EL

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No sé por qué estaba tan nerviosa. Todo estaba bajo control. Mi familia al completo y Nahuel se iban a ir de caza por los alrededores para vigilar por si venía el licántropo, y Jacob tenía patrulla con la manada.

Miré el reloj por enésima vez y el timbre sonó. El aula se convirtió en un jaleo de voces y de sillas arrastrándose.

Contrastando con mi nerviosismo, ese viernes todo el mundo estaba contentísimo. Por la tarde no había clase, porque había una feria de libros, aunque se veía que la gente iba a pasar de ir. Mis amigas y yo habíamos decidido quedar para hacer un trabajo de Lengua juntas. Era un trabajo muy importante que puntuaba para nota y las cinco teníamos el mismo profesor. Lo malo era que ninguna tenía la casa disponible, excepto yo.

Por eso habíamos quedado en ir a mi enorme y desproporcionada casa, y tuve que hacerle un poco la pelota a mi familia para conseguir que se fueran. Este fue el plan:

El jueves le pedí a mamá, Alice y Rosalie que vinieran conmigo a Port Angeles. Tenía que comprarme el vestido para la boda de Paul y Rachel, que ya era ese sábado.

Me arrepentí al poco tiempo de estar allí. Por mucho que le expliqué a la tía Alice cómo era una boda quileute, estaba empeñada en que me llevara un modelazo ajustado que requería de mucha maña para metérselo y pedía unos zapatos con un altísimo tacón de aguja. Menos mal que mi madre salió en mi defensa.

Quería algo bonito, pero cómodo, que me permitiera caminar bien por la arena, ya que todo se celebraba en ese medio, y que no tuviera que estar pendiente del vestido toda la noche. Lo malo es que, a un par de días de la ceremonia, es muy difícil encontrar justo lo que te gusta, quién me mandaría a mí esperar tanto. Pensaba que era más fácil encontrar algo sencillo para una boda en la playa, que algo más elegante para una boda convencional. Me equivoqué. Nos recorrimos casi todas las tiendas de la ciudad – o eso me pareció a mí – y no encontraba nada. Rosalie insistió en marcharnos a Seattle. Según ella, si me subía a la espalda de mamá, estaríamos allí en muy poco tiempo. Sin embargo, pensar en que me tenía que recorrer más tiendas, ya me ponía mala.

Al final, entramos en una pequeña boutique, en la que Alice ni siquiera había reparado, y vi mi salvación. Me llevé un vestido azul sin mangas, de corte sencillo, por encima de la rodilla y con un escote en pico, y una chaqueta de tela a juego, con una manga afrancesada que tenía un botón para que la pudiera desabrochar y alargar por si tenía frío.

Eso sí, Alice no se quedó con las ganas de comprarme unas medias con sus correspondientes ligueros, unos zapatos de tacón y un bolsito de mano. Decía que, hasta que llegara a la playa, era imprescindible llevar estos dos últimos y que luego ya me los podía quitar. Me lo llevé también para rematar mi faena de peloteo.

Todo esto sirvió para que matara dos pájaros de un tiro. Conseguí mi vestido y me dejaron traer a mis amigas a casa sin que hubiera vampiros a la vista.

Helen y yo salimos en busca del resto de las chicas y, cuando nos reunimos con ellas, nos dirigimos al aparcamiento para ir en el Ford Explorer de las gemelas.

Llegamos a casa después de seguir mis indicaciones, estaban alucinadas por el extraño y angosto trayecto, y se quedaron aún más atónitas cuando la vieron, al pasar los últimos árboles.

- ¡Es genial! – exclamó Helen, bajándose del coche.

- Sí, demasiado – suspiré.

Mientras subíamos las escaleras del porche, observé por el rabillo del ojo que mi padre estaba escondido detrás de un árbol, comprobando que todo iba bien. Le dije mentalmente que era así cuando abrí la puerta de casa, asintió y se perdió entre la espesura del bosque.

JACOB Y NESSIE DESPERTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora