Delitos Menores

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Nadie jamás imagino que algo así sucedería, pero sucedió. Está en las noticias, en los diarios, en internet, en todas partes. Miles de muertes repentinas, inexplicables. Gente muriendo por todos lados, por montones y sin razón aparente. ¿Una epidemia? Se preguntaban algunos. ¿Asesinatos masivos? ¿Armas de destrucción biológica? Aún nadie lo sabe con certeza. Lo único que se conoce con exactitud es que cada persona que murió, ciertamente lo merecía.

Al observar con detenimiento a cada víctima y el contexto en el cual murió, se puede notar un patrón: todos estaban cometiendo, o a punto de cometer un crimen, o un acto repudiable. Asesinos, terroristas, violadores, pederastas, narcotraficantes, ladrones. Todos muriendo al unísono, en cadena, como por obra de un justiciero implacable.

Al comienzo fueron ellos, los más brígidos quienes caían fulminados ante la mirada atónita de sus propias víctimas, quienes, aliviadas, no podían creer en la nueva oportunidad que se les estaba otorgando. Al cabo de un par de meses ya no se reportaron más asesinatos, ni atentados, ni robos, ni violaciones. La escoria había sido prácticamente erradicada del planeta. Sí, hubo unos cuantos rezagados que despertaron tarde sus instintos violentos o criminales, pero ellos sufrieron el mismo destino. Ya estaba claro que si uno se atrevía a cometer un crimen, sería condenado en ese mismo instante, con el peor de los castigos y sin derecho a un juicio previo.

La humanidad descansó en plenitud y tranquilidad por un buen tiempo. Se estaba viviendo un momento histórico de paz mundial. Pero no es que significara que la gente dejara de tener maldad en su interior. No. Aquello seguía en su naturaleza, solo que ahora, a modo de selección natural, cualquier instinto criminal estaba siendo extinguido de raíz. 

Y todo parecía bien y la gente parecía feliz, pero al parecer, esta fuerza justiciera no estaba del todo satisfecha.