AGOSTO.
Semana uno.
Effy
Sábado, 1 de agosto.
Venecia.
Así que ha elegido Venecia. Y entiendo el porqué. Es como un castillo de Disney enorme, pero de algún modo más irreal. Y está bastante lejos de Bristol, y de papá y toda esa mierda. Bien jugado, madre. Cualquier sitio que ponga suficiente distancia entre mí misma y el resto del mundo está bien. JJ y Cook y Freddie. Los tres jodidos mosqueteros.
Había empezado algo con lo que no podía continuar.
Y además estamos rodeadas de agua —es como un foso gigante, guardando las distancias con el enemigo. Mamá y yo hemos escapado.
Hemos alquilado un pequeño apartamento lejos del centro y los turistas. Los dueños se han ido fuera de la ciudad todo el verano. Está en un edificio con cuatro fachadas que tiene un patio enorme en el centro. Impresionante. Realmente pintoresco. Incluso las paredes lisas de color rosa, que me recuerda a un batido de frase. También tiene un balcón de metal azul oxidado. Desde él puedes ver sin ser visto.
Mi habitación, sin embargo, es un jodido circo. Barbie por todos lados, una cama unipersonal, un cuadro cutre de Jesús y María coronando el ambiente virginal. Naomi y Cook se descojonarían si pudieran verme ahora mismo, pensé mientras volcaba mi maleta sobre la cama y observaba a mi alrededor. No hay ordenador. A las pocas horas de estar aquí ya he encontrado un cibercafé para mantenerme en contacto.
Si quiero.
Mamá se ha deprimido nada más al llegar aquí. Vale, todo esta gris y llueve a cántaros, y hay mucha humedad y el aire apesta, pero por Dios, lo único que hace últimamente es pensar en sí misma.
Sus jodidos problemas. Que ella misma se buscó, por cierto. Quizá yo debería haber sido más compasiva, teniendo en cuenta todas las movidas que he montado estos últimos meses, pero tampoco es que mama se haya dado cuenta, o al menos no ha dado señales de que le importe.
Y yo qué?
—Qué pasa contigo? —pregunté
—Nada. No sé —dijo ella, cansada—. Es que esto no es exactamente lo que esperaba… ¿Crees que ha sido un error venir aquí?
—Puede. —cerré los ojos, irritada.
Haz un esfuerzo, Effy. Sabes lo que es pasarlas putas.
Abrí las persianas hasta arriba. Había dejado de llover. La brillante luz del sol me hacia parpadear mucho. Y sonreír.
—Ves? —Me giré hacia mi madre—. Trasformado.
Una sonrisa debilucha, patética.
—Si… La verdad es que ayuda. —Sacó su paquete de cigarrillos del bolso y se encendió uno—. Bueno, qué hacemos ahora?
—Yo voy a darme una ducha —dije—. Y luego me voy a explorar por ahí. Y a encontrar un cibercafé.
—Ah, espera —me dio un sobre de color café—. Esto es de parte de tu padre.
Rasgué el borde para abrirlo. Conté cinco billetes de cien euros.
—Dinero para gastar —dijo mamá—. Debería ser suficiente. Si necesitas más, pídemelo.
—Vale, gracias —dije, desagradecida.
Va a hacer falta algo más que asqueroso dinero.
—Bueno —suspiró—. Creo que arreglaré este sitio para hacerlo más acogedor.