Las primeras citas casi nunca acaban bien

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Alicia la vio entrar en el bar como llevaba haciendo dos semanas. Iba siempre a la misma hora y pedía siempre lo mismo: un té blanco con vainilla. Después, cogía su portátil y se ponía a escribir. A veces, se miraban de reojo, pero nunca sus ojos se habían encontrado. Ese día se decidió a hablarle, pues no había visto a una chica tan dulce y tan guapa en mucho tiempo.

—Hola, perdona que te moleste. Llevo un par de semanas viéndote en el bar y —Alicia no supo cómo seguir. No había planeado qué iba a decirle. Era una completa desconocida y al mirarle y ver esa mirada tan dulce se había quedado en blanco.

—Sí, ¿qué pasa? —dijo Ana con cara de incrédula. Era la primera vez que una extraña se le acercaba sin más.

—Me preguntaba si te puedo invitar a lo que estés tomando y charlar un rato contigo.

—Muchas gracias, pero no puedo. Vengo aquí para escribir mi novela y es, por así decirlo, mi trabajo.

Alicia puso una cara bastante triste. Se sentía decepcionada, pues acababan de rechazarla. Entonces, decidió volver a su mesa solitaria donde estaba su portátil y había montañas de apuntes. En verdad, ella también estaba trabajando de algún modo. Tenía que pasar apuntes y estudiar.

—Lo siento. Ha sido un error entrometerme de esa manera.

—No, no te preocupes. Es que, de verdad, que ahora me viene fatal. Pero, si quieres que tomemos algo algún día, toma. Este es mi número. Envíame un WhatsApp.

A Alicia se le iluminó la mirada. Al final, sí lo había conseguido. Al menos, ya tenía su número y podrían hablar y pedirse otra cita.

—Gracias. Espera, ¿cómo me has dicho que te llamabas?—le preguntó al pensar en guardarla en el teléfono y no saber qué nombre ponerle.

—No te lo he dicho —dijo entre risas—. Soy Ana, encantada— y se levantó para darle dos besos—. ¿Y tú?

—Yo soy Alicia y ahora debería seguir estudiando. ¿Ves esa pila de apuntes al lado de ese portátil? Es mía.

—¿Qué estudias? Porque serás universitaria...

—Sí, sí, me conservo bien, pero tampoco es para tanto —dijo Alicia para hacerle sonreír y eliminar la tensión que se había creado al principio—. Estudio ADE y Derecho.

—Después de saber eso, la pila de apuntes se me hace hasta pequeña —dijo riéndose.

—A mí también, pero eso es porque es solo principio de curso. A final de curso, como soy bajita, no se me ve si me pongo detrás.

—¡Qué exagerada! Tampoco eres tan baja...

—Deberías ver la torre de apuntes y luego me dices si exagero—. ¿Y tú? ¿Escritora?

—Así es. Una de las profesiones más frustrantes del mundo, pero es algo que me apasiona hacer.

—Bueno, pues no te entretengo más. Cuando llegue a casa, te envío un WhatsApp para tomarnos algo y me cuentes algo más sobre el libro.

—Si consigues sonsacarme algún detalle es que no estoy en plenas facultades, porque odio desvelar mis novelas antes de tenerlas acabadas.

—Creo que se me ocurre alguna forma de conseguirlo —le dijo Alicia con la mejor de sus sonrisas. Ese día había hecho al menos una amiga, quién sabe si algo más.

Después de ese día, habían hablado por WhatsApp, pero no mucho más. Se saludaban al entrar en el bar y al menos eso ya era algo. A Alicia le valía ver a Ana sonreírla cada vez que entraba en el bar. Eso le producía unas cosquillas en el estómago, que desde que entraba en el bar, no podía acabarse el café porque tenía el estómago a otra cosa.

Al final, llegó el día en que habían decidido quedar para tomar una cerveza. Ese día estaban las dos igual de nerviosas.

—Hola, ¡qué pronto has llegado! Habíamos quedado media hora más tarde, ¿verdad?

—Lo mismo digo. Hemos llegado casi a la vez.

Se miraron y rieron por la estupidez de haber estado tan nerviosas que se habían adelantado a la hora a la que habían quedado.

—¿Entramos y pedimos?— propuso Alicia.

—Siempre será mejor eso que quedarnos fuera —dijo en tono irónico Ana.

—Yo quiero una cerveza, por favor —pidió Alicia cuando el camarero fue a la mesa a tomarles nota.

—Otra para mí.

—Bueno y cuéntame de tu vida. ¿Eres de la ciudad?

—No, nací en un pueblo de las afueras. Me mudé aquí para conseguir contactos en el mundo editorial y así conseguir que se publicara mi novela.

—¿Has publicado ya?

—Sí, pero no tuvo casi nada de éxito. Se llamaba "Cartas para mí". Habla sobre reflexiones del amor propio. Yo pienso que el amor más importante es el propio, ¿no crees?

—Sí, totalmente de acuerdo.

Unas cervezas más tarde...

Estaban empezando a conocerse y saber cosas la una de la otra. Habían reído, habían reflexionado, se habían puesto serias y ahora se habían quedado calladas asimilando toda la información la una de la otra. Era un silencio, pero no un silencio incómodo.

—Ha volado el tiempo, ¿eh?

Alicia miró el reloj.

—Es verdad. ¿Ya han pasado 3 horas? No me lo puedo creer.

—Dicen que es buena señal, que si el tiempo vuela es que se está cómoda.

Ambas se quedaron mirando a los ojos de la otra. Alicia pensaba en lo mucho que le gustaría mirar esos ojos durante todos los días de su vida. Eran marrones, pero color caramelo. Parecían ser dos piedras de ámbar.

Estaba tan ensimismada en sus ojos, que no vio a Ana acercarse lentamente a su boca y besarla. Le pilló tan de sorpresa, que no supo que hacer. Al ver que Alicia no había reaccionado, rápidamente se separó y se puso colorada.

—Lo siento. Mejor me voy.

—No, no te vayas.

Pero Ana ya no pudo oírla. Había salido a la velocidad del rayo de aquel bar. Alicia se maldecía en su interior por no haber estado más atenta, pero las cervezas la habían atontado y se había quedado embobada en esos ojos. Mientras tanto, Ana se maldecía por haberse lanzado a besar a aquella desconocida, y es que habían encajado tan bien y la cerveza le había dado tanta valentía...

El alcohol, ese arma de doble filo.

Rubí

La chica del té blanco con vainillaWhere stories live. Discover now