Pecados Capitales: Pereza

500 31 9
                                    

 “Los hechos no dejan de existir porque se les ignore.”

-Aldous Huxley

De nuevo ahí, sentado en el sillón de la sala, ese mismo que ya tenía marcada la silueta de su cuerpo, detallando la espalda y su pesado trasero. En su mano sostenía una cerveza, hacía más de veinte minutos que le había dado el último trago y su brazo ya no estaba dispuesto a doblarse hasta su boca.

Tenía el cabello grasoso debido a que hace cuatro días no se bañaba, le daba pereza hacerlo llegando del trabajo; atender una tienda de electrodomésticos no era tarea sencilla, era esperar a que alguien se acercara a caja, ponerse de pie y hacer la factura. Eso hacía unas seis veces al día, en promedio. No era la tienda más reconocida de todas, y daba gracias a ello. De igual manera, el salario le alcanzaba para comer, porque él no salía de compras por puro gusto, tampoco gastaba en ropa extra debido a que la mayoría del tiempo la pasaba en casa, a quién le importaba cómo vestía, era obvio que a su hija de cinco años no. Aparte de ella, no existía alguien más que lo visitara, nunca se había casado, le angustiaba el matrimonio, pero tuvo una hija que lo acompañaba sólo fines de semana. Era un encanto, pero en muchas ocasiones su hiperactividad le molestaba de sobremanera.

En su tiempo libre la pasaba ahí, disfrutando la comodidad de su sillón, viendo algún partido de futbol o basquetbol, no tenía un equipo favorito y debido a eso no brincaba para celebrar las victorias. La cama era su segundo lugar favorito, dormía los fines de semana hasta dieciséis horas y sólo se despertaba si su hija le pedía comida. Pero en días de trabajo sufría por levantarse a las nueve de la mañana y regresar hasta las ocho de la noche, por eso mismo, le daba pereza bañarse.

Era sábado y quería dormir hasta tarde, apenas eran las diez de la mañana cuando escuchó el timbre sonar. El primero desde hace una semana. Abrió los ojos y volvió a cerrarlos enseguida. La molesta melodía volvió a sonar de nuevo y volvió a ignorarlo. Los golpeteos furiosos en la puerta le hicieron volver a la realidad. Era sábado, ese día tenía que cuidar a Evelyn, su pequeña de cinco años.

Negó con la cabeza al mismo tiempo que su mano quería arrancarse los cabellos. Era un fastidio tener que levantarse a abrir la puerta, ver de nuevo la cara pálida de esa mujer que alguna vez amo, misma que lo dejó por otro, sólo para que le volviera a reprochar sus más grandes defectos.

Nunca discutía con ella, jamás lo hizo, era una pérdida de tiempo y de saliva tratar de ganar alguna discusión con una mujer.

El timbre no paraba de sonar, así que no tuvo más remedio que abrir, con la pijama a medio poner y descalzo. Daba gracias a que su casa no tenía escaleras y era tan pequeña que no necesitaba caminar mucho para llegar a la puerta.

De pronto sus oídos chillaron al escuchar a Leticia.

—Siempre es lo mismo contigo, te he dicho mil veces que estaré aquí a las diez en punto. Lo único que tienes que hacer es abrir la puerta y cuidar de tu hija. Pero al parecer lo único que te importa en la vida es dormir.

Y eso era lo mismo cada semana. Suspiró resignado y simplemente asintió mientras se restregaba los ojos con cansancio.

—De nuevo callado, sin decirme nada. Siempre fue así, por eso lo nuestro no funcionó, nunca salíamos, nunca hablábamos. Pensé que era yo, pero ahora me doy cuenta que eres un desinteresado e irresponsable en todos los sentidos.

Pecados Capitales: PerezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora