Capítulo V: Hísië (bruma) II

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La serena voz de Kyermë sacó a Gil-galad de su contemplación. De la mano del sanador venía un elfo, hermoso como un rayo de luna, pelirrojo y de excepcionales ojos violetas.

—Demasiado Kyermë. A Isil los años lo vuelven más bello.

Isil, el elfo pelirrojo, sonrió. Kyermë se sentó en la silla libre y acomodó a Isil sobre sus rodillas.

—Tu familia te envía cartas y regalos —dijo Gil-galad.

—Lo sabía —Isil abrazó el cuello de su marido y le besó las mejillas. Kyermé apaciguó a su desposado con una tierna caricia.

—Esperan verlos pronto. Después de que el príncipe alumbre partiremos a Valinor. ¿Vendrán con nosotros?

Isil suspiró. Miró a su esposo.

—No quiere irse —explicó Kyermë.

—Me gusta aquí.

—¡No querías venir! —río Gil-galad.

Hacía ya varios siglos Gil-galad envió a Kyermë para que cuidara del primer embarazo de Aranwë y de todos los que estuvieran por venir. Kyermë se resignó, debía obedecer a su rey. Su joven desposado no quería dejar a su familia y su pueblo.

—Con el tiempo me acostumbré. Es lindo aquí.

—Somos felices —acotó Kyermë—. El rey Thranduil fue generoso y nuestros hijos crecieron sintiéndose parte de estas tierras. Tuvimos cinco hijos.

—¿Cinco? —se sorprendió Gil-galad.

—Dos elfas y dos elfos, que ya se casaron y nos dieron nietos —terminó Kyermë.

—Y un elfo fértil que sigue soltero. Seguro ya lo conoció, es Minastan.

—¿El Capitán?

Preguntó Gil-galad, incrédulo. Isil asintió orgulloso.

—Es nuestro pequeñito —Kyermë compartía los sentimientos de su desposado.

—Es el único pelirrojo que he visto, —reflexionó Gil-galad.

La sonrisa de Isil acompañó a la del rey.

—Él heredó todo de mí —dijo radiante.

—Demos gracias a Eru por ello —acotó Kyermë.

—Mientras nosotros hacíamos una familia ¿su majestad seguía extrañando al príncipe Aranwë?

La pregunta sorprendió a Gil-galad, aunque no lo consideró un insulto. Isil era directo, no sabía disimular. Kyermë llevó una mano a la rodilla de su desposado.

—Isil, no seas impertinente.

A veces, se respondió Gil-galad en silencio...

—¿Quieres ver algo ridículo, hojita?
Aranwë se acercó al balcón con su bebé en brazos. Frente a los ojitos miel de Legolas apareció un elfo envuelto en una capa gris.
—Un elfo viejo como las piedras que se siente mariposa.
—Esa lengua —retó Gil-galad. Se retiró la capucha.
—Si quieres cargarlo vas tener que bajar de ese árbol.
Gil-galad brincó ágilmente al balcón. Recibió el bulto y le sonrió. La risa del bebé era agua cristalina.
—Es bonito ¿no? Se llama Legolas.
Aranwë se inclinó sobre su bebé, tomó las manitas y las llevó a sus labios.
—¿Hoja verde? —Gil-galad entrecerró los ojos—. Thranduil no tiene imaginación para los nombres.
—Le queda muy bien, ¿verdad qué sí, bebé? —Legolas hizo un puchero y balbució de felicidad, la voz y la sonrisa de su atarincë le producían agradables escalofríos—. Lo ves, le encanta su nombre.
Gil-galad meció al bebé y obtuvo una deliciosa carcajada. Era un bebé risueño.
—Es fértil. Cuando sea grande se desposará con un rey guerrero, —Aranwë le dio una palmada en el hombro—, alguien como tú.
Gil-galad frunció el ceño. Pasó un dedo por las cejas delgadas y suaves del bebé.
—Déjalo que crezca y ya veremos.
Legolas detuvo sus gorjeos y miró al elfo que acababa de hablar. Dio un sorpresivo gritito y atrapó los collares de Gil-galad.
—¡Ah, quítamelo!
El bebé jalaba sus collares y lo obligaba a inclinar la cabeza. Aranwë acompañó la risa de su hijo.
—¿Te gustan sus collares? Jálale también el cabello.
Aranwë ignoró la mirada indignada y le hizo cosquillas a su bebé. La hojita soltó los collares, no sin darle un jalón de cabellos.
—Es lindo tu futuro marido ¿verdad? —Aranwë levantó a su bebé, le besó la barriga provocando risas y ahogados grititos.
—Aranwë.
—¿No estarás en la celebración?
—Conoces la respuesta.
Aranwë torció la boca. Gil-galad le escribía largas cartas, y tal como prometió se mantenía al tanto de su ahijado y de él. Pero no quería saber nada de Thranduil. Sus raras visitas eran siempre en secreto. Apenas lo justo para verlo y cerciorarse que estuviese bien.
Gil-galad le tendió los brazos y Aranwë se refugió con su bebé dentro de ellos. El abrazo y el beso eran la despedida.
—Cuídate mucho, vanima. Hay orcos atravesando el bosque.
—Mi marido me cuida bien. Dile adiós, hojita.
Gil-galad besó a Legolas. Los ojos dorados se humedecieron, le temblaron los pequeños labios y un sonoro grito fue el inicio de un descomunal berrinche. Aranwë meció al bebé contra su pecho.
—¿Y ahora por qué lloras, hojita berrinchuda?

Canción de cunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora