III

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Un vaso de leche con chocolate, un vaso de zumo de naranjas, un vaso con una poción reconstituyente, un vaso de agua con hielo al fondo. Cuatro vasos justo en frente de sí mismo. Sus ojos giraron, buscando a Voldemort en algún sitio de la habitación, pero no estaba. Le había dejado cuatro vasos idénticos en todo: material, forma, tamaño, incluso en la cantidad de lo que contenían, justo dos dedos bajo el borde superior del vaso. Y Harry sabía exactamente cuál era ese juego.

Solamente uno estaba libre de veneno. Solamente uno extendería su vida un poco más.    

Pero, ¿cuál?

Sus dedos temblaron sobre el vaso de agua, oyendo en su mente las palabras de su padre. Siempre hidratado. Nunca sabes cuándo podrá ocurrir cualquier cosa. Siempre bebe mucha agua. El agua, fresca, los hielos al fondo, parecía hacer latir de la asfixiante sensación de necesidad a su garganta. Justo detrás, justo donde debería pasar la saliva, saliva que no tenía en su boca. No creía poder hablar, y su lengua seca se pegaba contra el paladar.

Agua. Necesitaba agua. Necesitaba, pero, ¿quería?

Avecilla tonta, fue capaz de oír en su mente la voz de Voldemort, tan clara que quemaba. Su mano apartó el vaso de agua lejos y rápido, dudando mucho de su autocontrol si le veía cerca más tiempo, si lo tenía en su mano. Una gota. Sólo necesitaba...

Zumo de naranjas. Cítrico. Vitamina. ¿Qué había dicho Dumbledore? ¿Energías, vitalidad, fuerza...? No era capaz de hallar el sentido o siquiera el origen de las palabras. No tenía el recuerdo exacto. Sus ojos estaban posados en el vaso de zumo escarchado, rodeado de las diminutas gotas de frescura pegadas al vaso. Su boca estaba hecha agua, y cuando fue a cogerlo el vaso se deslizó de sus dedos temblorosos.

Lloraba sin lágrimas. Vivir, morir. Abstracto, pesadilla, caos, oscuridad, risas, rojo. Todo era un sinsentido de palabras de amargura de preguntas de caos de él de Voldemort de todo. Y su mano pasó de largo por el vaso que contenía la poción púrpura, una poción reconstituyente que su madre decía siempre que tuviera con él. Sobrevivir, había dicho, no se basa solamente en luchar. Se basa en conseguir que tu vida no se vea perjudicada.

Avecilla tonta, también oyó, mientras cogía el vaso de leche con chocolate. ¿Cuántas veces había querido uno para desayunar? Leche tibia casi fría, con muchas cucharadas de chocolate en polvo disueltas en su momento previo al hervor, ahora asentadas en la parte superior que teñiría sus labios al momento de tomarla. No es sano, Harry; no es sano. Debes estar sano, debes estar fuerte.

Sostuvo el vaso entre sus dedos. Con duda, le dio un sorbo, sintiendo cómo el chocolate dejaba de ser chocolate en cuando llegaba a su lengua. De pronto sabía exactamente igual que las pociones de vida que hacía su profesor de Pociones en Hogwarts. Pociones con sabor a frutos rojos, agridulce y ácida, pero capaces de cubrir todas las necesidades de alimento y bebida durante unas doce horas. Sus ojos ardieron como si deseara llorar mientras seguía bebiendo, temblando de debilidad como una hoja.

Se tendió en el suelo, respirando con dificultad, sintiendo el latir acelerado de su propio corazón, su respiración normalizándose. Eventualmente, mientras se perdía por segundos en la oscuridad somne, los vasos desaparecieron.

Bien hecho, avecilla, parecía reír la voz de Voldemort en algún rincón de su mente. O quizá en algún rincón de la habitación mientras dormía y él recogía los vasos, la sonrisa sádica y burlona en los labios.

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