardó en el bolsillo para luego más tarde tirarlo a cualquier papelera.

Había sentido un miedo intenso al imaginar que su mujer podría estar en peligro.

No creía que ya lo estuviese, pero igualmente luego se encargaría de llamarla y convencerla de que se fuera unos días a casa de su madre para visitarla y estar con ella. Ya se las apañaría de alguna forma.

—Espero no ser tú único plan, porque entonces... deberías darte por vencido.

Salió de allí sin tener más nada que decir. Dejando a Percy sin saber qué podía hacer a continuación.

¿Y si... lo mejor era dejar que las cosas sucedieran solas?

Al fin y al cabo, esos dos dijeron que no querían ser salvados...