Capítulo 4

753 86 11
                                    

—A decir verdad, pensé que Akito san me metería en un calabozo y me torturaría veintitrés de las veinticuatro horas del día —dijo Fuwa sentada en una silla detrás de Hatori, mirando su espalda mientras él trabajaba en algo.

—Akito no es un monstruo —aseguró el médico sin darle la cara a la chica.

—¿Y, si no es un monstruo, por qué todos le temen tanto? —preguntó ella subiendo las piernas a la silla, abrazando sus rodillas y recargando su rostro a ellas.

—No le tememos a Akito, tememos hacerle daño —explicó Hatori—. Él es nuestro líder, nuestro deber es asegurarnos de que esté bien.

—Eso es una tontería —musitó la chica mirando como la nieve seguía cayendo—. ¿Cuándo dejará de nevar? —preguntó provocando que el hombre se distrajera de lo que hacía y prestara atención a la ventana.

—¿Qué crees que pasa cuando la nieve se derrite? —preguntó el hombre recordando lo especial de esa pregunta.

—¿Se convierte en agua? —preguntó la chica.

Hatori volvió la cabeza a la chica que le miró con sorpresa por el rápido movimiento. El médico no se esperaba esa respuesta, por eso terminó en reír a carcajadas. A pesar de no haber obtenido la respuesta que esperaba no estaba molesto.

»¿Qué? —preguntó Fuwa con recelo. Ese hombre, que siempre la ignoraba, estaba ahora, al parecer, burlándose de ella.

Hatori negó con la cabeza, no creía que fuera necesario explicarle algo que siempre fue complicado y hoy parecía una tontería. No todas las mujeres eran iguales, por eso no necesitaba ser tan precavido. Definitivamente no se enamoraría de todas las mujeres que llegaran a su vida.

Eso pensó y, por eso, bajó la guardia. Cuando menos acordó se encontró a sí mismo disfrutando de la compañía y las hermosas sonrisas de Katsunuma Fuwa. Akito también lo notó. Y se molestó demasiado al darse cuenta que Hatori estaba por cometer un error ya cometido, y se aseguraría de repetirle la lección para que no se atreviera a olvidarlo de nuevo.

Una tarde, mientras Hatori y Fuwa paseaban por el jardín, Akito empujó a la chica de una forma que chocara con Hatori quien, en un estallido, se convirtió en un caballito de mar atrapado por las temblorosas manos de una chica hincada sobre la ropa y bata de un médico desaparecido.

El pequeño caballito de mar miró el asombro de la chica que le sostenía y temió por lo que ocurriría después de eso.

Fuwa, por su parte, mantenía una lucha interna entre su parte lógica, que explicaba lo que acababa de suceder, y su parte racional, que decía que tal explicación era una tontería.

—Necesito —comenzó a hablar la chica. Akito la detendría antes de que esa mujer tirara a Hatori a la fuente y lo ahogara. Pero lo que ella dijo le enterró los pies al piso— romper el hechizo con un beso.

Los ojos de Hatori se hicieron enormes mientras veía como la chica cerraba los ojos y se acercaba peligrosamente a él. No hubo quien detuviera el beso, y el inexistente hechizo tampoco se rompió.

—Solo necesito tiempo para volver a la normalidad —informó Hatori transformado en hipocampo después de garraspar un par de veces.

—Oh —hizo la chica.

—¿Podrías llevarme a mi habitación, junto a todas mis ropas? —preguntó Hatori y la chica asintió.

*

—Es una maldición —explicó Hatori cuando se reencontró con Fuwa en su consultorio—, no un hechizo —señaló sonriendo burlonamente. Ellos eran amigos y ella se lo había tomado bien. Por eso pensó que estaba bien explicarlo, por ahora.

—No había manera de que lo adivinara —excusó la tía de Tohru—. Ella lo sabe, ¿no es cierto? Por eso no puede dejar la familia.

—Akito no confía en que ella guardará nuestro secreto.

—¿Nuestro?, ¿todos se convierten en hipocampos?

—En realidad solo somos trece miembros de la familia Soma quienes lo hacemos. Somos el zodiaco chino, así que no, no todos nos convertimos en hipocampos.

—¿No son doce los del zodiaco? —preguntó Fuwa ignorando el tono burlón del médico.

—Ah, es que nosotros tenemos también un gato —dijo en un tono divertido Hatori. Fuwa lo estaba tomando bien. Eso era bueno.

—¿Qué pasará conmigo ahora que también conozco el secreto? —cuestionó.

—No lo sé. Akito es quien decide. Puede que te mantenga cerca como a Tohru, puede que me obligue a borrarte la memoria y te aleje —dijo y agachó la mirada sintiendo miedo de perder, de nuevo, a la mujer de la que se había enamorado. 


Continúa...

UNA FRUTA EN EL ZODIACODonde viven las historias. Descúbrelo ahora